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– Es muy guapa -dice Nora.

– Es bella. Yo soy guapo -dice él. Trie, trie, trie-. Aquí está Michael con el Presidente. El de verdad. -Alarga la mano y tiende a Nora una foto mía y de su padre.

– ¡Guau! -dice-. ¿Y Michael se la regaló? -Ya te lo he dicho: es mi hijo.

Después de una partida rápida de Cuatro en Raya nos vamos al patio de atrás para almorzar. Limpiamos los restos de nuestros sandwiches de pavo con ketchup, y nos sentamos ante una vieja mesa de madera plegable.

– ¿Queréis un postre sorpresa? -pregunta mi padre tan pronto acaba de comer.

– Yo sí -dice Nora inmediatamente.

– ¿Y tú, Michael?

– Claro -añado.

– ¡Adjudicado! Esperad aquí. -Se levanta de un salto y casi tira el plato.

– ¿Adonde vas? -le pregunto al verlo alejarse de la casa.

– Aquí al lado -explica sin volverse.

Lo observo atentamente mientras avanza hacia la cerca de madera que separa las dos propiedades.

– ¡Vete con cuidado! -le grito.

Me contesta agitando el brazo en el aire.

– Te pones loco con él, ¿verdad? -me dice Nora.

Arranco un trozo de corteza de pan y la desmenuzo con la mano.

– No puedo evitarlo. Desde que aquel fotógrafo me sacó una foto… Si están tan interesados, seguro que acabarán por aparecer por aquí.

– ¿Y qué hay de terrible en eso?

Piensa que me avergüenzo de él. Pero aunque no sea así, ojalá fuera tan sencillo.

– No me dirás que no hay razones para preocuparse.

– Puede que no sea más que un juego mental. Puede que sea la manera en que Simon te dice que guardes silencio.

– ¿Y si no es así, qué? ¿Qué pasa si la prensa ya sabe lo de ese tal Vaughn…?

– Ya te dije antes que no juegues a «qué pasa si…». El lunes verás a Vaughn, así que lo averiguarás muy pronto. Hasta entonces, hablaremos con Marlon y le diremos que vigile bien.

– Pero ¿qué pasa si…? -Me corrijo-: Tal vez tendría que llevármelo otra vez a la ciudad. Puede quedarse en mi casa.

– Ésa es una idea espantosa, y lo sabes.

– ¿Tienes alguna mejor?

– Voy a pedirle al Servicio Secreto que le pongan vigilancia aquí.

– ¿Y lo harán?

– Es el Servicio Secreto. Se tragarían las balas de una metralleta si pensasen que así nos garantizaban seguridad.

– Quieres decir que si eso garantiza tu seguridad.

– Se acabó el festival benéfico -dice, arqueando una ceja-. Si a mis amigos les sucede algo sospechoso, tengo que informar. Abren un expediente y lo investigan. Eso sería más que suficiente para procurar que él esté protegido.

Formo una hilera muy ordenada de migas en el plato. Es hora de poner orden.

– Gracias, Nora. Eso sería estupendo. -Levanto la vista y veo que todavía no se ha puesto la gorra de béisbol-. La verdad es que eso significaría mucho para nosotros.

Se limita a asentir. Se pone en pie, coge el plato vacío y empieza a limpiarlo.

– Déjalo -le digo-. A Marlon le gusta que lo haga mi padre. El objetivo de esta residencia-hogar es que sean autosuficientes.

– ¿Pero él no…? -Nora se queda cortada.

– Qué.

– No, nada. Sólo… -Otra vez se interrumpe. Ha vivido toda su vida en el terminal receptor de esto mismo. Fascinados por papá. Rogar lo mata.

– Tiene retraso mental -le digo-. No te preocupes, no me importa que lo preguntes.

Nora aparta la vista pero se ha ruborizado. Está roja. Así que eso es lo que la incomoda.

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sufre? -pregunta.

– No sufre -le explico-. Simplemente, nació con menos capacidad de aprender, lo que significa que es más lento con la lógica y otros razonamientos complejos. Y el lado bueno, en cambio, es que nunca miente sobre sus emociones. Tiene el encanto de la transparencia. Lo que dice es porque quiere decirlo.

– ¿Eso significa que tengo las tetas pequeñas?

– Perdona -digo, riendo-. Hay veces que tiene parte de sus habilidades sociales disminuidas.

