Brad Meltzer
Los Pasadizos Del Poder
Traducción de Fernando González Corugedo
Título originaclass="underline" The first counsel, 2001
Para Cori,
mi Primera Consejera, mi Primera Dama, mi Primer Amor
Y para mi hermana Barí
por no ser acusica cuando éramos pequeños,
y por leer siempre mi mente mientras crecemos
AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a las siguientes personas, cuyo cariño y apoyo nunca dejaron de inspirarme: como siempre, Cori, mi Primera Dama, que es una fuente inagotable de paciencia e inspiración, sobre todo porque yo continuamente arrastro a ambos hasta los límites de la cordura. Desde la construcción de la trama antes de empezar a escribir hasta la corrección definitiva, ella lo es todo en todo momento: amiga, confortadora, consejera, correctora, socia, amante, alma gemela. Te amo, C: si no fuera por ti, este libro no existiría y yo tampoco. Jill Kneerim, mi agente, por darme una de las amistades más gratificantes y amables que he conocido. De todo cuanto he tenido la fortuna de experimentar como escritor, una de las mejores recompensas fue encontrar a Jill; su fe ilimitada nos ayuda permanentemente a mantener la perspectiva de las cosas, y sin ella no estaríamos aquí. Elaine Rogers, cuya tremenda energía ha aportado una nueva acepción a la palabra «ímpetu». Sharon Silva-Lamberson, Stephanie Wilson, Nicole Linehan, Ellen O'Donnell, Hope Denekamp, Lindsey Shaw, Ike Wilson y a todos los demás de la Agencia Palmer & Dodge, que hacen funcionar la maquinaria y son unas de las personas más agradables que he conocido.
También quiero agradecer a mis padres que me hayan dado todo lo que ellos nunca tuvieron, que me hayan enseñado a guiarme con el corazón y a saber exactamente cuándo ser papá y mamá; los dos sois increíbles. Noah Kuttler, cuya paciencia inagotable influye en todo mi trabajo y cuya perspicacia me obliga a sacar lo mejor de mí. Ethan Kline, cuyas penetrantes observaciones son de las primeras que siempre voy a buscar, y cuya amistad y confianza son simplemente extraordinarias (gracias por la más grande, E.). Matt y Susan Oshinsky, Joel Rose, Chris Weiss y Judd Winick siguen siendo unos cerebros que nunca querría perder; saben leer, reaccionar, sugerir y tenerme siempre riendo.
Dado que la Casa Blanca se ufana de su secretismo, debo un enorme agradecimiento a las siguientes personas que me permitieron fisgonear por allí: Steve Exclusivas Cohen, por… bueno… por ser «Exclusivo». Desde los intercambios de ideas sobre el argumento hasta la documentación y los detalles más insignificantes, Steve fue mi maestro de ceremonias; es osado e incisivo, y sin su instinto creador este libro no sería el mismo; muchas gracias, colega. Debi Mohile, cuyo ojo avizor me hizo ser sincero en (casi) cada página y cuyo gran sentido del humor siempre lo convirtió en un placer; nadie conoce la Casa Blanca como Debi; gracias por ponerte de mi parte. Mark Bernstein, una de las personas más agradables que hay, por enseñarme el resto del camino de primera mano y por recordarme el valor de los viejos amigos. Lanny Breuer, Chris Cerf, Jeff Connaughton, Vince Flynn, Adam Rosman y Kathi Whalen, que fueron mucho más allá del deber y nunca dejaron de usar su imaginación para contestar toneladas de preguntas inanes. Pam Brewington, Lloyd Cutler, Fred Fielding, Leonard Garment, Thurgood Marshall Júnior, Cathy Moscatelli, Miriam Nemetz, Donna Peel, Jack Quinn, Ron Saleh, Cliff Sloan, John Stanley y Rob Weiner, que fueron el resto de mi equipo de la Casa Blanca y que, al darme su tiempo, me dieron tantos grandes detalles e historias. Larry Sheafe y Chuck Vance, los chicos del Servicio Secreto más amables que se puede encontrar. Y a la Primera Hija, que tuvo la gran amabilidad de explicarme sus experiencias dentro de la burbuja (simplemente por el bien de la literatura), ¡gracias otra vez! El doctor Ronald K. Wright, por su fantástico asesoramiento forense. Pat Thacker, Anne