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– ¿Y a ti eso te basta?

Me vuelvo hacia los maizales que se extienden por el campo de la granja.

– Nora, ante todo, ésta es la razón por la que Caroline sacó mi expediente. -Ahora ya está fuera. Sin lamentaciones. Sólo alivio.

– ¿De qué estás hablando?

– El expediente. Hemos estado esperando a que el FBI le diera el visto bueno, pero por alguna razón lo tenía Caroline.

– Pensé que sería por lo de Medicaid; puesto que están pagando para que tu padre esté aquí, había un conflicto de intereses para que tú trabajases en la revisión legislativa.

– Hay algo más que eso -digo.

No se inmuta. Es difícil sorprender a alguien que lo ha visto todo.

– Adelante -dice.

Me inclino hacia adelante y me subo las mangas hasta los codos.

– Fue justo después de que hube empezado en Presidencia. Acababa de trasladarme a Washington y todavía no había encontrado sitio para mi padre. Compréndelo, no quería meterlo en cualquier lugar, en Michigan estaba en uno de los mejores del estado. Como éste, una granja donde se cuidaban de que estuviera seguro y estimulado y que tuviera un trabajo…

– Ya me hago una idea.

– No creo. No es como encontrar algo sólo para el día.

– ¿Y qué hiciste?

– Si no conseguía meterlo aquí, lo hubieran enviado a un internado, a alguna institución. Y allí, Nora, olvídate de una vida normal, allí hubiera ido languideciendo hasta morir.

– Dime lo que hiciste, Michael.

Deslizo las uñas por los surcos de la mesa de madera.

– Cuando empecé a trabajar en la Asesoría Jurídica utilicé el papel de carta de la Casa Blanca para escribir al jefe del programa de servicios residenciales de Virginia. Después de tres llamadas de teléfono, les dejé claro que si aceptaban a mi padre en una residencia privada tanto él como toda la comunidad de retraso mental «tendrían un amigo en la Casa Blanca».

Al terminar se produce una larga pausa. Todo lo que puedo hacer es concentrarme en las plantas de maíz.

– ¿Ya está? -me pregunta, riendo.

– Eso es un completo abuso de poder, Nora. Utilicé mi posición para…

– Sí, eres un auténtico monstruo… te colaste en la cola de la cafetería para ayudar a tu padre retrasado mental. Cosa gorda. Dime una sola persona en Norteamérica que no hubiera hecho lo mismo.

– Caroline -digo llanamente.

– ¿Lo descubrió?

– Por supuesto que lo descubrió. ¡Vio la carta encima de mi mesa!

– Tranquilízate -dice Nora-. No te denunció, ¿o sí?

– Me llamó a su despacho -digo, negando nerviosamente con la cabeza-, me hizo unas cuantas preguntas y luego me mandó marchar. Me dijo que no lo contara a nadie. Por eso tenía mi expediente. Juro que era por esa única razón.

– Está bien, Michael. No tienes que preocuparte de…

– Si la prensa pilla eso…

– Pero no…

– Lo único que tiene que hacer Simon es darle mi expediente a Inez… no hace falta más. Y tú sabes lo que harán, Nora, y él no podrá aguantar en una institu…

– Michael…

– Tú no entiendes…

– Naturalmente que sí. -Se inclina apoyándose en ambos codos y me mira directamente a los ojos-. Si yo estuviera en tu lugar, hubiera hecho exactamente lo mismo. No me importa qué teclas tuviera que tocar, puedes apostar a que ayudaría a mi padre.

– Pero si…

– Nadie lo descubrirá nunca. Yo guardo mis secretos… y los tuyos.

Alarga la mano a través de la mesa y coge la mía. Va abriendo mi puño cerrado dedo a dedo. Es la segunda vez que hace esto hoy. Y mientras sus uñas dibujan pequeños círculos en mis palmas, la calma se va apoderando de mis hombros.

– ¿Qué tal? -pregunta.

Las preguntas no son más fáciles. El sol que le da en la espalda hace brillar las puntas de sus cabellos. La gente se pasa toda la vida esperando y no llega a tener un momento como éste. Me niego a dejarlo pasar, me inclino hacia adelante y cierro los ojos.

– ¡Mikey-Mikey-muu! -grita mi padre a voz en cuello.

