En efecto, en unos instantes el barro se transformó en una costra dura, opaca, imposible de romper con el simple movimiento de los músculos de mi rostro. La oscuridad en que me encontraba ahora sumergido vino a sellar la fatiga extrema que ya privaba a mi cuerpo de todas sus fuerzas y actuó, al cabo de unos minutos, como un hipnótico. Cada vez más confusamente, oí en torno a mí palabras pronunciadas en voz baja en una lengua desconocida, frotamientos de piedras, tintineos metálicos también, vibraciones claras cuya procedencia no podía determinar pero que no consideré en absoluto amenazadoras. Darpán volvió a arrodillarse cerca de mí.
– Teniente David Tewp -dijo-, ahora será preciso que su espíritu participe en su liberación. Sé que esto no resultará agradable, pero es necesario que rememore el instante en que descubrió el vult en la habitación de la austríaca. El objetivo no es describir la escena, sino expresar las emociones, las imágenes que le asaltaron entonces. ¿Cree que podrá hacerlo?
Este recuerdo estaba todavía perfectamente fresco en mi memoria. Sin embargo, dudé antes de evocarlo, porque para mí era como hundirme en un pantano viscoso, en una turba fría, corrosiva, que atacaba al alma tanto como a la carne.
– Hable en voz alta -me animó Darpán-. Y no le importe cambiar de tema si siente ganas de hacerlo… Hable. Es todo lo que necesito.
Primero entre dientes, y luego de forma cada vez más clara, empecé, pues, a hablar. Al principio fue físicamente bastante duro, y tuve que recurrir a mis últimas reservas de energía para articular las palabras que acudían a mi mente. Luego, como una máquina en rodaje, mis mandíbulas se engrasaron, se calentaron, se pusieron a batir cada vez más rápido a medida que mi lengua palpitaba en mi boca. Las palabras que pronunciaba no tenían, sin embargo, nada de placentero, bien al contrario. Cuanto más profundizaba en el relato del instante del descubrimiento del cráneo de niño vaciado que contenía mi fotografía, más se azoraba mi espíritu, que debía utilizar términos espantosos para describir las negras emociones que crecían en mi interior y que parecían escapar de mi cuerpo como las columnas de humo de un montón de cenizas. Hablé de estos vapores oscuros que mi imaginación me invitaba a ver surgiendo de mi piel en finas cintas que se enredaban poco a poco en torno a mis miembros, en torno a mi pecho y mis riñones, para finalmente tejer una ganga dura de tejido rígido, almidonado y crujiente, un caparazón estrecho, un capullo, un féretro más bien, donde debía pudrirme… Mi corazón se desbocó y se puso a latir al ritmo de una carga de caballería, mientras una gigantesca oleada de angustia ascendía de lo más profundo de mi ser.
Como lobos saliendo de un bosque, surgieron entonces todos los miedos, todo el malestar, todos los terrores que había sentido en el curso de mi vida. Nada se me ahorró: hasta la menor de mis pesadillas, hasta la más ínfima parcela de miedo, se me hicieron presentes. Esto duró mucho tiempo, tal vez tanto como el que se necesita para que se represente una mala obra de teatro hasta su última réplica. Yo ya no sabía siquiera si hablaba o si me había encerrado en mí mismo, ahogándome en silencio en el seno de esta retahíla de horrores. Mi cuerpo, tenso, crispado, me dolía tanto como si me estuvieran despellejando vivo. Emití un largo grito de dolor y por fin perdí el conocimiento.
Recuperé el sentido cuando Darpán dejó caer sobre mis ojos unas gotitas de agua para humidificar los emplastos de barro que los tapaban. Rompió los sellos con los pulgares, y abrí los párpados. Una línea amarilla ascendía en el este por encima de los árboles, anunciando el alba. Ningún pájaro cantaba todavía. La brisa de la mañana pasó sobre mi cuerpo desnudo y me hizo estremecer. Sin embargo, me sentía mejor, y quise levantarme sobre los codos; ese leve movimiento hizo rodar al suelo los pequeños guijarros blancos que Ananda había alineado sobre mí al inicio del exorcismo. Uno de ellos cayó cerca de mi mano. Lo cogí entre los dedos. Ya no era blanco. Ni liso. Se había vuelto negro y carbonoso. Como un pedazo de lava. Todos.
