– No juegue con las palabras, Bose. Darpán torturó al alemán -escupí con desprecio lanzando una mirada de odio al sacerdote.
Por más que este individuo me hubiera salvado y hubiera purgado el cuerpo del pequeño Khamurjee del veneno de serpiente que lo infectaba, ahora sólo sentía odio hacia él. La horrible escena orgiástica de la que, por azar, había sido testigo la víspera, ya me había infundido desconfianza hacia este hombre. Lo que luego había sabido de boca de madame de Réault no había hecho sino alimentar esta repulsión naciente. Y el espectáculo penoso que ofrecía ahora Erick Küneck había acabado por culminar aquella imagen odiosa del brahmán del turbante negro.
– Sí, le torturó -admitió Netaji-. Sin duda por malas razones y utilizando un pésimo procedimiento, se lo concedo. Pero para conseguir una buena pesca…
– ¿Le ha revelado el paradero de Keller? -le corté, de pronto interesado por lo que iba a revelarme el jefe del Partido Nacionalsocialista.
– Tal vez. Sin embargo, eso ya no es lo importante. Señor Küneck, ¿está en situación de repetir a este oficial inglés lo que nos ha estado explicando?
Por miedo ciertamente, y sin duda por lasitud, Küneck habló. Durante cerca de una hora, con voz débil pero firme, desgranó lo que sabía de la historia de Ostara Keller, de los objetivos de su misión, y relató cómo, bruscamente, la situación había dado un vuelco. Según él, Keller había sido enviada a las Indias a petición de Donovan Phibes, un informador inglés que colaboraba con el SD Ausland desde hacía mucho tiempo y en quien los alemanes tenían absoluta confianza. Ese hombre, Phibes, había advertido muy pronto a los servicios secretos de Heydrich de la llegada a Bengala de Simpson. Keller había sido destinada al lugar para estudiar sobre el terreno la posibilidad de eliminar discretamente a la americana. Allí había establecido contacto directo con Donovan Phibes, un funcionario que ocupaba un puesto de relevancia en la administración imperial. Éste había trabajado con ella para proporcionarle vías de salida del país en cuanto hubiera cumplido su misión. También le había procurado dinero, preparado apoyos diversos y proporcionado abundante información sobre los desplazamientos previstos de Eduardo VIII y su amante. Era un hombre terriblemente bien informado. Demasiado bien informado, incluso. Esto había alertado a Keller. Con Küneck, había dado vueltas al problema, examinándolo desde todos los ángulos posibles. Indicios, detalles, verificaciones, deducciones diversas habían acabado por poner a los dos espías en la senda de la verdad: desde el inicio, ellos habían sido unos meros peones. Desde el inicio, Phibes los manipulaba. Phibes -Keller había adquirido esta convicción- no se contentaba con asesinar a Wallis Simpson. Quería acabar también con Eduardo VIII, y que la responsabilidad por este doble asesinato recayera sobre los alemanes.
– Pero ¿por qué? ¿Por qué un inglés querría montar semejante maquinación?
– Para desencadenar cuanto antes una guerra con mi país -respondió el agente del SD en un estertor.
– Alemania aún no está preparada para la guerra, oficial Tewp -intervino Netaji, al ver que el prisionero estaba exhausto-. Llegará un día en que podrá desafiar a toda Europa. Llegará un día en que será bastante poderosa para eso, tanto que incluso también podrá ayudarnos en la lucha que mantenemos por nuestra independencia. Pero aún no ha llegado esa hora. Los más clarividentes entre los antiguos aliados, franceses, ingleses (incluso americanos), son perfectamente conscientes de esto. Para ellos, atacar a Alemania y derribar a los nacionalsocialistas antes de que sea demasiado tarde es la única forma razonable de evitar una nueva guerra larga, terrible, sin duda más sangrienta que el conflicto de 1914. Asesinar al rey de Inglaterra y hacer cargar con la responsabilidad al SD es una obra de gran patriota. Donovan Phibes es un gran patriota. Pero es nuestro enemigo. Porque si su proyecto triunfa, Alemania será vencida, el poder de Inglaterra quedará reafirmado por cincuenta años y la India no será libre antes del próximo siglo. ¡Lo paradójico de esta situación, teniente Tewp, es que nuestro enemigo es también el suyo, ya que Phibes proyecta asesinar al rey al que usted ha jurado fidelidad!
