Voy a pedirle a Aldo que vayamos, aunque sea un momento, aprovechando que tiene su motora en el embarcadero, a aquel lugar preciso donde, en una góndola anónima, yo supe con una vehemente certeza inconmovible, que mi vida era ya de él… De él, que lo llamó un día nuestro altar y nuestra cama de bodas.
Quiero ratificárselo esta noche. Antes de que mañana -o mejor, dentro de muy pocas horas- salgamos de Venecia… ¿Hacia dónde?
EPILOGO DE LA EDITORIAL
Hasta aquí llega el contenido de estas libretas escolares, en las que volcó su inteligencia y su sentimiento Deyanira Alarcón, durante casi un estremecido y estremecedor año.
Poco tiempo -menos de una hora- después de escribir las últimas frases, Deyanira Alarcón y su amante fueron tiroteados y asesinados en el lugar de la Giudecca al que se dirigieron. Sus cuerpos tardaron algún día más de lo imprescindible en ser recuperados. Nadia Petacci, que fue quien nos remitió Los cuadernos de agua, como los tituló, con ironía, Deyanira, advirtió a las autoridades del lugar desde el que los amantes se habían propuesto ver, por última vez, Venecia. Sin saber que morirían en él. El envío nos lo hizo desde fuera de Italia, después de que se lo devolviera la editorial Proteo, y por indicación de la traductora al griego de Deyanira Alarcón, Irene Lyttra.
Acompañaban al texto unos recortes de periódicos y unos vídeos televisivos. Eran la prueba de que, aunque algún tiempo después de lo calculado por los protagonistas, estalló el escándalo que había provocado su muerte. Esta, por tanto, no cayó en el vacío, y sirvió para iluminar otras muchas vidas.
La conocida novelista actuó por tanto, al final, como la diosa Nike, la Victoria que, para quedarse con los humanos, se despojó de sus alas y de su gloria luminosa, convirtiéndose así en la Nike Áptera, la Victoria sin alas. Alucina comprobar, en este libro, cómo alguien que cree huir de su destino, cumple el que era su destino verdadero. Deyanira Alarcón, que había renunciado a escribir más, para morir de su propia muerte tuvo que vivir, sin escribirla, su última novela.
Esperamos que el libro que aquí concluye produzca el mismo efecto, no mortal sino enriquecedor. Y que los nombres enamorados de Deyanira Alarcón y de Aldo Ucceli sean recordados con amor. Y entrelazados públicamente, como fue su secreto deseo. Auferat hora duos eadem.
Antonio Gala