Me aparto, sobresaltado. Tranquila, y con mucha más seguridad, Nora hace lo mismo. Se echa para atrás y mira lentamente detrás de mí. La emoción se ha ido y aquí llega papá.

– ¡Tengo una sorpresa! -exclama a mi espalda.

– ¿De dónde lo ha sacado? -dice Nora con una sonrisa que estira sus mejillas. Se ha levantado al instante.

Al otro lado de la cerca de palos, mi padre trae en la mano una correa de cuero a la que está sujeto un precioso caballo color chocolate.

– Es precioso -dice Nora, colándose entre las barras horizontales de la cerca-. ¿Cómo se llama?

– ¿Ibas a besarlo, eh? -le pregunta mi padre con los ojos más abiertos incluso de lo habitual.

– ¿A quién? -pregunta Nora, señalándome-. ¿A él? -Mi padre dice que sí vigorosamente con la cabeza-. Ni pensarlo -termina Nora.

– Me parece que sois novio y novia -dice mi padre con una risita.

– Es usted muy listo.

– ¿Y a lo mejor vais a casaros?

– Eso no lo sé, pero tampoco diría…

– Nora -la interrumpo-. Él no…

– Tiene razón. -Se vuelve otra vez a mi padre y añade-: Ha criado usted un buen hijo, señor Garrick. Es el primer amigo de verdad que he tenido desde… desde hace mucho tiempo.

Pendiente de todas sus palabras, se lo ve como hipnotizado. De repente, empiezan a temblarle los labios. Esconde los pulgares en los puños. Ya sabía yo que pasaría esto. Antes incluso de que Nora lo vea, los ojos se le inundan de lágrimas y la frente se le arruga de rabia.

– ¿Qué es lo que pasa? -pregunta Nora, intrigada.

La voz de mi padre suena como una rabieta de niño pequeño.

– No me dejaréis ir a la boda, ¿verdad? -grita-. ¡Ni siquiera me lo diréis!

Ante la explosión, Nora se echa atrás pero, en cosa de segundos, extiende la mano hacia él.

– Por supuesto que…

– ¡No me mientas! -le grita, apartándole la mano de un golpe con el extremo de la correa; tiene la cara roja-. ¡Odio las mentiras! ¡No las soporto!

– No tiene usted que… -dice Nora dando otro paso hacia él.

– ¡Hago lo que quiero! ¡Puedo hacer lo que quiera! -chilla con las lágrimas rodándole por las mejillas. Y como un domador de leones, va soltando latigazos con la correa.

– ¡Papá! ¡No le pegues! -exclamo yo, corriendo hacia la valla. Nora no logra esquivarla aunque se echa atrás en el momento en que él golpea. Por la expresión de su cara noto que está desconcertada, pero sigue decidida a continuar. Cuenta en voz baja y calcula justo. Mi padre lanza otro latigazo, pero, antes de que recupere la correa, Nora se precipita hacia adelante. Justo cuando yo salto la valla, ella abre los brazos y lo sujeta. Él se debate para soltarse, pero ella lo abraza con fuerza.

– Shhh -sisea ella, frotándole suavemente la espalda.

Poco a poco, él deja de debatirse aunque su cuerpo sigue temblando.

– Cómo es…

– Está bien, todo está bien -continúa ella sin soltarlo-. Por supuesto que está invitado.

– ¿Seguro, seguro? -solloza.

Ella le levanta la barbilla y le limpia las lágrimas.

– ¿No es usted su padre? ¿No es usted quien lo hizo nacer?

– Sí -dice, orgulloso, mientras procura recuperar el aliento-. Yo lo hice.

Levanta los cinco dedos y se toca la punta de la nariz con el del medio. Recobra la confianza y vuelve a rodear a Nora con los brazos. Sigue sollozando, pero en sus ojos el brillo cuenta otra historia. Son lágrimas de alegría. Lo que quería era ser parte de todo. Que no lo dejaran fuera.

En un instante, todo se termina. Todavía en brazos de Nora, aprieta la cabeza contra el hombro de ella, se balancea adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás. Ya lo tiene todo controlado y, por primera vez, comprendo que ésa es su gran virtud. Identificarse con lo que falta. Eso es lo que conoce. Una vida a medio completar.

– ¿El caballo es suyo? -pregunta finalmente Nora, viendo que mi padre no ha soltado la correa del caballo chocolate.