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– Me alegra constatar que por fin ha elegido en qué bando jugar, Tewp. Ha hecho bien en advertirme. Estábamos a punto de proceder a su eliminación. Espero que no nos dé la ocasión de aplicar esta directriz. En cuanto a estos hombres que se ocultan bajo el seudónimo de Phibes, me atrevo a esperar que nos dará sus nombres…

– Aparte de Hardens, no conozco a ninguno por su nombre -mentí-. Se presentaron bajo simples números, del 1 al 13. Pero no es eso lo que importa. ¡La información capital es que es a mí a quien han confiado la misión de eliminar al rey y a su amante!

– Lo he comprendido, Tewp. Y he comprendido también que usted se niega a cometer este crimen, ¿no es así?

– Así es. ¡Pero necesito su ayuda para neutralizar el complot de Phibes!

– ¿Mi ayuda, Tewp? ¿Para qué?

Describí para Darpán al monstruo de las Highlands que habían lanzado tras su pista y la de Keller. El dibujo que tracé de él no pareció impresionar excesivamente al brahmán.

– Por lo que dice, Tewp, deduzco que ese Diarmuid Langleton debe de ser un buen pedazo de hombre. Pero sólo está hecho de carne y de sangre después de todo. Tal vez sea eficaz y goce de la confianza del grupo Phibes, pero por el momento aún no me ha llegado ningún rumor concerniente a este personaje. Por ahora considérelo un problema menor, ¿quiere?

¿El gigante Diarmuid, un problema menor? Yo que lo había visto con mis ojos y había sentido las callosidades de sus enormes manos aplastándome la garganta, no estaba seguro de poder compartir el tranquilo optimismo de Darpán.

– ¿Un problema menor, dice? Tal vez podría ser sólo eso al fin y al cabo… A condición de que sepa utilizar tan bien, o incluso mejor que Keller, las artes negras -repliqué con cierta complacencia.

– ¿Qué quiere decir exactamente, Tewp?

De las páginas de un libro donde lo había intercalado con sumo cuidado, saqué un largo y delgado hilo de color cobrizo.

– Uno de los cabellos del escocés se quedó enganchado en mi chaqueta. ¡Si es usted realmente lo que madame de Réault afirma, tal vez pueda debilitar a este monstruo hechizándolo!

Estas palabras enardecieron al sacerdote. En un segundo vi cómo su rostro cambiaba y se iluminaba ante la perspectiva de poder ejecutar su obra mortífera. Un hueso rebosante de médula lanzado a un perro famélico no hubiera producido más efecto.

– ¿Desde cuándo posee esta reliquia?

– Alrededor de setenta y dos horas. ¿Es importante?

– ¿Tres días? ¡Es perfecto! ¡Más que perfecto! ¿Quiere confiarme este fragmento, Tewp?

No sin cierta repugnancia, volví a colocar el cabello entre las páginas del volumen y tendí el libro a Darpán, que rápidamente lo hizo desaparecer bajo su ancho cinturón.

– Página 51 -precisé.

– Por monstruoso que sea, a partir de este momento este hombre ya está vencido -aseguró Darpán-. ¡El brazo armado de Donovan Phibes está a punto de ser cortado! Buen trabajo, oficial Tewp. ¡Ha demostrado poseer un gran sentido de la oportunidad! Netaji tenía razón al depositar su confianza en usted.

Preferí no responder e insistí en el problema Keller. Esta mujer estaba ahí, muy cerca, seguramente todavía en la stupa de los Galjero. ¡Y había un niño con ellos! Una criatura flaca y vestido con harapos, seguramente un chiquillo de los barrios bajos. Tal vez uno de esos que habían desaparecido sin dejar rastro y sin que nadie se preocupara realmente por su suerte…

– Me doy cuenta de que adivina y teme lo peor, oficial Tewp -dijo Darpán acariciándose la barba después de que yo hubiera llevado la conversación hacia este tema-. Y creo que tiene razón, porque yo también siento lo mismo… Si no hubiera hecho creer a Phibes que accedía a entrar en su juego, la presencia de Keller aquí hubiera representado una baza importante para nosotros, ya que ella lo hubiera intentado todo para proteger al rey y a su amante.

