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– Los rusos no le respetarán si sólo es un simple comandante -me había dicho El Prisionero, convertido a su vez en general, mientras con mano temblorosa (había contraído el paludismo al bañarse imprudentemente en un brazo muerto del río) me prendía mis nuevos galones.

Así, vía Afganistán, el Cáucaso y Ucrania, había llegado a Moscú, de donde me habían trasladado en un vuelo especial a la sección del frente donde los rojos se enfrentaban a la brigada de los Tigres de Netaji, en la frontera occidental de Ucrania. Estábamos en noviembre de 1944 y hacía tiempo que los soviéticos habían recuperado el control de la situación sobre el terreno, no después de la caída de Stalingrado, como acostumbra a decirse, sino después de la gigantesca batalla de blindados que se había desarrollado en las cercanías de Kursk y que había partido literalmente la espina dorsal del ejército alemán en territorio soviético. La continuación de la campaña se limitó a una larga retirada agónica para todos estos soldados perdidos, enrolados de grado o por fuerza bajo la cruz de Malta. La Legión india de Bose formaba parte de este grupo, integrado asimismo por españoles, italianos, cosacos, flamencos, franceses, suecos, e incluso irlandeses o ingleses que se habían alistado voluntarios en el bando enemigo. No comentaré en detalle nuestro libro de ruta, ya que esto no aportaría ningún elemento nuevo sobre el fin de la guerra en el Este. El caso es que, con el único respaldo de Habid Swamy, obtuve resultados suficientemente convincentes en mi misión de «recuperación» de los hindúes de la Legión, para que Londres y Moscú se pusieran de acuerdo en dejarme acabar mi trabajo en paz.

El comisario político que los rusos me habían asignado se llamaba Grigor Tenidzé. Su madre era polaca, y su padre georgiano. A pesar de que a menudo me recitaba pasajes enteros de El capital como otros balbucean su catecismo, era un joven bastante bonachón, con unas grandes manos terminadas en unos extraños dedos aplanados cuya visión causaba cierta incomodidad. Aunque no puedo decir que nuestro acompañante diera muestras de poseer una inteligencia particularmente brillante, hablaba un inglés muy correcto, estropeado sólo por un mal acento, y nos soportábamos aceptablemente bien. ¡Creo que tenía una opinión bastante buena de mí, lo que fortaleció mi posición única de mediador patentado del ejército inglés en el seno de las tropas de la Unión Soviética! Un día de enero de 1941, visité un campo improvisado donde los Ivanes -como se llamaba a los rojos- habían agrupado a un centenar de combatientes alemanes y extranjeros que habían caído en una zona pantanosa en la frontera ucraniano-búlgara. Me habían informado de que unos hombres de piel morena formaban parte del lote y de que su compañía tenía un tigre por emblema. Entre los prisioneros macilentos, ateridos de frío y muertos de miedo y de hambre, que estaban encerrados como animales en un campo fangoso bajo unos cobertizos de tela alquitranada, encontré efectivamente a un puñado de legionarios del Azad Hind Fauj, la denominación oficial del Ejército de la India libre creado bajo la égida alemana. Siguiendo mi costumbre y conforme a mi orden de misión, sometí a estos hombres a un completo interrogatorio y redacté una ficha en la que se recogían los datos biográficos que me habían comunicado. Su suerte dependería en gran parte de la opinión que me forjara de ellos. Si los consideraba simples soldados perdidos, que habían pasado, sin saber cómo, de las tropas de Montgomery a las de la división de choque Gross Deutschland, organizaría su retorno al país, donde serían encarcelados durante un tiempo antes de proceder a su reinserción en la vida civil. Si juzgaba, al contrario, que habían actuado por convicción política y que su inclusión en las filas enemigas no era sólo fruto de la mala suerte, les destinarían a las alambradas del Campo 20, un centro de jurisdicción especial instalado en la Gran Bretaña donde reagrupábamos y reteníamos en secreto a los opositores a la Corona. Allí se recluía tanto a prisioneros del Irish Republican Army, el IRA, como a espías nazis capturados en territorio inglés, cuadros nacionales del movimiento fascista de Oswald Mosley, traidores británicos enrolados en las SS y luego capturados en el frente Oeste o rebeldes iraquíes proalemanes del partido de Rachid Ali Al Qalaini.