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– ¡No sabía nada de todo eso!

– Normal, eso no se enseña en los libros de historia. Existe la historia oficial y la historia íntima. Los grandes de este mundo son como nosotras: débiles, vulnerables y, sobre todo, sobre todo, están solos.

– ¡Hasta las reinas! -murmuró Joséphine.

– Sobre todo las reinas…

Se sirvieron una última copa de champán. Shirley dejó la botella en la cubitera y, percibiendo una estrella fugaz, dijo a Jo: «¡Pide un deseo, deprisa, deprisa, he visto una estrella fugaz!». Joséphine cerró los ojos y pidió que su vida continuara yendo hacia delante, que nunca volviese a caer en el embotamiento pasado, que los miedos se borrasen y dejaran su lugar a una nueva llama. Y después añadió por lo bajo, muy bajo: «Que tenga la fuerza de escribir un nuevo libro sólo para mí… Y Luca también, estrella fugaz, consérvame a Luca».

– ¿Cuántos deseos has pedido, Jo? -preguntó Shirley sonriendo.

– ¡Un montón! -exclamó Joséphine riéndose-. Estoy tan bien aquí, me siento tan bien. Gracias por habernos invitado… ¡Qué hermosas vacaciones!

– Supongo que sabes que no te he contado todo eso para darte una lección de historia.

– Te vas a reír, pero estaba pensando en Alberto de Mónaco y su hijo ilegítimo.

– No me río para nada, Jo… Yo soy una hija ilegítima.

– ¿De Mónaco?

– No… De una reina. Una reina magnífica que vivió una historia de amor muy hermosa con su gran chambelán. No se llamaba John Brown, se llamaba Patrick, también era escocés y era mi padre… A diferencia de John Brown, era muy discreto. Nadie supo nunca nada. Y cuando murió, hace dos años, la reina no perdió la cabeza. Permaneció mucho tiempo con una mirada apagada, perdida, pero nadie supo nada…

– Lo recuerdo, habías vuelto de vacaciones muy triste…

– A finales de 1967, cuando la reina se dio cuenta de que estaba embarazada, decidió conservarme. Es una mujer muy testaruda, muy voluntariosa. Amaba a mi padre. Amaba la presencia dulce y atenta de ese hombre que la amaba como mujer y la respetaba como su reina. También es una excelente amazona y tú sabes que las mujeres que practican mucha equitación tienen músculos de bailarina, abdominales tan fuertes que pueden disimular un embarazo sin que nadie sospeche nada. Tres semanas antes de dar a luz, mi madre tomaba el té con el general de Gaulle en el Elíseo. Tengo fotos de ese encuentro. Ella lleva un vestido turquesa, en ligero trapecio, ¡y nadie pudo adivinar que estaba en vísperas de un feliz acontecimiento! Nací en Buckingham Palace, por la noche. Fue mi padre el que trajo a su madre para ayudar a mamá. Mi abuela me llevó entonces entre sus brazos esa noche y mi padre me reintrodujo en palacio, un año más tarde, explicando que yo era su hija y que estaba solo para educarme… Crecí en las cocinas y en el office. Aprendí a andar en los inmensos pasillos tapizados en tela roja. Yo era la mascota de palacio. Trescientos criados viven allí durante todo el año y hay ¡seiscientas habitaciones para hacer el loco y esconderse! No era infeliz. Puedo decírtelo sin mentir: yo sabía que ella era mi madre y, el día que cumplí siete años, cuando mi padre me reveló todo, no me sorprendí en absoluto. Como era el gran chambelán, yo no necesitaba pedir audiencia para verla y la veía cada mañana, en su habitación. La forma en cómo se comportaba conmigo probaba que me amaba por encima de todo. Yo tenía una gobernanta, miss Barton, a la que quería mucho y a quien hacía mil y una barrabasadas. Vivía en un apartamento de palacio junto a mi padre. Iba al colegio, era buena estudiante. Tenía, además del colegio, un preceptor que me enseñó francés y español. ¡Estaba muy ocupada! Cuando cumplí quince años, las cosas empezaron a complicarse. Empecé a salir, a besar a los chicos, a beber cerveza en los pubs. Incluso aprendí a escaparme de casa… Una mañana, mi padre me dijo que iba a enviarme a Escocia a terminar mis estudios en un internado muy elegante. No nos veríamos más que en verano. No entendí por qué me alejaba y me enfadé con él… Me convertí de la noche a la mañana en una auténtica rebelde. Empecé a acostarme con todos los chicos con los que me cruzaba, me drogaba, robaba en las tiendas, proseguía mis estudios a trancas y barrancas y no sé cómo pude dejar el instituto con mi diploma bajo el brazo. Con veintiún años, me quedé embarazada. Se lo oculté a mi padre y di a luz a Gary en el hospital. El padre de Gary era un estudiante muy guapo, encantador, que, al anunciarle su futura paternidad, me declaró fríamente: «Eso es problema tuyo, querida». Ese verano, cuando llegó papá, tenía a Gary entre mis brazos. El nacimiento de Gary fue un verdadero golpe para mí, era responsable de alguien. Le pedí a mi padre que me hiciese volver a Londres. Me buscó un pequeño apartamento. Y después, un día, lo recuerdo bien, fui a palacio a presentar a Gary. Mi madre se mostró a la vez grave y emocionada. Intuía que ella me reprochaba el haberme portado mal y que se sentía conmocionada de verme con Gary. Me preguntó por qué había hecho eso. Le dije que no soportaba haber sido alejada de ella. La ruptura había sido demasiado brutal. Fue entonces cuando tuvo la idea de contratarme como guardaespaldas y de hacerme pasar por una de sus empleadas…

