– Yo he visto vuestra ropa. Hay de todo y es una maravilla. Estuve a punto de encargarla, pero preferí que eligieseis vosotras… En realidad estuve a punto de traerla yo misma. -¿Fue un sollozo lo que no pudo evitar?-. Me gustaba tanto… Menos mal que no lo hice… -Se había vuelto hacia Aldo. ¿Le pedía que hablara? Él lo hizo:
– Sí, menos mal. -Hizo una pausa y nos miró despacio a mí y a Nadia-. Estando a punto de cerrar la última tienda, secuestraron a Bianca. -Se oyó caer el silencio lo mismo que un alud. Bianca levantó la barbilla con un gesto entre la soberbia y el desafío. Y sonrió. Le temblaron un poquito los labios. ¿Tenía manchada la cara de pintura? Fue cuando nos dimos cuenta de que algo le había sucedido. Por las marcas de su cara, por sus ropas… Nadia la estrechó contra su cuerpo como si tuviese más de dos brazos: cuatro o seis como mínimo. Yo miré a Aldo y abrí las manos como pidiendo una explicación-. Lo que yo he deducido es lo que os cuento, lo que voy a contaros. No tengo pruebas, ni las necesitamos. Eran dos sgarriste, dos soldados rasos, de la 'Ndrangheta, que debieron ser los custodios del capo que fue muerto en el Guetto… No custodiaron bien… Y ataron cabos, y los ataron mal. Probablemente fueron los mismos que se cargaron al alemán, al que Bianca acompañaba. La conocían de vista por lo tanto, y ella es inolvidable. Ser demasiado bonita tiene sus desventajas… -Se notaba que quería aligerar el mal trago-. Se habían quedado aquí para vengar la muerte de su jefe… Y la reconocieron cuando ella visitaba alguna tienda. Dedujeron que algo tenía que ver ella con este asunto. La siguieron… -Miró a Bianca con ufanía y ternura-. No se puede ser tan guapísima sin correr algún riesgo. La siguieron y aguardaron la hora de cerrar. Al salir ella de la última tienda, cuando ya oscurecía y apenas quedaba gente por la calle, la agarraron cada uno de un brazo. La mandaron callar con una pistola en la cintura… ¿Fue así?
– Así fue. El que iba a mi derecha… Sentí su arma contra mi costado. «Como grites o trates de escapar, aquí te acabas, preciosidad», me dijo al oído como si me piropease. No podía hacer nada. No podía resistirme. Me dejé llevar. No sabría decir ni dónde me llevaron… No lejos, no, no lejos… Por una callejuela transversal. No había nada… Me empujaban, me arrastraban casi. Mientras uno me encañonaba, abrió el otro una puerta pequeña como de servicio. Ya te lo he dicho, Aldo, parecía la entrada trasera de una casa importante… Cuando volvieron a cerrar la puerta, me di por muerta. -Hizo una pausa en que me di también por muerta yo-. «Tu gente se ha cargado a nuestro capo. Dinos nombres y dónde podemos encontrarlos. Por muy lejos que estén, están ya muertos.» El otro, más tranquilo, me preguntó si seguían en Venecia. «No sé de qué me estáis hablando… No os comprendo… Yo he salido de compras… ¿Quiénes sois? Yo soy una camarera de un bar de por aquí. No me hagáis daño, por Dios. No sé nada…» Pero lo cierto es que yo ya lo daba todo por perdido…
– Ellos no sabían que, en realidad, su vengador había sido yo. Yo los había vengado. Yo fui el que mató al de la Camorra que dio la orden de matar al otro.
– Lo que yo imaginaba -dije hundiéndome en él.
Nadia se había acercado a Bianca. Le besaba los golpes de los brazos, la acariciaba:
– ¿No pudiste llamar la atención de nadie? ¿No pudiste pedir auxilio?
– Me habrían dado un tiro, Nadia. Aquí la gente no está por la labor de jugarse la vida.
– Ni aquí ni en ningún sitio. Pero además aquí no hay ni un coche para meterte dentro y que te secuestren sentada por lo menos… -explicó Aldo tratando de animarnos-. No hay taxis que tomar y decirle al taxista: «Siga a ése coche», como en las películas. En esta ciudad todo es más contundente que en el cine. -Me acerqué a él. Lo abracé levantando la cabeza para poder mirarlo más de cerca.
– Pero tú, ¿cómo te enteraste de lo que sucedía?
– Alguien me dio el aviso… Afortunadamente mi teléfono tampoco es virgen. Ese alguien, por otro alguien, se había enterado de algo y me lo dijo. Me cercioré de que la 'Ndrangheta tiene una especie de santa sede aquí. Entre Santo Tomé y San Rocco, la cuarta o quinta calle a la izquierda… No estaba seguro: un edificio que llega hasta el mismo Río de la Frescada… No podía equivocarme. Quiero decir que no tenía derecho, porque Bianca se jugaba la vida. Y tampoco podía tardar, porque la forma de tratar a la gente que tienen estos bestias…
Nadia continuaba mimando a Bianca, arrullando a Bianca. Las lágrimas le caían por la cara sin que se diera cuenta.
