La respuesta de Nora es un susurro arrastrado.
– No.
No quiere levantar la mirada, pero abre el mechero y enciende la llama. Lo sujeta en su mano temblorosa, contemplando el fuego unos segundos.
– Cumple… tu… promesa -dice Lamb con los dientes apretados.
– ¡No! -exclamo yo.
Demasiado tarde. Nora coge la carpeta y la acerca lentamente a la llama.
– Eso es -dice Lamb-. Cumple tu promesa.
– No tienes por qué, Nora. -Pero antes de que pueda terminar, ella mete la esquina de la carpeta en la llama anaranjada. La carpeta es delgada y se inflama con facilidad. En pocos segundos todo el borde arde como una antorcha… Un momento. La carpeta de «Requerimientos» tenía dos dedos de gordo. Esta otra es…
Nora me lanza una mirada y con un tirón de muñeca arroja el papel ardiendo contra Lamb. Como un cohete de fuego le golpea en mitad del pecho mientras los folios en llamas vuelan por todas partes. Su corbata, su chaqueta, empiezan a arder. Grita al ver las llamas que prenden, se da palmadas en el pecho y forcejea hasta quitarse la chaqueta. Las llamas crecen con rapidez. La carpeta archivadora, lanzada por el aire, aterriza junto a la barandilla que rodea el cristal emplomado. Justo a mis pies. Todavía estoy tumbado en el suelo, pero si me estiro hacia adelante… puede que casi… ya está. Sin hacer caso al dolor del hombro, piso la llama para apagarla y recojo los restos chamuscados de la carpeta y leo el rótulo. «Radio (comunicados).»
Miro a Nora, que con las lágrimas corriéndole por la cara está abroncando a Lamb.
– ¡Eres un gilipollas de mierda! -le grita, y le araña con fuerza haciéndole un corte profundo en la mejilla-. ¡Te voy a matar! ¿Me entiendes, vampiro? ¡Te mataré!
Lanza golpes y arañazos en todas direcciones, es como una fiera desatada. Pero cuanto más fuerte grita, más lágrimas vierte y lanza al aire con los movimientos de látigo de su cabeza. Cada pocos segundos, se las va sorbiendo, pero al instante una erupción de chillidos y saliva las vuelve a sacar a la superficie. Lo coge por el pelo y le da un puñetazo en la oreja. Después le levanta la cabeza y le pega con fuerza en la garganta. Golpe tras golpe, directamente a los puntos débiles.
Pero como siempre, Nora va demasiado lejos. Baja la mirada y se da cuenta de que Lamb sigue teniendo la pistola bien asida. Yo me aferró a la barandilla que rodea la vidriera emplomada, tratando de ponerme en pie.
– ¡No, Nora! -le grito.
Pero no titubea. Suelta el pelo de Lamb e intenta alcanzar el arma. Es justo el tiempo que Lamb necesita. Suelta un rápido revés y el cañón de la pistola la golpea en la sien.
– ¡Cómo te atreves a tocarme! -aúlla, loco de rabia-. ¡Yo te crié! ¡No tu padre! ¡Yo! -La coge por el delantero de la camisa, tira de ella y le pega en la cara con la culata de la pistola.
– ¡Nora! -grito. Ella cae al suelo y yo me arrastro hacia allí.
– ¡No te muevas! -amenaza Lamb antes de que pueda dar un paso. Apunta otra vez el arma, haciéndola oscilar de uno a otro. La mira a ella, luego vuelve a girar la cabeza hacia mí. Después, a ella. Después, otra vez a mí. Nunca juntos.
– La mataré -me advierte-. Si vuelves a tocarla, la mataré.
Tiene la camisa tiznada en el pecho y un corte en la mejilla que sangra. Lo miro a sus ojos azules y gélidos y sé que lo dice en serio.
– Larry, no tiene usted que…
– ¡Cállate! -me grita-. Es cosa de ella.
Nora sigue en el suelo, recuperándose del golpe. Se le empieza a hinchar el ojo derecho.
– ¿Estás bien? -le pregunta Lamb.
– Muérete, hijo de puta -le espeta ella, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
– Aún no es demasiado tarde -dice Lamb en un tono casi de excitación-. Todavía podemos hacer que funcione, tal y como te dije. Si lo detenemos, seremos unos héroes. Podemos hacerlo, Nora. Podemos. No tienes más que decir lo que hay que decir. Es todo lo que te pido, cariño. Dime que no estoy solo.
