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Pero, aparte de esa gimnasia, existe lo que se llama la emoción. Creo que hay mujeres que han sentido, con más fuerza que ningún otro, orgasmos puramente emocionales. Sin necesidad de penetraciones, sobos, contactos, besos rechinados o ensalivados, ni otras majaderías. Sin necesidad tampoco de una inmersión metafísica en otro mundo. Ni de que la luz que emana la cabeza del otro vaya a la suya y la deslumbre… Sencillamente arrebatadas y muertas de deseo. Yo no he tenido en mi perra vida esa divina suerte.

Y es que nosotros, la verdad, hemos abandonado mucho la importancia del sexo. Me estoy poniendo un poco doctoral y bastante ordinaria, pero como no me oye nadie… Alardeamos mucho, pero jodemos poco. Estudiamos el sexo con minuciosidad, pero jodemos poco. Hacemos descubrimientos que nuestros predecesores no necesitaban, pero jodemos poco. Históricamente, en nuestro mundo, el sexo significaba peligros y amenazas, sevicias, malos modos y fuente de enfermedades múltiples y vergonzosas, y eso que jodemos poco. Ahora los anglosajones protestantes han descubierto sus virtudes sanatorias: las del sexo, no las de ellos. Por lo visto, el orgasmo cicatriza las heridas y calma el dolor de muelas, la masturbación reduce las depresiones, las erecciones mejoran la mayoría de las artrosis y de las jaquecas… Pero seguimos jodiendo poco. Es cierto que ha adquirido una calidad recreativa, lejos de las argucias de la reproducción y de las trascendencias ficticias del amor; cierto también que se ha convertído en una fuente de normalidad y de salud, y que a la gente ha acabado por importarle un pito el desarrollo de la especie. Pero, a pesar de todo, se jode poco. Incluso sabiendo, como sabemos, que se consumen 200 calorías por orgasmo, lo que equivale a correr 30 minutos; que mejora el funcionamiento del corazón, de la tensión arterial, de la próstata, y que previene el cáncer de mama; que es un pasatiempo simpático e intrascendente, y tan saludable como el aire del campo no viciado o el pesadísimo método de pilates. Y, sin embargo, jodemos poco: ésa es la triste y última verdad.

Y es difícil que a otra actividad humana se le otorguen tantas facilidades. Fuera de determinadas mitificaciones que, más que nada, sirven para que las madres embriden a sus hijos. (Recuerdo que al Casanova de esta ciudad, las madres que ya habían gozado con él, se lo llevaban a las hijas para que no se perdiesen semejante acontecimiento. ¿Sucedería ahora? Ahora ni se pone en práctica el refrán de si tienes potros, suéltalos; si tienes yeguas, guárdalas.) Pese a mi experiencia, los hombres primitivos actuales y las mujercitas actuales y primitivas siguen dando valor a la rotura del himen, a las sábanas ensangrentadas, a la desfloración, al sufrimiento que la virgen padece, a toda esa parafernalia teatral de un coño que se abre por vez primera para recibir a una polla con bombos y platillos, con ayes y con quejas. Y que pone la mano abierta a continuación para recibir el contrato matrimonial, una bella y cómoda paga, o un agradecimiento rendido de por vida. Verdaderamente un timo; para mí por lo menos, que ni siquiera me enteré de nada. Es de esperar, a cambio, que hoy, como con los muebles, los buenos coches, los buenos cuadros, los experimentados coños de segunda mano o de segunda lo que sea, hayan ganado en prestigio. Como las antigüedades, los edificios rehabilitados, los remakes del cine, el retorno de grupos y éxitos musicales, las conmemoraciones omnipresentes, la boga del grungey sus herederos… Tal conjunto forma parte del estilo de un mundo al que es de esperar que le produzca alipori desvirgar a una novia. Sobre todo si se la desvirga como hicieron conmigo… Muy bien, pues pese a tanta oferta y a tan tentadoras rebajas, sigue jodiéndose insuficientemente.

Me gustaría defender el sexo -pero ¿ante quién?- de los numerosos detractores que aún hoy en día tiene. Con un móvil, no telefónico sino sexual, parece que se cometen casi todos los crímenes. Sólo el dinero lo supera. Pero siempre con protagonistas masculinos. Las mujeres no llegamos nunca a esos excesos de tan poca monta: no arriesgamos por ellos nuestra libertad ni nuestra integridad. Aunque, con vergonzosa frecuencia, somos las que sufrimos las consecuencias de los machos descalificados. Y aunque lo cierto es que, en la naturaleza y en el mundo animal, gozamos de egregios ejemplos de lo opuesto. El más conocido es el de la santa teresa, la mantis religiosa, que agarra al macho, se lo tira y después lo devora en un suculento e incomparable banquete nupcial. Ésa es su manera de corresponder, con naturalidad, a los cortejos, ceremoniales, rituales y preparativos que preceden a la fornicación. Yo lo aplaudo: si hay algo que celebrar, que lo celebre la que va a procrear; por muy poco interés que yo sienta por la reproducción en general, y en especial por la de ese no feo y verde insecto en oración.