Выбрать главу

Cojo la caja de arriba de la pila y arranco la tapa de cartón. De R a Sa. Ésta es. Tiro hacia arriba de cada carpeta según las miro. «Racial (discriminación)»… «Radio (comunicados)»… «Redistribución»… «Requerimientos».

La carpeta tiene por lo menos siete centímetros de grueso; tiro de ella con brusquedad. Al abrirla veo. encima la anotación más reciente. Fecha: 28 de agosto. Una semana antes de que mataran a Caroline. Dirigida a la Oficina de Seguridad de la Casa Blanca, la nota dice que «se requieren expedientes actualizados del FBI de las siguientes personas». En la línea siguiente hay un único nombre: Michael Garrick.

No es que sea gran cosa como noticia: sabía que había solicitado mi expediente desde el día que lo vi sobre su mesa. Aun así, noto algo extraño al verlo escrito. Todo lo que ha pasado, todo lo que he pasado, empezó por aquí.

Al margen de la falta de principios que tuviera Caroline, o de a cuánta gente extorsionase, sin duda sabía que era imposible conseguir un expediente del FBI sin requerirlo por escrito. Pensándolo, probablemente no le parecería una gran cosa el hacerlo, porque como era la encargada de cuestiones éticas de la Casa Blanca, tenía mil modos de justificar cada petición. Y si alguien intentaba utilizar esos requerimientos en su contra, pues bueno, todos nosotros éramos culpables de algo. ¿A quién le preocupa pues un pequeño rastro de papel?

Recuerdo que Caroline tenía en su mesa quince carpetas, así que paso al siguiente documento y busco con atención los otros que había solicitado. Rick Ferguson. Gary Seward. Éstos son los dos candidatos que Nora me dijo en la bolera. Incluyéndome a mí, llevo tres. Me faltan doce. Los ocho siguientes son nombramientos presidenciales. Eso sube la cuenta a once. El de Pam lo pidió un tiempo antes. Doce. El trece y el catorce son ambos candidatos al Supremo, gente de la que nunca he oído hablar. Eso nos deja a falta de un solo nombre más. Paso la hoja y miro, esperando que sea Simon. Ahí está, por supuesto. Pero no es el único. En la última hoja hay un nombre más.

Se me ponen los ojos como platos. No puedo creerlo. Me siento en una caja con el papel temblándome en la mano. Simon tenía razón en una cosa. Yo lo entendí todo al revés. Por eso Simon no sabía de qué le hablaba cuando le pregunté lo de Nora.

Y por eso no pude encontrar fisuras en su coartada. Y por eso… todo este tiempo… pensaba en un hombre equivocado. Vaughn acertaba en lo del dinero. Nora se acostaba con el viejo. Sólo que me equivocaba de viejo.

Caroline había requerido un expediente más, un decimosexto expediente que alguien, el propio asesino, había hecho desaparecer de su mesa para que el FBI no llegara a verlo. Por eso nunca sospecharon de él. Leo y releo su nombre media docena de veces. El más tranquilo de todos. Lawrence Lamb.

Un ataque de náusea me golpea la garganta y el pecho se me hunde. La carpeta se me cae al suelo. Es que no… no me lo creo. No puede ser. Y, sin embargo… por eso yo… y él…

Cierro los ojos y aprieto los dientes. Él sabía que yo me lo tragaría… lo único que tenía que hacer era abrirme el círculo íntimo y hacer el gesto de darme unos pocos extras. Dulces a la entrada del Despacho Oval. Hacer el informe al Presidente. Una oportunidad de ser un pez gordo. Lamb sabía que lamería hasta la última gota. Nora incluida. Ésa era la guinda del pastel.

Y cuanto más me apoyase en él, menos probable sería que investigase las cosas por mí mismo. No necesitaba más. Y es lo que yo tenía. Fe ciega.

Aquí agachado, sigo luchando por asimilar lo que me ronda por la cabeza. Por eso Nora me llevó a verlo. Me dieron la lista de sospechosos y yo la acepté como buena. Sin Vaughn, nunca la hubiera cuestionado. Ése es el único problema de la película: que todo cuadra un poco demasiado fácilmente. Desde que la caja esté aquí arriba a que el expediente esté en su sitio correcto… No puedo acusar a nadie, pero tengo la sensación de que es un poco demasiado forzado. Es como si hubiera alguien que intentase ayudarme. Como si quisieran que los descubriesen.