– Las piedras centinelas han desempeñado bien su función -me dijo Darpán al tiempo que se arrodillaba a mi lado-. Han absorbido los mordiscos que el perro negro quiso propinarle al sentir que le perdía. El principio del mal que había entrado en usted ha sido retirado, oficial Tewp. ¡Ahora se encuentra en esto!
Darpán sostenía en la mano una muñeca de cera, en cuya masa pude ver incrustados los recortes de uñas que el brahmán me había pedido que le confiara la víspera.
– Hemos creado una distracción para el hechizo de Keller, Tewp. Ahora será este simulacro el que reciba y acumule las cargas negativas que ella le destina. Lo enterraré en un rincón de la jungla, en un lugar donde se descompondrá lentamente y donde todas las energías que contiene podrán diluirse sin afectar a nadie. Ahora sólo le resta dispersar por sí mismo los restos del vult en el río para poner fin a todo.
Y colocó en mi palma los fragmentos del cráneo infantil y los pedazos rasgados de la fotografía que me representaba, ingenuo y estirado, en las orillas del Hoogly.
– Haga un esfuerzo. Ahora puede levantarse sin ayuda.
La compasión no era la característica principal de Darpán. El brahmán no me ayudó a ponerme en pie. Con torpeza, pero asimismo con la satisfacción de percibir que un vigor nuevo recorría mis miembros, recuperé solo el equilibrio. No podía negar que mi piel todavía estaba en mal estado, que mi vientre y mis riñones seguían tan rojos como antes y aún me hacían sufrir, pero tenía la sensación de que sus grietas ya se estaban secando.
– Le daremos aceites para purificar su piel, pero no rechace las sulfamidas que seguirán prescribiéndole los médicos del hospital militar. Las dos medicinas no son incompatibles. Ahora deje de observarse y vaya a tirar al agua los objetos de la bruja.
Aún desnudo, temblando, sosteniendo entre las manos los restos parduscos del cráneo infantil, me acerqué solo hasta el borde de la isla. Madame de Réault, Ananda y Swamy habían desaparecido. Abrí mis palmas por encima de la corriente y dejé caer en ella los restos del fetiche. La lluvia de fragmentos desapareció en las ondas agitadas, hinchadas de oxígeno, que formaba el río en este lugar. Darpán se acercó a mí y me cubrió los hombros con una raída manta.
– Todo ha terminado. Me debe trescientas libras, oficial.
El inmutable pragmatismo del brahmán me hizo sonreír. En su calidad de sacerdote, no hubiera debido conceder ninguna importancia al dinero. Pero ése no era el caso, en absoluto.
– Swamy tiene en el bolsillo la cantidad convenida por sus servicios. Él le hará entrega de esta suma -le dije mientras recogía mis ropas y empezaba a vestirme.
Yo estaba extenuado, y sin duda no del todo lúcido, pero creí percibir cierta incomodidad en el Bon Po, como si aún tuviera algo que decirme pero no se decidiera a hablar. Pensé que no se atrevía a recordarme la otra parte del trato que habíamos cerrado.
– No he olvidado sus demandas sobre Keller, si es eso lo que le preocupa. No tema: le proporcionaré las informaciones que desea.
El rostro de Darpán, marcado con nuevas arrugas que se le habían formado durante la noche, revelaba una inmensa fatiga. E inquietud también.
– Sí, tenemos que hablar de esto cuanto antes… Pero antes debo confesarle algo. Algo grave.
Sentí que se me encogía el corazón. Por el tono que empleaba, supe que el brahmán no me iba dar ninguna noticia agradable. Mis hombros se encogieron, como para encajar el golpe. Continuó:
– Esta noche hemos fracasado, teniente Tewp. El exorcismo no está completo…
Me zumbaban las sienes. ¿De qué quería hablar ahora? ¿No acababa de decirme que todo había terminado? ¿Que la enfermedad iba a desaparecer?
– El exorcismo no está completo porque no he sido capaz de devolver el maleficio directamente al lugar de donde procede. Esto significa que la Keller se había preparado para un eventual retorno de su carga contra ella. Y a su vez confirma que posee grandes conocimientos en este campo. Conocimientos demasiado elevados para que dejemos que haga uso de ellos libremente…