Los ojos fríos de Netaji se habían hundido en los míos como para hipnotizarme, y cual conejo fascinado por la serpiente, yo ya no podía moverme, ni siquiera podía pensar. Las revelaciones de Bose habían abierto una grieta en mis convicciones; o más bien una serie de grietas. Mis certezas no eran ya más que un vidrio frágil que se resquebraja bajo una repentina granizada. Ya no estaba seguro de nada. Este hombre podía haberme mentido, claro está. Podía haber drogado a Küneck para hacerle mantener un discurso acorde a su voluntad. O sencillamente haberle amenazado con seguir torturándole. Todo era posible. Sin embargo, la exposición de Bose era coherente. Un alto responsable inglés -del gabinete de Asuntos Exteriores, probablemente-, al tanto de la situación internacional, podía haber tenido la clarividencia necesaria para anticipar las consecuencias de un nuevo conflicto que enfrentara a Inglaterra y Alemania en el curso del próximo decenio. Después de dieciocho años de ocupación francesa, Berlín acababa de recuperar la cuenca industrial del Ruhr. Su aviación empezaba a desarrollarse de nuevo y había enviado a España un cuerpo expedicionario, simbólico pero eficaz, para combatir junto a las tropas antirrepublicanas. Industrial y operacionalmente, todo indicaba que antes de diez años Alemania volvería a estar en condiciones de inflamar el continente europeo. Que un hombre decidido conspirara para precipitar los acontecimientos y perforar cuanto antes el absceso del nazismo parecía, al fin y al cabo, plausible. Sin embargo, necesitaba otras pruebas antes de aceptar esta versión. Otras explicaciones…
– ¿De modo que Darpán secuestró a Küneck sin tener la menor idea de toda esta trama?
– Netaji ya se lo ha explicado, Tewp. Yo estaba interesado en Keller porque quería determinar las fuentes de sus conocimientos ocultos. Es una maga negra muy eficaz. Estoy seguro de que tendría muchas cosas que enseñarme. Pero de hecho, Küneck apenas sabe nada de los particulares talentos de esta mujer. En cambio, cuando le «interrogué», me reveló la existencia de Donovan Phibes y me explicó que el SD había aceptado la proposición de este último de eliminar a Wallis Simpson para que Eduardo VIII permaneciera en el trono. También me dijo que Keller había adivinado finalmente las motivaciones profundas del informador. Juzgué que esto era importante para la causa de la libertad. Hice avisar a Netaji y se lo expliqué todo. El ordenó entonces que curaran a Küneck y luego quiso verle a usted. Ya conoce lo que sigue.
– Pero usted sólo se basa en suposiciones y en las palabras de un hombre llevado al límite por los malos tratos que le ha infligido. ¡Ninguna prueba tangible apoya la tesis de un complot inglés para asesinar al rey con la colaboración de una asesina alemana! Y además, nuestros servicios estuvieron muy cerca de detenerla hace dos noches. ¡Lo sé porque estaba allí!
Oí suspirar a Bose, como si mi comentario le crispara los nervios.
– Claro que le enviaron a usted y no a cualquier otro al frente de un pelotón de incapaces -exclamó-. Hardens es, qué duda cabe, uno de los cómplices de Phibes. El se encargó de designar a un teniente ingenuo de poca monta y sin experiencia como usted para que capturara a una asesina del SD, llevando como refuerzo a un equipo de militares demasiado impulsivos para conducir esta operación correctamente. Frente a ella, su unidad no tenía, evidentemente, ninguna posibilidad.
– Pero ¿por qué demonios iba a proceder de ese modo?
– Para darle la impresión de que Keller se encontraba efectivamente acosada. Y de que usted encabezaba la caza -añadió Küneck, que se había rehecho un poco.