– Nunca tuve intención de hacerte daño, Michael -susurra una voz detrás de mí.

Me doy la vuelta al reconocerla de inmediato. Nora.

– ¿Ésa es la mentira de turno? ¿Un desmentido sensiblero?

Da un paso hacia mí.

– Yo nunca te mentiría -me dice-. Ya no.

– ¿Ya no? ¿Eso es para que me sienta mejor? Las cincuenta primeras cosas que me dijiste eran puras trolas, pero de aquí en adelante, ¿todo claro y soleado?

– No eran mentiras.

– Eso no es…

– ¡Deja de mentir!

– ¿Por qué estás…?

– ¿Por qué estoy qué? ¿Destrozado? ¿Rabioso? ¿Anonadado? ¿Por qué crees tú, Nora? Aquella noche que nos escapamos del Servicio Secreto, ¡no te habías perdido! Sabías dónde estaba aquel bar y sabías que Simon estaba dentro esperando que le comunicaran el sitio de entrega.

– Yo no…

– Tú lo sabías, Nora. Lo sabías perfectamente. Y después de aquello, sólo tenías que sentarte a mirar lo que pasaba. Y yo caí; dejaste los diez mil en mi coche y al día siguiente, una vez muerta Caroline, ya tenías listo el chivo expiatorio.

– Michael…

– ¡Si ni siquiera lo niegas! Trey tenía razón, ¿verdad? Por eso cogiste el dinero, ¡para colgarme el muerto! ¡Era todo lo que tenías que hacer!

Por una vez, decide no responder. Me tomo un segundo para recuperar el aliento.

– Tuvo que ser una auténtica bendición para ti cuando los guardias nos pararon. Habías despistado a los de la escolta, y encima ahora tenías un testigo.

– Era más que eso -susurra.

– Oh, es cierto, cuando yo dije que el dinero era mío resultó que era la primera vez que alguien se portaba bien contigo. ¿Cómo dijiste aquella noche? ¿Que la gente no hace cosas amables por ti? Bueno, no te ofendas, sibila, pero por fin he entendido por qué.

– No lo dices en serio -dice poniéndome la mano en el hombro.

– ¡Quítame la mano de encima! -grito, apartándome-. coño, Nora, ¿es que no lo entiendes? ¡Yo estaba de tu parte! Pasé por alto las drogas, ignoré los rumores. Te llevé a ver a mi padre, ¡por Dios santo! ¡Te amé, Nora! ¿Tienes la menor idea de qué quiere decir eso? -Sin poder evitarlo, empiezo a toser.

Ella me mira con los ojos más tristes que he visto jamás.

– Yo también te amo.

Niego con la cabeza. Demasiado poco. Demasiado tarde.

– ¿Me dirás al menos por qué?

Sólo obtengo silencio.

– Te he hecho una pregunta, Nora. ¿Por qué? -Los hombros me tiemblan-. ¡Dímelo! ¿Estás enamorada de él?

– ¡No! -y su voz se quiebra al decirlo.

– ¿Entonces por qué te acuestas con él?

– Michael…

– ¡No me digas Michael! ¡Dame una respuesta!

– No lo entenderías.

– ¡Hablamos de sexo, Nora! No hay tantas razones para hacerlo… o estás enamorado…

– Es más complicado que…

– … o estás salido…

– No tiene que ver contigo.

– … o estás desesperado…

– Basta ya, Michael.

– …o estás aburrido…

– ¡Te he dicho que te calles!

– … o es contra tu voluntad.

Nora se queda en absoluto silencio.

Oh, Dios mío.

Cruza los brazos, rodeándose el torso con ellos, y clava la barbilla en el pecho.

– ¿Él…?

Levanta los ojos lo suficiente para que vea sus primeras lágrimas. Corren por su cara y bajan lentamente hacia el delgado cuello.

– ¿Te acosó?

Se vuelve.

Una quemazón aguda me perfora el estómago. No sé muy bien si es herida o rabia. Sólo sé que duele.

– ¿Cuándo fue eso? -le pregunto.

– Tú no lo entiendes…

– ¿Más de una vez?

– Michael, por favor, no hagas esto, por favor -suplica.

– No -le digo-. Lo necesitas.

– No es lo que piensas… es sólo desde…

– ¡Sólo! ¿Cuánto tiempo llevas con eso?

Nuevamente hay un silencio total. En un rincón cruje una tabla de madera. Nora mantiene los ojos clavados en el suelo. Su voz es mínima.