– Pero ¿qué te pasó? ¿Qué sentiste? ¿Tú qué pensabas?
– Nada, ¿qué iba a pensar, Nadia? Lo que tú estas pensando. Me vi flotando sobre el río…
– Qué cojones tiene esta niña, madre mía, joder -exclamé yo sin darme cuenta.
– Ya te lo dije, ya te lo había advertido -comentó, ensoberbecida, Nadia-. Y eso que yo no sabía qué estaba sucediendo mientras te lo decía… -Se le quebró la voz. Se volvió a Bianca. Le habló en un tono más íntimo-. ¿Qué te hicieron, mi amor?
– Unos cuantos tortazos… Nada que no esperara.
– ¿No estabas asustada?
– ¿Asustada? ¿Yo? ¿Por qué? Si me habían invitado a un baile de disfraces, ¿no te jode? -Nadia se cubrió la cara con las manos-. Mujer, traté de convencerlos de que no era la que ellos creían… «Mira, esos ojos no se repiten tanto» -dijo uno, y agregó-: «Hija de la gran puta.»
Después de un segundo, saltó la pregunta que yo temía:
– ¿Abusaron de ti? ¿Te violaron?
– No te pongas grandiosa, Nadia. Ni megalómana… Me amenazaron con todo lo que se puede amenazar… Me hice la débil, aunque no necesitaba para eso fingir mucho… Puse cara de no tener ni idea de quiénes eran.
– Pero tú lo sabías.
– Me lo figuré desde el principio. Trataba de calmarlos, de equivocarlos, de darles pistas falsas, yo qué sé, de confundirlos… Traté hasta de ofrecerles un rescate adecuado. ¿Qué será para esa gente un rescate adecuado? Yo era hija de un negociante con dinero… «¿Pero no eras camarera, cabrona, en qué quedamos?» «Hoy en Venecia trabaja todo el mundo, sea rico o no; las mujeres también. Las cosas han cambiado. Se ve que vosotros no sois de aquí…» Me gané una patada en el estómago.
Fue entonces cuando me di de veras cuenta de cómo estaba el vestido de Bianca: desgarrado por todas partes. Nadia se arrodilló ante ella, puso sobre su regazo la cabeza y se echó a llorar, ya no en silencio ahora. Aldo, con toda la razón, quiso ser útil una vez más, y preparó unas rayas.
– Ya era hora, so cerdo -le dijo Bianca mientras esnifaba dos-. Creí que no tenías. -Aldo se echó a reír.
– Perdón, pero te recuerdo que te has tomado tres mientras llegábamos. Cómo estaría ese cuerpo…
Yo casi lo sacudí:
– Pero ¿qué hiciste tú?
– No sé. Salí corriendo aún con el teléfono encendido. Sabía dónde iba, pero me equivoqué dos veces… Llamé a una puerta, y luego a otra… Me abrieron y deduje, por el aspecto de quienes abrieron, que allí no era. No fue difíciclass="underline" uno era un hombre demasiado mayor; la otra, una cocinera, por el delantal, aunque con bastante bigote… La tercera puerta, desde ella se veía cabrillear el río, por mucho que llamé, por muy despacio que lo hice para no alarmar, no la abrió nadie… Había que exponerse. Di una buena patada, y entré en un pasillo negro como boca de lobo. -Me miró; sus párpados plisados le achinaban los ojos-. ¿No lo decís así? Al fondo, no muy lejos, escuché voces. Alguien se asomó en seguida al pasillo. Yo me había pegado a la pared en que la luz no daba: la luz que salía del cuarto. Yeso le impidió verme… Esperé un eterno minuto. Comprobé que eran dos los que hablaban. Una voz femenina, que parecía muy débil, se quejaba… Ya no podía permitirme ni un segundo más para dudar. Al final del pasillo, a la derecha… La oscuridad había vuelto. Abrí de un empujón con el hombro. La cosa no estaba para investigar si había o no picaporte. Supe que era Bianca quien estaba recostada en un camastro… -Me miraba aún a mí. Pero ya no le sonreían los ojos, insondables ahora-. No podía hacer más que lo que hice. -¿Se excusaba?-.Tuve que usar una pistola. Y con silenciador. Los disparos sonaron como truenos, o así me pareció… -Se encogió de hombros. Continuaba mirándome como para subrayar su explicación-. Esa gentuza no merecía otra cosa. Cayeron. Muertos o no, cayeron… Bianca se lanzó de un salto hacia mí y se refugió abrazándome sin decir ni una sola palabra. Salimos… Esta vez cerré la puerta con un pestillo chico que antes no había visto. Avanzamos hacia la salida de la calle. No hubo movimiento ninguno. Ni en el pasillo ni dentro, ni tampoco fuera. Aquellos miserables tenían su merecido. Por fin… Cuándo los encontrarán ni quiénes, no lo sé…