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Bianca la interrumpió, siempre más simplificadora e inmediata; yo tenía buenas pruebas:

– Ya sé que te gustó. Me lo dijiste. A mí, también. Pero yo no lo dije, lo demostré. A pesar de todo, no hemos conseguida ayudarla… -Se dirigió a mí-. Nos has hecho fracasar, y eso no te lo perdonamos… Mira, Deyanira, nosotras somos unas desfamiliadas. Somos las nietas de aquellas generaciones de los hippies que se fueron a Goa o a Katmandú o a Ibiza, con sus comunas a cuestas… Debió ser tan ideal mientras fue posible… Las dos llevamos en la sangre el fervor de la vida.

– De una vida ligera, no vayas a pensar… Porque tú siempre estás pensando y poniéndote en lo peor.

Bianca concluyó la idea:

– Eso es lo que queremos que hagas con nosotras: ponerte en lo peor.

Me eché a reír de nuevo.

– No, no te rías. Lo que acaba de decir Bianca es la pura verdad. ¿Qué hacemos en Venecia? Vivir… No estamos siempre juntas, ni siempre aquí: viajamos. Nos movemos, bien o mal, en todos los sentidos. Estamos más abiertas a cuanto llegue que esta misma ciudad, tan aislada y sin puertas. Todo lo que signifique experiencias nuevas, diversión, desvergüenza también, placer, sí, hija mía, placer… Qué miedo le tenéis en España a esa palabra… Todo eso es lo que nos atrae. Y somos como dos pararrayos: no tenemos que salir en su busca, todos nos caen encima.

– ¿Y yo soy un placer? -No paraba de reírme y no sé si las creía o me tomaban a montones el pelo.

– Eres mejor: eres una posibilidad tan grande para todo…

– Me lo has quitado de la boca -agregó Bianca-. Una posibilidad de hacer el bien y disfrutar como una loca haciéndolo, de investigarte más de lo que nunca te hayan investigado, de meterte en berenjenales que no son tuyos pero que tú conoces o te los imaginas…

– Porque tú, que piensas tanto, no te conoces bien. Tienes tal cantidad de medios, de cualidades, de aptitudes… Con lo lista que eres, no te fijas en ti. No dejas que la vida te devore, que es lo nuestro, porque eres una inapetente de la vida… Reconozco que tu aspecto de abandono, de desinterés, de haber tirado la toalla, te hace muy atractiva en un sentido. Pero hay otros también: el atarte la toalla a la cabeza como una Doris Day, pero mucho más lista y haciéndose la ingenua, o el de fajarte la toalla a la cintura para enseñar un muslo o lo que salga… Hoy, las toallas son muy dóciles y de fácil manejo. Estás por descubrir, Deyanira.

– Es que no tengo toallas a propósito…

– Te juro que no somos corruptoras, a pesar de lo que diga Bianca. Pero si tú supieras lo agradable que es enseñar algo a una tía tan sabia. Desde la risa al meneíto; desde que un culo bien puesto no se cae nunca, hasta saber usarlo; desde que no todo es tomar anotaciones para escribir después, hasta que se te olvide el abecedario entero… No te digo más: todavía nos estamos preguntando por qué estás en Venecia.

– Tú, que tanto sabes del número de sexos… El amor, si es que existe, no se dice: se hace. Atrévete…

– Es como si me dijeras: «Que no te salgan canas.» No mando en eso: va de dentro a fuera.

– Pues abandónate, mujer. Déjate llevar. Y, cuando te salgan canas, te las tiñes.

– Pero -dije yo- ¿qué tiene que ver Aldo con todo esto, que probablemente es cierto, si ni siquiera sé si es cierto Aldo?

– ¿Tú te das cuenta? -preguntó Nadia a Bianca-. Siempre sale por donde menos se la espera.

– Porque es práctica, esquiva, ahorradora de sentimientos, nada inclinada a la improvisación, investigadora de los caminos por los que luego va pasito a paso…

– En fin, lo que quieres decir es que no es una loca como tú -la cortó Nadia.

– Yo pensaba más bien en ti. -Rieron las dos-. Lo que quiero decir es que estoy deseando que Deyanira se pase a nuestro bando, que aproveche la vida…

– Carpe diem -murmuré.

