– Se diría que… -resopló Darpán señalando las órbitas del cadáver, que es oro -proseguí yo, incrédulo-. ¡Han vertido oro fundido en sus ojos!
Furiosamente, tiramos de otras anillas y sacamos a la luz otros cadáveres igualmente resecos. ¡El subsuelo de esta torre era una necrópolis de niños cuyas cavidades oculares habían sido saturadas de oro líquido!
Era la primera vez, desde que lo conocía, que me pareció ver que Darpán perdía el control de sí mismo. Su mirada pasaba de una a otra de las momias, tratando de comprender qué habían hecho realmente con estos desventurados niños. No era necesario que me lo confesara para constatar que este macabro hallazgo le sumergía en abismos de perplejidad.
– ¡Desconozco el rito que se ha practicado aquí, oficial Tewp! Desconozco la práctica y desconozco la finalidad. A decir verdad, nunca había visto nada semejante…
– Pero estos cadáveres son antiguos -le hice notar-. Datan de varios siglos al menos. Vea si no lo resecos que están. Sólo el tiempo ha podido hacerlos tan quebradizos.
– Se equivoca, Tewp. Son muertos recientes. Muy recientes. Mire éste…
Su mano tendida señalaba un cuerpo que no era el de un niño, aunque poseyera su delgadez. Era un cadáver de mujer, de muchacha. Aunque había muerto desnuda, aún llevaba en las muñecas y los tobillos unos brazaletes brillantes con campanillas. ¡Ningún rastro de corrosión deslucía estas joyas, cuyos motivos y ornamentos eran idénticos a los que había visto adornando los cuerpos de las bailarinas Rajiva y Madurha!
– ¡La reconozco! -exclamé-. ¡Es una de las cortesanas que el sultán Muradeva ofreció a Simpson como presente! ¡Vi cómo los Galjero la traían aquí, a ella y a una de sus compañeras, hace cuatro noches!
Fuera de mí, me precipité hacia los otros cuerpos para examinarlos mejor. Muchos no eran más que un amasijo de cenizas, irrisorias contracciones de seres humanos que una combustión sobrenatural había achicado y desarticulado hasta el punto de convertirlos en grotescos peleles, secos y ennegrecidos. Pero en algunos de ellos, el infernal procedimiento de desecación que habían empleado para drenarlos de todos sus fluidos no había sido suficiente para borrar todos los detalles de algunas prendas de ropa que todavía conservaban.
– ¡Mire estos fragmentos de tejido! -le señalé a Darpán mientras se deshacía entre mis dedos la trama de una tela gruesa- ¡Se parecen a los que llevan los niños recogidos en Thomson Mansion!
Y por desgracia, ¡así era! A la luz de la antorcha que el brahmán colocó entonces a mi lado, reconocí sin asomo de duda los bordados de los uniformes de la primera promoción Galjero, el grupo cuya foto había visto en el despacho del desventurado archivista Blair, el mismo al que pertenecía el hijo único de la viuda herborista que Swamy y yo habíamos encontrado en los barrios bajos. ¿Qué suerte se había reservado a estos niños? ¿Y por qué habían conservado sus cuerpos de este modo? Con la garganta seca y la mente y el corazón convulsos por el descubrimiento que acabábamos de hacer, me volví hacia Darpán. Su rostro tenso parecía haberse cubierto repentinamente de sudor, y el tono de su piel había pasado del pardo al gris.
– Debe de haber algo más -dijo entre dientes-. Una razón que explique por qué les han hecho esto. ¡Justamente aquí, en este lugar! ¡Busque, Tewp! ¡Busque!
Buscar, sí, pero ¿qué? Darpán ya había dado la vuelta a la sala sin obtener ningún resultado. ¿Cómo se suponía que iba a descubrir algo, cuando me había mostrado incapaz de distinguir una escalera que se abría a mis pies?
– Otro guardián. ¡Siento que hay otro guardián que nos impide ver! -aulló casi el Bon Po, al borde de una crisis nerviosa-. Hay que encontrarlo y destruirlo para poder avanzar. ¡Es la única solución!
