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I saw pale Kings and princes too,

Pale warriors, death-pale were they all;

They cried – La Belle Dame sans Merci

Hath thee in thrall! [6]

EL HOMBRE DE LAS GAFAS REDONDAS

La decoración se reducía al mínimo. Una gran mesa, sillas. Paredes desnudas, anónimas, sin cuadros, sin adornos, simplemente encaladas. Una bombilla de poca potencia colgaba del techo. Frente a la puerta por la que me habían hecho entrar había otra puerta de madera oscura. Yo estaba sentado, con los miembros libres de ataduras; pero tampoco las necesitaba. La manipulación que Ananda había operado sobre mí seguía produciendo su efecto. El hombre no me había golpeado, y sin embargo, me había dejado inerme, en un estado incapaz de extraerme de un profundo sueño. No sabía dónde estaba. Sólo sabía que el coche había circulado mucho tiempo y que luego me habían sacado de él sin miramientos para trasladarme a esta habitación, creo que sin hacerme subir ninguna escalera. De la casa donde ahora me encontraba sólo había atisbado a ver una fachada negra y una sucesión de pasillos vacíos, oscuros también. Me habían dejado solo. Sin cerrar la puerta con llave. En mi caso, la precaución era inútil ya que apenas conseguía contraer algunos músculos para no caerme de la silla. ¿Cuánto tiempo había durado aquello? ¿Una hora? ¿Dos? Incapaz de precisarlo. Finalmente sentí que recuperaba un poco de energía. En unos minutos, la sangre se puso a circular de nuevo por todo mi cuerpo, provocando dolores que me forzaron a levantarme y a agitarme para relajar mis miembros. Ése fue el momento que eligió Darpán para aparecer.

– Lo lamento, oficial Tewp. Creo que Ananda le ha causado un tormento mayor de lo que esperaba. Esto nos ha retrasado. A usted y a nosotros. De modo que tendremos que apresurarnos.

– ¿Apresurarnos? ¿Para hacer qué? -logré articular, a pesar de que mis mandíbulas estaban tan pesadas y mi boca tan pastosa como si un dentista me hubiera anestesiado para arrancarme un diente.

– En primer lugar, tranquilícese. No pretendemos causarle ningún daño, Tewp. Si ése fuera el caso, hubiera dejado que la Keller acabara su trabajo. Relájese y vuelva a sentarse en su silla.

¿Realmente tenía otra opción? Resignado, me senté de nuevo mientras el brahmán abría la puerta del fondo para dar entrada a cuatro hombres hindúes, vestidos con largas camisas que les llegaban a medio muslo, chalecos de colores y pantalones bombachos. El más pequeño de entre ellos era el único que no llevaba barba. Unas gafas redondas sobre una nariz corta. Poco pelo. Ligeramente rechoncho. Unos hermosos labios orlados. Y también un aire de intelectual… Había visto numerosas fotografías de este personaje desde mi llegada a las Indias. Me levanté para señalar de algún modo el respeto que imaginaba que le debía sin saber muy bien por qué.

– ¡Subhas Chandra Bose! -dijo Darpán-. ¡Netaji! ¡Nuestro guía hacia la libertad!

Mi cuerpo aún estaba jadeante, pero mi cerebro funcionaba bien. Tendí hacia Netaji una mano que él no cogió, contentándose con saludarme con una breve inclinación de cabeza antes de sentarse frente a mí.

– Señor David Tewp -dijo empleando el más distinguido de los acentos-, ¿sabe usted quién soy?

– Sé quién es, como también conozco sus ambiciones políticas sobre la India. Sí. Sé que sus preferencias se inclinan por los alemanes y los japoneses antes que por los británicos. Esto no le hace particularmente simpático a mis ojos, señor.

Bose se contrajo como si le hubiera lanzado un golpe. Se ajustó las gafas, acercándolas al máximo a sus ojos, y me observó un instante sin decir nada. Su mirada era intensa, directa. La sostuve.