Tumlinson, Tom Antonucci, Lily García y Dale Flam por su ayuda para los detalles. Marsha Blanco (que es simplemente increíble), Steve Waldron, Chuck Perso, Carol Rambo Ronai, Sue Lorenson, Dave Watkins, Fred Baughman, John Richard Gould, Rusty Hawkins, Philip Joseph Sirken y Jo Anne Patterson, por recibirme en la organización The Are y en el mundo del retraso mental (para más información: www.thearc.org); raramente me he sentido tan inspirado y tan completamente humilde. Y, por supuesto, a mi familia y amigos, cuyos nombres, como siempre, habitan estas páginas. Finalmente, me gustaría dar las gracias a toda la gente maravillosa y llena de talento de mi nueva editorial, Warner Books: Larry Kirshbaum, Maureen Egen, Tina Andreadis, Emi Battaglia, Karen Torres, Martha Otis, Chris Barba, Claire Zion, Bruce Paonessa, Peter Mauceri, Harry Helm, y a toda esa gente tan increíblemente amable que hizo de este libro una realidad y siempre logran que me sienta como parte de la familia. Gracias especialmente también a Jamie Raab, no sólo por su aportación editorial, sino por ser uno de nuestros mayores apoyos. Su calor y energía nunca dejan de asombrar. Finalmente, quiero dar las gracias a los dos editores que trabajaron en este libro, Rob Weisbach y Rob McMahon. Desde el principio, Rob Weisbach aportó su talento creativo a cada nivel de nuestra experiencia editorial, y no estaríamos aquí sin él; su influencia se nota en cada página y, aunque ya lo he dicho antes, vuelvo a decirlo: Rob tiene una auténtica misión y siempre es una bendición ser parte de ella; a él le debo mi carrera y agradezco su amistad. En Warner, Rob McMahon es un auténtico caballero que recogió la bola del proverbio y echó a correr con ella; no podríamos haber tenido más suerte: sus comentarios editoriales eran penetrantes hasta lo increíble y siempre me animaba a que llegase más allá de lo que me parecía posible; Rob, estaríamos perdidos sin ti. Así que, a Rob Weisbach y Rob McMahon: siempre apreciaré vuestra energía, pero os estoy mucho más agradecido por vuestra fe en mí.
En la Casa Blanca aborrecía cantidad de cosas. Luego comprendí que o me adaptaba o me adaptaba.
Luci Johnson
Hija de Lyndon Baines Johnson
Uno no vive en la Casa Blanca, uno sólo es la prueba A que se exhibe al país.
Presidente Theodore Roosevelt
Recuerdo noches espantosas de pesadillas.
Susan Ford
Hija de Gerald Ford, cuando era Primera Hija
CAPÍTULO 1
Me asustan las alturas, las serpientes, la normalidad, la mediocridad, Hollywood, el silencio inicial de una casa vacía, la oscuridad persistente de una calle mal iluminada, los payasos malos, el fracaso profesional, el impacto intelectual de las muñecas Barbie, dejar a mi padre abandonado, quedarme paralítico, los hospitales, los médicos, el cáncer que mató a mi madre, morirme de repente, morirme por una razón estúpida, morir lleno de dolores, y, lo peor de todo, morirme solo. Pero no me da miedo el poder, y por eso trabajo en la Casa Blanca.
Sentado en el asiento derecho de mi jeep azul, destartalado y oxidado, no puedo dejar de mirar a mi compañera, la guapa muchacha que va conduciendo. El modo imperativo en que sus dedos finos y largos aferran el volante nos deja bien claro a los dos quién está al mando. No puede importarme menos, sin embargo… y mientras el coche vuela avenida de Connecticut arriba, voy mucho más contento observando cómo sus cabellos negros muy cortos le lamen la nuca. Por razones de seguridad, llevamos las ventanillas cerradas, pero eso no le impide abrir el techo corredizo. El aire cálido de setiembre le agita el pelo, y ella se lo echa hacia atrás y disfruta de él y de la libertad. Entonces, da su último toque personal al coche: enciende la radio, recorre las emisoras que tengo preseleccionadas y menea la cabeza.
– ¿Esto es lo que te gusta? -pregunta Nora-. ¿Las tertulias?
– Es por el trabajo. -Señalo el salpicadero y, con la esperanza de estar en la onda, añado-: La última es de música.