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Garance de Réault me había hablado del impacto de retorno que mencionaba Darpán. «Mientras su obra no haya acabado, un hechicero está en peligro…», me había dicho la francesa.

Abandonamos la isla por el vado de piedras y volvimos a tierra firme sin decir palabra. Lentamente, el carbón de la noche se disolvía en cenizas grises. Ahora tenía que volver al hospital lo antes posible si no quería ser considerado como un evadido. Franqueamos la barrera de bambú por el sendero y desembocamos en el prado de hierba alta. Unas sombras enormes y silenciosas se movían en fila hacia donde estábamos. Nos apartamos para dejarlas pasar.

– Elefantes que los cornacas llevan al río para lavarlos a la luz del alba -susurró Darpán.

Sentadas a horcajadas detrás de las orejas de los enormes animales, unas finas siluetas adolescentes nos miraban mientras pasaban los animales. Era la primera vez en mi vida que veía a semejantes criaturas. Tendí la mano para rozarlas. Algo, un instinto, me empujaba a hacerlo. Quería apoderarme del extraordinario flujo de vida que las atravesaba. Una ola de calor, dulce, apaciguadora, me llenó a su contacto. Sentí que mi corazón reducía sus pulsaciones y, a este roce, mis angustias se diluyeron hasta desaparecer del todo.

– Estos animales son prisioneros y conservan muy poco de la auténtica fuerza que corre por el cuerpo de los animales libres. Imagine lo que podría sentir al acariciar a un elefante salvaje… -dijo Darpán, consciente de que este contacto, por furtivo que hubiera sido, habría actuado en mí como un bálsamo.

El convoy pasó dejando tras de sí un halo de cálida exudación, un gran soplo de vida que me fortificó tanto que no tuve que pedir ayuda a Darpán para atravesar el terreno baldío que aún nos separaba del camión. Madame de Réault, Swamy y Ananda nos esperaban allí, prudentes y con aire circunspecto, no sabiendo aún si debían entristecerse o sonreír. Los tranquilicé con unas palabras y luego conminé a Swamy a que nos llevara de nuevo a la ciudad lo más pronto posible. El caporal hizo bramar el motor mientras yo me instalaba en un banco de la plataforma.

– No sé si tendremos ocasión de volver a vernos en el curso de los próximos días -dijo Darpán-. De modo que quiero que haga esto: ponga por escrito todo lo que sabe de Keller. Mañana por la noche, Ananda irá a visitarle a su habitación y usted le entregará sus notas. Creo que por ahora debe acabar con el jueguecito de las salidas nocturnas clandestinas, al menos hasta que recupere oficialmente la libertad. Y además, necesita reposo. Volveremos a vernos en cuanto sea dueño de su tiempo.

– ¿Por qué está tan interesado en obtener información sobre esta chica? ¿Acaso es porque quiere apropiarse de sus secretos?

– No, señor Tewp. No es para apropiarme de sus secretos. Esta occidental, creo, es una puerta hacia otra persona. Por eso tengo necesidad de conocerla mejor.

– ¿Otra persona? Pero ¿quién?

– Un asesino de niños, señor Tewp. Sí. Un asesino de niños…

No me resultó sencillo volver a mi habitación del hospital militar. En primer lugar porque, a pesar del dominio que Swamy demostraba en materia de pilotaje, Daisy no era un vehículo con capacidades técnicas ilimitadas, y además y sobre todo, porque Nicol se había dado cuenta de mi evasión y estaba a punto de advertir a la policía militar.

– ¡Tewp! ¡No vuelva a darme un susto como éste! ¿Se da cuenta de la situación en que me coloca? ¿Y qué significa este uniforme? ¿Se ha convertido en coronel, ahora? ¡Sáquese esto inmediatamente, desventurado!

Había tenido que sufrir estoicamente la tempestad de reproches que el viejo médico había hecho llover sobre mí, antes de llegar a convencerle de que me ayudara a ocultar mi escapada y a distraer al guardia apostado a la entrada de mi habitación. En contrapartida, prometí contarle cómo los brahmanes me habían purgado de mi mal. El buen hombre sentía una insaciable curiosidad por estos temas y al parecer nunca dejaba escapar una ocasión de informarse un poco más sobre un campo que le fascinaba.