– ¿Y tu madre también…?

Ya estamos: la primera pregunta que hacen todos.

– No, mi madre era normal. Al menos, a mi entender.

– No comprendo.

– Echa otra mirada a la foto de la boda. Era una enfermera rellenita con gafas de culo de vaso, el tipo de mujer triste, fuertota, que nunca ves por ahí porque nunca sale. Se sentaba en casa y leía libros. Toneladas de libros. Todos de fantasía. Mi padre fue al hospital por una infección de vejiga, y ella lo cuidaba. Y al margen de los chistes de penes, él la adoraba, nunca tenía bastante y no paraba de tocar el timbre de su cama para que fuera a visitarlo. La llamaba «su mariposa». Y ella no necesitó más. Por primera vez en su vida alguien le decía que era hermosa y lo decía de verdad.

– Mucha gente diría que eso es verdadero amor.

– Estoy de acuerdo. Mi madre lo quería tal como era, y él le correspondía. Nunca fue algo unilateral, que aprendas con lentitud no significa que tengas el cerebro muerto. Es una persona afectuosa y delicada, y la eligió a ella. Y al mismo tiempo, ella no lo veía ennegrecido por su incapacidad. Y además, poder cuidarse de él, lo mismo que él hacía por ella, después de tantos años sola… en fin, todo el mundo quiere que le quieran.

– Entonces supongo que te crió ella.

Nora dice esto con cuidado. Lo que de verdad quiere saber es: ¿cómo he resultado yo tan normal?

– Independientemente de lo que opinase de sí misma, mi madre siempre encontró en mí su refugio. Cuando empecé a leer, de muy pequeño, y le pregunté si podíamos suscribirnos a un periódico, hizo cuanto estaba en su mano para animarme. No podía creerse que mi padre y ella hubieran producido… -Hago una pausa-. Era tan tímida que le daba miedo hablar con la cajera del supermercado, pero no podría haberme querido ni apoyado más.

– ¿Y lo hizo todo sola?

– Ya sé que piensas que eso es imposible, pero en realidad es bastante habitual. ¿No viste el magazine del New York Times hace unas semanas? Venía una cosa larga sobre niños hijos de padres con retraso mental. Cuando era más joven, estaba en un grupo de apoyo de seis personas y nos reuníamos dos veces por semana; ahora tienen programas terapéuticos combinados. Aparte de eso, también nos ayudaban algo los tíos y tías de mamá, una gente bastante rica de Ohio. Por desgracia para nosotros, todos eran unos gilipollas, incluidos los que viven por aquí. Intentaron que se divorciara de mi padre, pero les dijo que se fueran a freír espárragos. Y entonces ellos le dijeron que hiciera lo mismo. Es una de las cosas que más me hacen respetarla. Había nacido teniendo de todo, y prefirió no tener nada.

– ¿Y cuál es tu rollo? ¿Como naciste sin nada, ahora lo quieres todo?

– Todo es mejor que nada.

Me mira detenidamente estudiando mi expresión. Tiene las uñas cortas cogidas al borde del plato de papel. No tengo ni idea de qué está pensando, pero me niego a decir algo. Siempre he creído que la gente conecta en silencio. Digestión mental, lo llamó alguien una vez. Lo que sucede entre las palabras.

Finalmente, Nora deja de pellizcar el plato. Una idea.

– ¿Te encuentras bien? -le pregunto.

Me lanza una mirada que nunca le había visto.

– ¿Alguna vez te molesta tener que ocuparte de tu padre? Quiero decir, ¿alguna vez consideras que es una carga… o que es… no sé, más de lo que puedes aguantar?

Es la primera vez que la oigo decir algo difícil. Algo que no sale con facilidad ni aun como pensamiento.

– Mi madre solía decirme que siempre habría alguien que estuviera mucho peor.

– Supongo -dice ella-. Sólo es que a veces… quiero decir, incluso venir aquí. Este sitio debe de costarte la mitad del sueldo.

– Sólo un poco más de la cuarta parte, en realidad. El resto va a cargo de Medicaid. Pero aunque no fuera así, no es cuestión de dinero. ¿No viste cómo andaba cuando nos enseñaba la cocina? Pecho erguido, sonrisa de oreja a oreja. Aquí está orgulloso de sí mismo.