Yo no sabía de qué estaba hablando, pero no me quedaba otra alternativa que seguirle. El sacerdote se puso a palpar frenéticamente los muros con manos temblorosas, rozando la piedra en busca de una abertura o de un mecanismo oculto. Pero el registro no duró mucho tiempo. Sumergido en una especie de trance, a Darpán le bastaron unos minutos para encontrar lo que buscaba. En la palma de su mano sostenía una piedra, un simple guijarro gris, de dimensiones muy pequeñas, redondo y sin ninguna marca, que había sacado de algún intersticio entre dos peldaños.
– Es esto -anunció sin siquiera mirarme- ¡Esto protege el lugar! Mientras esté viva, no podremos ver lo que realmente se oculta aquí…
¡Una piedra viva! Aunque aquello superara toda comprensión, ya no me sorprendía una nueva locura después de haber sufrido en mi carne la horrible realidad de un hechizo y de haber visto con mis propios ojos cómo se retiraban unos espinos después de una sencilla amenaza del sacerdote. En cualquier caso, Darpán ya había sacado su daga de dos hojas del cinturón y raspaba la superficie del guijarro con la punta.
– La piedra está hueca. Contiene un líquido en su interior, que recibe el nombre de condensador. El vult que Keller había elaborado para matarle también contenía uno, recuérdelo.
¡Cómo podía olvidarlo! Aparte de mi fotografía, mis papeles oficiales y un puñado de cabellos, el cráneo preparado por la austríaca contenía una especie de aceite conservado en una ampolla de vidrio.
– Tewp -prosiguió Darpán con una voz sin entonación-, tendremos que actuar deprisa. ¡Si quiere tener una oportunidad de salir vivo de este lugar, tendrá que respetar escrupulosamente mis instrucciones!
El rostro del brahmán estaba cada vez más crispado. Podía percibir cómo una gigantesca tensión crecía en su interior, una tensión que resonaba también en mí y que me hacía castañetear los dientes de miedo.
– Para desactivar esta piedra guardiana es necesario practicar un sacrificio. Podría conseguirlo sin necesidad de recurrir a ello, pero me llevaría tiempo. Mucho tiempo. Rituales repetidos como mínimo a lo largo de una luna. Y esto no es posible ahora. Sólo me queda el método intenso. Lo que, si no causa mi muerte, al menos me dejará sin capacidad de reacción durante un cierto tiempo. Le seré franco, teniente: no sé exactamente qué ocurrirá una vez haya abierto esta piedra y derrame su contenido en el suelo. Experimentaré una conmoción, eso es evidente. Y tal vez también le afecte a usted, aunque, de todos modos, es poco probable. Haga lo que haga, cualesquiera que sean los síntomas que experimente, aunque sean espectaculares, no se preocupe por mí, perdería el tiempo. En lugar de eso, será mejor que empiece a buscar por los pasillos. Creo que hemos pasado ante la entrada de un tercer pasaje, que se le revelará una vez que el guardián haya sido desactivado. Regístrelo y encuentre lo que hay que encontrar… Luego, no sé… deberá improvisar. Si aún soy capaz de hacerlo, le ayudaré lo mejor que pueda. Elimine a Keller y a los Galjero. Alerte incluso a las autoridades británicas. Ahora ya dispone de suficientes pruebas para eso.
Antes de que pudiera hacer o decir nada para oponerme a su plan, la mano de Darpán golpeó la piedra con la punta de la daga en un lugar donde la vi hundirse casi sin resistencia a través de una especie de tapón de cera. Del orificio abierto salió entonces un olor infecto, casi corrosivo de tan intenso. Instintivamente retrocedí. Darpán, en cambio, se puso en tensión y, con un gesto decidido, volvió del revés el guijarro, del que cayeron lentamente al suelo unas gotas de un líquido claro. El brahmán agitó la piedra para asegurarse de que estaba totalmente vacía y luego la lanzó con todas sus fuerzas contra el rostro de la estatua de la diosa Durga, donde literalmente explotó en una nube de polvos cortantes.