Pero ahora que sabemos de-dónde partirá el ataque que planean los conspiradores (es decir, de usted, Tewp), esta mujer ya no es útil a nuestra causa. Incluso sería prudente eliminarla cuanto antes para evitar que caiga en manos de los esbirros de Donovan Phibes. Porque preveo, evidentemente, que el escocés no es su único asesino en liza…

¿Eliminar a Keller? Sí. Aquello me parecía bien. Deseaba acabar con ella de una vez por todas. De hecho, eso formaba parte de mi plan general. Porque unas horas antes había encontrado por fin la solución a todos mis problemas. Durante ese vértigo que me había atacado hasta el punto de hacerme caer, había recibido como una iluminación, una revelación. En realidad, la vía de salida de ese maelstróm en que me había visto sumergido era tan simple, tan infantil, que a fin de cuentas incluso era normal que la hubiera descubierto antes. Estaba rodeado de enemigos por todas partes. Luciera lo que hiciese, tomara el partido que tomase, tropezaba con obstáculos imposibles de salvar, con contradicciones, con peligros innumerables e intereses definitivamente antagónicos. ¡El único modo de resolver estos conflictos era jugar solo contra todos! Donovan Phibes era un enemigo igual que lo eran los sanghatanistas. Había que abatir a Keller. A Hardens también. ¡Y a Darpán tanto como a Diarmuid! De un modo u otro, todos conspiraban. ¡Y todos debían ser neutralizados! ¡Era tan fácil como eso! Pero ¿cómo conseguir un éxito completo si no era utilizando las fuerzas de los unos para abatir a los otros? Sin duda, era una táctica excesivamente peligrosa, pero también eficaz y rentable. Por eso había pedido a Swamy que localizara a Darpán. El brahmán era la primera pieza que quería mover sobre el tablero bengalí. Sí, había encontrado la solución: ¡para vencer, debía rechazar obstinadamente el papel de peón que todos querían asignarme y reclamar el dominio de la totalidad del juego! Ya era capaz, gracias a la feliz casualidad que había hecho que el gigante de las Highlands depositara un poco de sí mismo sobre mi chaqueta, de utilizar al brahmán contra el escocés. La maniobra pronto daría sus frutos, de eso no me cabía ninguna duda. Pero no debía detenerme ahí. Darpán era una figura temible. La única tal vez, con excepción de Diarmuid, que podía enfrentarse eficazmente a Keller. Convenía aprovechar esta ventaja para lanzarlo también contra la austríaca.

– Sé cómo Galjero pasa al otro lado de la cortina de espinos que protege la stupa -murmuré al Bon Po en tono confidencial-. Aún faltan dos horas para el alba. Podemos tratar de penetrar en la torre. ¿Qué me dice?

Pero Darpán no mostró mucho entusiasmo. Evidentemente, quería saber qué hacían exactamente los Galjero, Simpson y Keller en este lugar, pero percibí que tenía ciertas reservas sobre mi plan que se resistía a formular. Tuve que insistir para que consintiera en hablar.

– ¿Visitar la torre? Sí… Pero no espere que sea fácil, Tewp. Sin duda está protegida de un modo que usted no puede siquiera imaginar. Si no estoy equivocado, esta construcción es un templo. ¡Un templo! ¿Sabe qué oculta en realidad esta palabra aparentemente inocente, Tewp?

No estaba seguro de comprender al brahmán. ¿Me estaba planteando una verdadera pregunta, o trataba de librarse de una aventura que le asustaba?

– ¡Un templo no es una construcción corriente, Tewp! ¡Es un lugar donde se convocan y se arremolinan fuerzas bien reales! Si penetramos en esta torre, tendremos que hacernos aceptar por las energías que contiene, o bien combatirlas y vencerlas. No es una excursión que se improvise. Se necesita tiempo, meditación, ritos, ayudas…