Sin embargo, ésta existía. Centenares de horas de lectura, reflexión e investigaciones personales me habían convencido de ello. Con todo, tuve que esperar a un día de agosto de 1938 para tener ocasión de hablar seriamente de la cuestión con madame de Réault, que había vuelto por espacio de unas semanas a Calcuta para pasar el período del monzón. Nadie lo sabía aún, pero a Europa y al mundo apenas les quedaban por vivir doce meses de paz antes de que se desencadenaran los acontecimientos que iban a borrar para siempre el orden antiguo. Asia, como los otros continentes, pronto se vería arrastrada por el huracán.
La francesa, que lo ignoraba casi todo de los acontecimientos que se habían desarrollado justo después de su partida, me invitó a que le relatara con detalle lo que había vivido desde nuestro último encuentro. La anciana me dejó hilvanar mi historia sin expresar sorpresa o impaciencia, y luego, con una voz que se había vuelto un poco más ronca por la edad, habló:
– ¡Oficial Tewp, creo que puede considerarse afortunado! Poca gente hubiera sido capaz de vivir experiencias como las que ha descrito sin que naufragara su razón. En esto veo un signo. Veo incluso una predestinación. ¿Con qué fin? Lo ignoro. A usted le corresponderá descubrirlo solo un día; porque sobre este punto preciso no sabría serle útil. En cambio, si he comprendido bien lo que espera de mí, puedo iluminarle un poco sobre algunos de los puntos que ha mencionado. ¿Tiene usted alguna preferencia para empezar?
– Vayamos por orden -me atreví a sugerir- ¿Podría decirme si cree que es plausible que los Galjero hayan tratado de seguir una vía iniciática que implica a la vez el desenfreno sexual y los sacrificios de niños? ¿Creen firmemente en la posibilidad de adquirir poderes mediante ritos religiosos criminales, o son unos puros alienados?
– Considero un acierto empezar por esta distinción -dijo ella-. Si están locos, los Galjero siempre serán imprevisibles, volátiles, y renovarán constantemente sus dianas, igual que sus métodos de matar. Tratar de prever su comportamiento sería entonces propio de la cartomancia o de la lectura en los posos de café, porque sus motivaciones no estarían forjadas al fuego de un deseo único, sino que deberían remitirse al capricho del instante. Resumiendo: ¡en este caso no estaría en condiciones de atraparlos! Sin embargo, creo que podemos descartar esta hipótesis. Tal como me las ha descrito, estas personas son metódicas, frías, reflexivas. Es evidente que actúan con un esquema en la cabeza, con exigencias muy precisas con respecto a las víctimas y los rituales criminales. Si consigue definir sus objetivos y la tradición de la que extraen su saber, tal vez pueda anticipar sus movimientos, sus necesidades, sus aspiraciones. Entonces ya no estará haciendo predicción, como en el primer caso, sino previsión. Será más sencillo para usted. Sin duda le llevará tiempo y necesitará suerte, pero un día u otro tendrá ocasión de detenerlos, si es que ésa es su ambición.
Ese día, la francesa y yo conversamos largamente, mientras espesas cortinas de agua se abatían contra los cristales de la galería donde nos habíamos instalado. Aunque fuera plena tarde, la negrura de las nubes había hecho descender la temperatura de golpe y madame de Réault había pedido al boy un plaid de invierno, que se había colocado sobre las piernas esperando que la tempestad se calmara.
– Pero veamos, señora -había proseguido yo-, ¿tiene la menor idea de lo que esta gente busca con el sacrificio de niños? ¿Ha visto alguna vez algo parecido en el curso de sus viajes? ¿Estas momias cenicientas? ¿Estos ojos rellenos de oro? ¿Y la piedra negra grabada que fue transportada desde Alemania y que nuestros servicios no encontraron luego en los subterráneos de la stupa? ¿Qué significa todo esto?
– Francamente, capitán Tewp, no tengo la menor idea. Debe usted saber que en magia, a pesar de todo lo que se pueda leer, e incluso a veces entre los autores más honestos, no hay maestros. Sólo aprendices. Porque es un tema tan vasto como el universo. Nadie puede pretender tener una visión de conjunto más o menos completa y coherente. Quienes nos hemos adentrado por este camino (sea debido a una predestinación, como piensan los hindúes, o a nuestro libre arbitrio, como prefieren creer los occidentales) sólo somos ciegos que avanzan a tientas. Sí, nada más que eso…
Debo decir que el pesimismo de que daba prueba madame de Réault en el atardecer de su vida no era precisamente tranquilizador. Esa mujer que yo había conocido no hacía muchos años tan vivaz, tan enérgica, se había visto súbitamente como atrapada por la edad. Su cuerpo se había encogido y sus ojos ya no brillaban. Tuve la grosería de comentárselo.
– Es que ya hace mucho tiempo que hemos alcanzado las orillas del Kali Yuga, capitán Tewp, la edad de la discordia y la decrepitud. Yo misma sufro también las consecuencias. Aunque no es algo que ocurriera ayer, sino que se remonta al 3102 a.C. para ser precisos. Desde el fin de las guerras narradas en el Mahabhárata…
– ¿Kali Yuga? -pregunté.
Me parecía haber leído ese término, pero no recordaba su significado exacto.
– Al contrario que los monoteístas y los racionalistas, ¡que dicho sea de paso son los dignos hijos de los precedentes!, los hindúes sostienen que el tiempo no es lineal, ascendente, sino que evoluciona como todo en la naturaleza, según ciclos de expansión y de retractación. El Kali Yuga es el invierno del tiempo. Es también el invierno de la moral y el conocimiento. Un período de denegación y retractación antes del impulso de una nueva expansión. No es muy original, sólo un calco de todos los ritmos naturales…
Madame de Réault calló un instante, como absorta en sus pensamientos. Sentí que hacía un esfuerzo por rehacerse y retomar el hilo de la conversación, y la ayudé.
– Perdone que insista una vez más, señora, pero ¿no tiene idea de cuál puede ser el móvil de los Galjero?
– Si persevera en la necesidad de poner una etiqueta a esta gente, podría decir que se corresponden en cierta medida con lo que Migne, un eclesiástico enciclopedista del siglo pasado, llamó goetas, siendo la Goecia el arte de invocar a espíritus malignos en lugares subterráneos entregándoles como ofrenda a niños en cuyas entrañas el mago puede leer el porvenir o descubrir un secreto de naturaleza mágica. Lo que este hombre y su compañera buscan es accesorio y bastante banal. Tal vez imaginen que adquirirán la longevidad o alcanzarán la inmortalidad, tal vez quieren pasar vivos a alguna especie de más allá. Es difícil decirlo. En cualquier caso, drenar las energías vitales de seres vivos, de niños en particular, es un acto que puede desembocar en resultados sorprendentes. A tenor del número tan importante de víctimas en su activo, pienso que esta gente ya ha activado en sí misma centros sutiles que les han abierto abanicos de posibilidades vetadas al común de los mortales. ¡De los que usted forma parte, oficial Tewp! Creen que están purificando su alma al bañarla en la sangre de otros. ¡Es paradójico, pero es así! Y esto les confiere una enorme ventaja sobre nosotros. ¡Una ventaja casi decisiva!