– Es cierto, sus llagas ya no supuran y la fiebre le ha remitido mucho -me dijo después de exhortarme a que volviera a mi cama-. Confieso que me resulta casi extraño constatarlo… Pero dígame, ¿ha podido ver a su tótem?

– ¿Mi tótem? ¿Qué es eso?

– Bien… Ya sabe… Es lo que explican todos los que viajan al país de los espíritus. Abandonan su cuerpo y viajan al astral, donde encuentran un guía personal que les ayuda a superar las pruebas. Un animal, a menudo. ¡Un tótem, vaya!

Sin duda debí de decepcionar mucho al capitán al admitir que nada de eso me había ocurrido. Ningún animal me había acogido en el mundo de los espíritus por la sencilla razón de que no recordaba en absoluto haber estado allí.

– Hum… Es porque la impresión ha sido demasiado grande. Su razón no podría soportar la revelación de todo lo que vio allí. Pero debería recordarlo en sueños…

Por más que repetí al capitán que tenía la certeza de no haber abandonado mi cuerpo para «viajar al astral», como decía, todo fue inútil. Como entusiasta lector de las obras del espiritista Alian Kardec, habituado a hacer girar las mesas, Nicol acumulaba un montón de ideas preconcebidas, y se negó a soltar su presa, hasta el punto de que su insistencia se estaba haciendo fastidiosa. De modo que decidí intentar una maniobra de distracción:

– Capitán, ¿ha oído hablar de asesinatos de niños recientemente?

Por desgracia, la estratagema no funcionó. Aunque poseía una naturaleza altamente permeable a los chismes y era un infatigable recolector de rumores, Nicol no había oído hablar de ningún asunto de este género.

– ¿Con qué me sale ahora, Tewp? ¿Asesinatos de niños? ¿Aquí? ¿En Calcuta? ¿En el barrio europeo? ¡Usted delira, amigo mío! Las muertes por homicidio entre los civiles son muy poco frecuentes, ¿sabe? Una cada cinco o seis años a lo sumo. Historias de maridos celosos o de mujeres engañadas, principalmente. A veces una riña de borrachos que degenera, pero nada más. Y entonces es Scotland Yard el que se encarga del asunto. Nosotros no. Pero muertes de niños… No. ¡Qué horror! ¿De dónde diablos ha sacado esta idea?

Fingí no haber oído la pregunta y preferí simular agotamiento, volviendo a tenderme y cerrando los ojos. Sin poder evitar refunfuñar por lo bajo, Nicol permaneció aún unos instantes junto a mí, y luego, tras comprender que no estaba dispuesto a continuar la conversación, abandonó la habitación un poco irritado. Me alegré de que se fuera, porque, aunque mi estado parecía mejorar, aún me sentía totalmente vacío de energías. Me invadió el sueño y me vi forzado a concederle unas horas antes de lanzarme a redactar la nota sobre Keller que Darpán me había pedido. Me hubiera gustado transmitirle todos los datos que el MI6 había recopilado sobre esta mujer, pero aventurarme a ir hasta el despacho de Gillespie para robar el expediente no parecía un objetivo razonable en mi situación. De momento, pues, el Bon Po tendría que contentarse con lo que podía proporcionarle. ¿Qué motivos le llevaban a perseguir a Keller? En el camión, durante el trayecto de regreso a la ciudad, él sacerdote no se había mostrado muy explícito al respecto.

– Desde hace algunas semanas corren rumores en Calcuta, teniente Tewp. Rumores que pretenden que una mujer blanca viene, de noche, a llevarse a los niños intocables que se resguardan para dormir bajo los montones de basura de la ciudad. Nadie vuelve a verlos. Nadie sabe qué ha sido de ellos. Tal vez no mueran. Tal vez sólo sean vendidos en la jungla o en las montañas, en el mercado de esclavos de alguna tribu perdida. O tal vez los encadenen en las bodegas de un carguero y los envíen a Europa o América. No lo sé… Pero si es Keller quien los captura, para ella misma u obedeciendo consignas de alguna otra persona, más valdría que estuvieran muertos; porque si esta mujer los utiliza para cometer actos de brujería, los someterá a ultrajes que les harán salir de la cadena de las reencarnaciones. Si los toca, estos niños abandonarán el ciclo del Samsara y su alma perecerá para siempre. Por miserable que sea, ninguna criatura merece algo así.