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– ¿Te importa ella? -me pregunta.

– ¿Qué?

– Nora. ¿Te importa?

– Naturalmente que me importa. Siempre me ha importado.

Golpeando levemente con los nudillos sobre la mesa, Lamb mira a lo lejos como ordenando sus pensamientos.

– ¿Pero la conoces, al menos? -acaba preguntando.

– ¿Perdón?

– No es una pregunta de pega, ¿la conoces? ¿Sabes quién es de verdad?

– Eeh, pues… creo que sí -tartamudeo-. O eso intento.

Afirma con la cabeza, como si eso fuera una respuesta. Por fin, su voz fuerte arranca, chirriando:

– Cuando era más joven, en séptimo o en octavo grado, empezó a jugar a hockey hierba. Rápido. Contacto duro. La admitieron para que así pudiera tener algunas amigas de verdad, y se pasaba las horas jugando, en las alfombras, en el prado de nuestra granja, en cualquier sitio donde pudiera manejar un stick. Solía poner a Chris a jugar contra ella. Pero para Nora, lo mejor no era el lado físico, lo que le encantaba era el equipo. Apoyarse entre todos, tener alguien con quien celebrarlo… por eso le valía la pena. Pero cuando finalmente su padre salió elegido gobernador… bueno, la preocupación por la seguridad significó eliminar los deportes de equipo. Y en vez de eso, le pusieron un asesor de imagen que les compraba los vestidos a ella y a su madre. Eso ahora parece una tontería, pero así lo entendían.

– No sé si lo entiendo muy bien.

– Si ella te importa, tendrías que saberlo.

– Si no me importara, no habría mentido en lo del dinero.

Por el modo en que relaja los hombros, sé que eso es lo que necesitaba oír. En cierto modo, no me sorprende. Ahora que el FBI sabe que salimos juntos, todos estamos pillados en pleno epicentro. Nora, Simon, yo… Un movimiento en falso y todos abajo. Para ser sincero, no creo que a Lamb le importase si sólo me hundiera yo. Pero por la expresión acerada de su rostro, y el modo fríamente pragmático en que me preguntó si ella me importaba, no me permitirá que arrastre a su ahijada -o al Presidente- en ese viaje. Coge la carpeta del FBI de la mesa y me la alarga.

– Doy por sentado que ella te explicó lo de los otros expedientes del despacho de Caroline. En total tenía quince: algunos sobre la mesa y otros en los cajones. El FBI los considera como una lista provisional de sospechosos.

– Uno de los expedientes era el mío.

Asiente con la cabeza para sí mismo, casi como si fuera una prueba.

– En la parte de atrás del expediente de Vaughn está la lista de todos los que ya han descartado.

Me lanzo sobre la lista y veo otros tres nombres propuestos para el Supremo. Los otros dos son los que Nora me enseñó. Cinco apuntados, diez pendientes. La lista de sospechosos se reduce. Y todavía no han llegado a mí.

– No hace falta que te diga, Michael, que si Nora aparece mezclada con un traficante de drogas… y no digamos si es un asesino…

No hace falta que termine la frase. Todos sabemos lo que está en juego.

– ¿Eso quiere decir que nos ayudará? -pregunto.

– No pienso interferir en la investigación… -su hablar es pausado y metódico.

– Por supuesto.

– … pero haré lo que pueda.

– Le agradezco que me haya creído -le digo, levantándome de la silla.

– A ti, no -dice en tono inexpresivo-. La creo a ella. -Observa mi reacción y añade-: Ellos son mi familia, Michael. Yo tuve a Nora en los brazos a las ocho horas de nacer. Así que cuando me llama siete veces en dos horas pidiéndome que empiece a hacer algo para protegerte, me doy por enterado.

– ¿Lo ha llamado siete veces?

– Eso, hoy sólo -dice-. Es una chica complicada, Michael. Hizo casi todo lo que le pediste. Y si ella está preocupada por ti… a mí eso me basta.

Miro a Lamb, muy nervioso.

– ¿Eso significa que se lo ha dicho al Presidente?