– En cuanto vuelva a Delhi, sus camaradas de Scotland Yard o del MI6 me detendrán, oficial Tewp. Dentro de unos días. De unas horas tal vez. Quieren impedirme actuar. Muy especialmente durante la visita que su rey Eduardo ha tenido a bien hacer a las Indias. Y yo no me opondré. Sí, tengo intención de dejar que me lleven a prisión. ¿Sabe por qué, oficial Tewp?

No, yo no sabía por qué Netaji tenía intención de acceder sin rechistar a probar los calabozos británicos. ¿Tal vez alguien le había alabado las dulzuras de los «Adán y Eva en una balsa» o los «Zeppelin en las nubes»? Bromas aparte, desconocía las motivaciones profundas de este hombre y no tenía la menor intención de devanarme los sesos tratando de adivinar su naturaleza.

– Porque voy a confiarle una misión, teniente. Y sé que usted la llevará a buen fin por mí.

– Yo no trabajo para usted, señor. Y no adivino nada que pueda atraerme al campo de los sediciosos. Si espera convertirme en un agente doble, le prevengo que no dispondrá de muchos medios de presión para alcanzar sus fines. Tengo tan pocas dependencias como necesidades, mi familia es casi inexistente y tampoco arrastro deudas de juego que usted pueda satisfacer.

Netaji suspiró.

– ¿Tan torpes nos cree, oficial Tewp? Hay ojos que le observan desde su llegada. Numerosos ojos. Ojos masculinos, ojos femeninos y, ¿quién sabe?, tal vez incluso ojos de otra naturaleza. Sí, hemos tomado nota de sus costumbres, de sus inclinaciones, de su forma de actuar. Hemos comprendido qué le impulsaba a actuar, teniente. Y por eso justamente he querido verle, porque lo considero un hombre íntegro y porque sabe tan poco sobre sí mismo que incluso sería casi cómico si no viviéramos tiempos tan agitados. ¿Qué sabe usted exactamente de la mujer occidental Ostara Keller, señor Tewp?

¡Keller! ¡Otra vez ella! Darpán ya me había planteado esta misma pregunta.

– Keller es una agente del SD Ausland. Estos últimos días ha asesinado de un modo particularmente atroz a dos agentes del MI6 y, hace dos noches, a cuatro de los soldados que habían ido a arrestarla al Harnett. Creo que prepara un atentado contra una alta personalidad que se supone que acompañará al rey al margen de su visita a las Indias. Una persona que sin duda le es muy querida y cuya brusca pérdida podría conducirle a modificar ciertos proyectos de renuncia al trono. Si interroga a Darpán, tal vez le dirá también que esta mujer es…

– Netaji sabe que Keller es una especie de bruja, oficial -cortó el brahmán-. Pero no es eso lo que interesa ahora…

Frente a mí, Netaji colocó las manos bien planas sobre la mesa.

– Las conclusiones a las que ha llegado son interesantes pero erróneas, teniente. La mujer Ostara Keller es uno de los más brillantes elementos de los servicios secretos nacionalsocialistas. Ha recibido una formación excelente, se educó en parte en Estados Unidos, habla con fluidez varios idiomas y desde hace unos meses está ascendiendo cómo una flecha en la jerarquía del SD. Es también uno de los miembros fundadores del Ahnenerbe, una sección de las SS encargada de tareas que se apartan de las normas. Su oficial de referencia en Berlín es uno de los hombres de confianza de Heydrich, el Standartenführer Thörun Gärensen. Sin embargo, en contra de lo que piensa, Keller no ha viajado a las Indias para matar a Wallis Simpson, si es a ella a quien se refiere. Ha venido para protegerla. ¡En este sentido, Keller es su aliada!

Mis costillas se elevaron como después de oír un buen chiste. Era la última revelación que hubiera esperado oír. ¿Cómo podía tener Netaji la impudicia de pronunciar semejante tontería? Yo había visto con mis propios ojos cómo Keller daba muerte a unos soldados británicos. Había sufrido en mi carne sus infectas maniobras de envenenadora…

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[6] «Vi pálidos reyes, y princesas también, / pálidos guerreros, con la palidez de la muerte; / gritaban: ¡La Belle Dame sans Merci / te ha esclavizado!.»