– ¡Y así fue como te vi en la tele!

– Aprendí a defenderme, a luchar, me desarrollé… Ya era alta y bien formada, me convertí en una campeona de artes marciales. Podía cumplir mi papel sin que nadie tuviera la menor sospecha de mí. Todo hubiera ido muy bien si no hubiese encontrado a ese hombre.

– ¿El hombre de negro sobre el felpudo?

– Me enamoré completamente de él y, una noche, le confié mi secreto, le quería tanto, quería que nos escapáramos juntos, decía que no tenía dinero, confié en él, y ese fue el principio de todos mis problemas. Ese hombre, Jo, es un hombre lamentable pero tan seductor. Es mi lado oscuro. Y físicamente… Lejos de él, puedo resistirme, pero cuando está, puede hacer de mí cualquier cosa. Muy pronto me chantajeó y me amenazó con revelarlo todo a la prensa.

Eran los tiempos de Diana, los años escandalosos, horribles, Annus Horribilis… ¿Recuerdas? Tuve que prevenir a mi padre, que habló con mi madre, e hicieron lo que hacen todas las cortes reales que quieren evitar que se propague un secreto: compraron su silencio. Una renta mensual de treinta mil euros para que callase. A cambio, prometí expatriarme, cambiar de nombre, no volverle a ver nunca más. Fue en ese momento cuando llegué a Francia, a tu edificio. Cogí un plano de París y sus alrededores, abrí mi compás, lo planté al azar y caí sobre nuestro barrio. Durante las vacaciones, íbamos a Inglaterra, yo seguía siendo un agente secreto cercano a la reina o a la familia real. Así fue como tomaron fotos de Gary con Guillermo y Harry, ya conoces aproximadamente el resto…

– ¿Gary también lo sabe?

– Sí. Hice como mi padre. Cuando cumplió siete años, le dije la verdad. Eso nos acercó mucho y le hizo madurar. Lo que existe entre nosotros es indestructible…

– Y el hombre de negro ¿no te va a perseguir?

– Tras su paso por París, advertí a Londres, y le presionaron. También tiene miedo, ¿sabes? Miedo de perder su renta vitalicia, miedo de los servicios secretos. Los accidentes existen. No creo que vuelva a importunarme, pero prefiero poner la mayor distancia entre nosotros, por mi seguridad y también para olvidarle. He decidido pasar página. Por eso esta noche te lo cuento todo. Su visita a París fue la gota que colmó el vaso. Comprendí que ya no dejaría que me aterrorizase y cuando se fue, a primera hora de la mañana, sólo sentí un inmenso asco, el asco de haberme dejado manipular durante años…

Miró las estrellas y suspiró:

– Ahora voy a tener todo el tiempo para hablarles.

– Me enviarás a Gary en vacaciones y a las niñas también, si quieren… Y después, en junio, cuando llegue la selectividad, ¿podré ir y quedarme en tu casa para estar con él?