– Hijo, si me preguntas por sus conversaciones privadas, no tengo nada que decir. Pero si yo fuera tú… -hace una pausa para asegurarse de que entiendo lo que quiere-, rogaría para que no lo descubriera nunca. Olvídate de que con una simple directiva tranquila puede borrar del mapa una ciudad pequeña a medio mundo de distancia de aquí, o que siempre va seguido de cerca por un ayudante militar que lleva los códigos nucleares en un maletín de cuero. Porque cuando llega el momento, todo eso no es nada comparado con un padre a cuya hija han hecho daño.

– ¿Qué te ha dicho? -me pregunta Nora en cuanto me ve.

– Nada.

Con la barbilla le señalo a la secretaria de Lamb, que puede oír todo lo que digamos. Nora se vuelve hacia ella y le dice:

– ¿No podría…?

– En realidad, iba a buscar un café -dice de buen grado la mujer con esa expresión en los ojos que ya me es familiar. No se dice que no a la Primera Hija. A los treinta segundos, la secretaria de Lamb ya no está.

– ¿Qué te ha dicho, entonces? -me interroga Nora, limpiándose la nariz-. ¿Va a ayudar?

– Es tu padrino, ¿no? -le digo.

– ¿Pero qué te pasa?

Ya no hay tiempo para volverse atrás.

– ¿Metiste tú a Vaughn en el edificio? -pregunto.

– ¿Qué? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Qué coño te dijo Larry?

– No me dijo nada… lo vi yo mismo. Aquel frasquito marrón en el bar… los rumores sobre éxtasis y Especial K… Vaughn vendía de las dos, por Dios santo.

– ¿Y eso me convierte en su cliente? -explota sin mucho ruido-. ¿Eso piensas de mí? ¿Que soy una yonqui?

– No, es que yo…

– ¡No soy una basura, Michael! ¿Me oyes? ¡No lo soy!

Esta vez me he pasado de la raya.

– Tranquilízate, Nora…

– ¡No me digas que me tranquilice! ¡Tengo que tragarme esta mierda todos los días en los cotilleos… no me hace falta que me la des tú! Quiero decir, que si quisiera comprar algo, ¿de verdad piensas que iba a traer a un traficante asesino aquí dentro? ¿Tan estúpida te parezco? ¡También quieren pillarme a mí… no sólo a ti! Y aunque no fuera así, no necesito tu nombre para nada. Cuando yo traigo a alguien, no comprueban la identidad de mis invitados.

Quiero cogerla de la mano, pero me aparta de un empujón. Tiene la cara roja de ira. Incapaz de contenerse, me suelta:

– ¿Fuiste tú el que le contó al FBI que estábamos saliendo?

Me quedo prácticamente boquiabierto.

– ¿De verdad crees que yo…?

– ¡Contesta la pregunta! -me exige.

– ¿Cómo puedes pensarlo siquiera?

– Todo el mundo quiere algo, Michael. Hasta un pequeño escándalo te hace famoso.

– Nora… -Vuelvo a intentar coger su mano, y cuando intenta apartarme de un manotazo la cojo por la muñeca y me niego a soltarla.

– ¡Suéltame de una puta vez! -ruge, peleando contra mi presa.

La sujeto con fuerza y deslizo rápidamente su mano dentro de la mía. Todos nuestros dedos se entrelazan. No sólo ahora… así es siempre. En el mundo de ella, donde hay tanto en juego, lo único que puede hacer es prepararse para el golpe. No sabe hacer más.

– Por favor, Nora… escúchame.

– No quiero…

– ¡Escucha! -Doy un paso adelante y le pongo la otra mano sobre el hombro-. Yo no quiero ser famoso.

Espero que me replique con algún comentario hiriente, pero en vez de eso, se queda helada. Así es Nora, arranca y frena en un instante. Antes de poder reaccionar, me rodea con los brazos y se derrumba sobre mi pecho. El abrazo me sorprende, pero al mismo tiempo resulta perfectamente adecuado.

– No fui yo -susurra-. Yo no lo hice entrar.

– Nunca he dicho que lo hicieras. Ni una vez.

– Pero lo creías, Michael. Los creíste a ellos y no a mí.

– Eso no es verdad -insisto. La cojo por los hombros, la alejo un poco y la sujeto a la distancia de los brazos-. Lo único que hice fue preguntarte una cosa, y después de todo lo que hemos pasado, sabes que por lo menos me merezco una respuesta.