– Que se olvide de los latines y las sabidurías. O que se entere de que hay otras distintas de las suyas: pie a tierra, de la piel y los ojos y la carne… Qué profesional eres, hija mía, Deyanira. Qué pena.

– Y nosotras también -dijo Nadia, mordiéndose luego la lengua-. Pero cambiamos de profesión para no aburrirnos. En las cafeterías ligamos sin parar. Y tenemos trabajillos ocasionales que nos dan de vivir. Otras veces vivimos de nuestras gracias y nuestra amabilidad. Pero sólo con quien nos gusta. No aceptamos ni un euro de gente insoportable… No vivimos mirando al día de ayer, como haces tú, ni al día de mañana, que ni siquiera sabemos si vendrá.

– Nos bebemos la vida a largos sorbos.

– O a sorbitos, para mejor saborearla.

– Estamos enamoradas de ella, pero no la agarramos como las burguesonas, que siempre están en un ay porque temen que se les vaya…

– Y se les va: puedes jurarlo -dije riendo.

– Sí, pero sin disfrutarla… Porque tampoco es nuestra, ¿verdad? No es de nadie. Somos nosotros de ella.

– Carpe diem -repetí.

– ¡Sí! -me gritó al oído Bianca-. Ese día es el de hoy. Carpe diem, Deyanira. Y no lo digas tanto, cobarde, hazlo.

– Pero ¿vosotras estáis enamoradas?

Qué ingenua fui.

– ¿Entre nosotras dices? -Se rieron las dos-. Bueno, algunas veces, sí. Ejercemos por libre con quien nos da la gana, en el sentido más personal e intransferible.

– Llevamos en la herencia, llevamos en la sangre la independencia y el gusto de los abuelos hippies. Y la gana de saltarnos las leyes de los otros. Y nuestra propia ley de las comunas, la de compartir todo…

– Lo que sucede es que nosotras somos muy acostadizas -completó Bianca-. Muy del amor y el sexo y esas cosas… Con quien nos agrade, por supuesto. Sin mañana. Sin una obligación ni un contrato ni una paga. Somos dos ninfas libres, sin amiguitos oficiales: bastante competencia nos hacemos nosotras.

– Y luego cada una va a su propia guerra y por su propia cuenta… La guerra del amor, ¿eh? Y nos intercambiamos enemigos, cautivos de esa guerra, y no nos gusta comprometernos… Por lo menos no demasiado…

– En la amistad somos más fieles, Deyanira -concedió Bianca-. Acostarnos con alguien que es previamente amigo, nos encanta.

– Eso lo sé, canalla. -Se rió-. Entonces, para vosotras, ¿el amor es un juego?

– Sí, un juego en que siempre se gana. Porque si no, se deja de jugar… ¿Acaso para ti es una batalla o una obligación o una condena?

– Un fracaso, sería mejor decir.

– Pero ¿qué esperas de él?

El asombro le abría la boca a Nadia.

– Yo creo que nada -susurré.

– Entonces no te embarques. No pienses en él, no te ates las manos con sus maromas… Lo que tienes que pedirle no es más que lo que él te pide a ti: alegría, deleites, caricias, lametazos… ¿No has oído lo que se dice: hacer el amor? Del que tú hablas, no existe ni la quimera de hacerlo nunca. Es una cosa interminable y dura y pinchosa a la larga. Un pulso a ver quién resiste más. Ah, no… Hacer el amor es como agarrarse y empezar a bailar.

– Pero ¿quién pone la música? -pregunté.

– Va por dentro, cariño. Y además, para eso está Aldo… -Bianca venía de vuelta-. El sexo es mucho más humano que el amor.

– El amor es un sobreañadido. -Habló Nadia-. Como la firma en un cuadro… La repanocha, ¿no se dice así? Es un invento de insatisfechos… Para justificar los gestos impredecibles y maravillosos: porque, a los sucios, les parecen sucios.

– Yo -dije- definí una vez el amor como una amistad íntima con momentos eróticos.

Miré a Bianca.

– Eso sería perfecto. Enhorabuena. Pero hay momentos eróticos en que se te olvida hasta tu nombre; cuanto más el de tu compañero. Para recuerdecitos está una… Hay que saber dónde están las fronteras: cuando tratan de obligarte a hacer lo que tú te vuelves loca por hacer… Traicionarse o engañarse a una misma es algo que no se perdona. Que tú no te perdonas. Y que, además, fracasa.