Le indico con un gesto a Nora que le siga el juego. Pero ella ni siquiera me mira. Da un último sorbido y ya no hay lágrimas. Sus ojos se clavan en Lamb. Se lame los labios. Con el sabor de la libertad en la lengua, Nora Hartson quiere huir. Hago un último intento de llamar su atención, pero no se vuelve. Esto no va conmigo. Es cosa de ellos.
– Podemos hacerlo, Nora -dice Lamb mientras ella se incorpora-. Igual que siempre. Nuestro secreto.
Nora mira fijamente al amigo más íntimo de su familia pero permanece callada. Ella intenta ocultarlo, pero los argumentos de Lamb la están desgastando. Lo veo en el modo en que sube y baja su pecho. Inclinada hacia adelante, todavía respira con dificultad. Sería tan fácil rendirse. Capitular ahora y echarme todas las culpas a mí. Está buscando una respuesta y se toca el ojo tumefacto. Y entonces, lentamente, justo delante de la cara levanta, enhiesto, el dedo corazón, desafiante.
– Púdrete. ¡En… el… infierno! -brama.
Me vuelvo hacia Lamb: sus ojos, sus mejillas, sus labios… todas sus facciones se vienen abajo. Esperaba su contraataque, completamente enloquecido. Pero en cambio, calla. Está incluso más callado de lo habitual. Mandíbulas apretadas. Mirada asesina. Juraría que en el desván hace más frío que antes.
– Lamento mucho que opines eso -acaba por decir sin un atisbo de emoción en la voz-. Pero te lo agradezco, Nora. La decisión será mucho más fácil. -Y sin una palabra más, apunta la pistola hacia mí.
– ¡Michael! -grita Nora, echando a correr.
Cuando el arma de Lamb oscila en un plano horizontal, apenas percibo lo que sucede. Estoy frente al cañón de la pistola y el mundo entero ha pulsado el botón de «pausa». Por el rabillo del ojo veo que Nora se lanza hacia mí. Completamente inmóvil, lucho por girarme. Hay una luz fluorescente que titila justo encima de ella y un tenedor de plástico transparente abandonado en el suelo. Suena un disparo en sordina en el mismo instante en que ella aterriza junto a mí, rostro con rostro. Levanto los brazos, intentando cogerla. Surge un segundo disparo. Y luego otro. Y otro.
Su cabeza salta hacia atrás al ser alcanzada en la espalda. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Su cuerpo da un salto al recibir cada disparo. El impacto nos lanza a ambos para atrás, aplastándonos contra la barandilla.
– ¡Nornie! -exclama Lamb, bajando el arma.
Caemos al suelo y yo casi no lo oigo.
– Nora, ¿estás…?
– Creo… que… estoy bien -me susurra, luchando por levantar la cabeza. Alza la vista y veo que de su nariz y de la comisura de la boca mana lentamente la sangre-. ¿Me ves mal? -me pregunta al ver la expresión de mi rostro.
Niego con la cabeza, intentando combatir las lágrimas que me acuden a los ojos.
– N-no… no. No será nada -tartamudeo.
Se hunde en mis brazos y esboza una mínima sonrisa.
– Qué bien -intenta decir algo más, pero no la oigo. Le acuno la cabeza y un golpe de tos me llena la camisa de sangre.
Lamb sigue plantado al otro lado del desván. Temblando.
– ¿Está… está…?
Vuelvo a mirar hacia abajo, incapaz de pensar.
– Nora… Nora… ¡Nora! -Es como un saco entre mis brazos, pero logra alzar la mirada hacia mí-. Te quiero, Nora.
Su mirada se va poniendo borrosa. No creo que me oiga.
– Michael…
– ¿Sí? -le pregunto, inclinándome sobre ella.
Su voz ya no es ni siquiera un susurro. La respiración se ha quedado en un mínimo murmullo.
– Yo te…
El cuerpo se estremece y se corta la frase. Cierro los ojos y finjo que oigo hasta la última sílaba. Luego, intento facilitarle la respiración y la voy bajando con cuidado hasta el suelo.
– ¿Co… cómo está? -exclama una voz.
Levanto poco a poco la vista y aprieto los puños. Allí enfrente está Lawrence Lamb. Paralizado, simplemente allí parado. La pistola cuelga de la punta de sus dedos. Boqueando. Como clavado en el suelo, está deshecho, igual que ese mundo suyo que acaba de evaporarse. Pero en el instante en que nuestras miradas se encuentran, la frente se le retuerce, fruncida de ira.