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Apunto el número en una esquina de la carpeta y pregunto:

– ¿Es el del Departamento de Propiedades?

– Ni lo sueñes. Se lo he pasado a Investigaciones Financieras. Ahora sigues siendo un grano en el culo, pero en el de ellos.

– No comprendo.

– Mientras seas sospechoso, tenemos derecho a retenerlo… y lo último que yo apunté, conducir a altas horas de la noche con diez mil en efectivo, sigue siendo algo sospechoso.

– ¿Entonces qué tengo que hacer ahora?

– Simplemente demostrar que es tuyo. Cuenta bancada, cheque cobrado, póliza de seguros… explicar de dónde lo sacaste.

– Pero ¿y si…?

– No quiero saberlo. Por lo que a mí respecta, el problema ya es de los otros -y con eso, cuelga.

Cuelgo yo también y vuelvo a pensar en Inez. Si Simon quiere, puede darle pistas del dinero. Es el triunfo que tiene en la mano. El mío, Dios mediante, es un traficante de drogas llamado Patrick Vaughn. Miro el reloj y veo que ya casi es la hora.

Cojo la chaqueta de la percha y me voy hacia la puerta. Al salir a la antesala, sin embargo, quedo sorprendido al ver que Pam sigue en el escritorio pequeño junto a mi puerta.

– ¿Se te ha vuelto a estropear el teléfono?

– No me hables -dice cuando paso por detrás de ella-. ¿Hacia dónde vas?

– A ver a Trey.

– ¿Todo bien?

– Sí, sí. Voy a ver si pillo un café… y puede que robe unos Ho-Hos de las máquinas.

– Que te diviertas -dice cuando la puerta se cierra detrás de mí.

– ¿Puedo hablar contigo un momento? -pregunto, asomando la cabeza en la oficina de Trey.

– Bien calculado -dice, colgando el teléfono-. Pasa.

Me quedo junto a la puerta y le hago un gesto señalando a sus dos compañeros de despacho. Él ya sabe el resto.

– ¿Quieres dar una vuelta? -pregunta.

– Sería mejor.

Sin dudarlo un momento, Trey me sigue por la puerta. Cogemos la escalera hacia la segunda planta. No hace falta decir que nadie da una vuelta por el patio de su casa.

Mientras vamos por el pasillo, voy mirando el suelo de mármol ajedrezado en blanco y negro. En el EAOE, la vida es siempre una partida de ajedrez.

– ¿Qué pasa? -preguntamos los dos a la vez.

– Tú primero -me dice.

Intento aparentar despreocupación y vigilo a mis espaldas.

– Sólo quería asegurarme de que estamos preparados para lo de Vaughn.

– No te preocupes, tengo todo lo que necesitamos: calcetines de lana, tiritas, Ovaltine…

Está intentando levantarme el ánimo, pero no le funciona.

– Es normal estar nervioso -añade, pasándome un brazo por el hombro.

– Lo de los nervios puedo aguantarlo, pero estoy empezando a preguntarme si será buena idea seguir adelante con esto.

– ¿Es que ya no quieres ir a verlo?

– No es eso… es que… después de ver la foto de Adenauer en el periódico y ver la forma en que están presionando a Lamb… me parece que el FBI se está preparando para atacar.

– Aunque así sea, no creo que haya mucha elección -señala-. Estás tomando todas las precauciones que se nos ocurren, y mientras vayas con cuidado, todo irá bien.

– Pero ¿no ves que no es tan sencillo? En este momento, si el FBI me pregunta por Vaughn puedo mirarlos a los ojos y decir que no nos conocemos. Podría pasar el detector de mentiras si hiciera falta, demonios. Pero una vez que nos reunamos… Mira, Trey, si el FBI me vigila tan de cerca como yo creo, y nos ven a Vaughn y a mí hablando, cualquier defensa que hubiera tenido se va directamente a la mierda.

Al llegar al final del pasillo, nos quedamos callados. En las «vueltas» no se habla hasta que has visto si hay alguien al doblar la esquina. Al doblarla, sólo vemos unas pocas personas al otro extremo. Cerca no hay nadie.

– Evidentemente que no es la mejor situación -replica Trey-. Pero seamos sinceros, Michael, ¿de qué otro modo piensas conseguir respuestas? Ahora mismo, sabes como un tercio de la historia. Si consigues reunir dos tercios, es probable que puedas adivinar lo que está en marcha, pero ¿gracias a quién lo vas a averiguar? ¿Por Simon? Todo lo que tienes es Vaughn.

– ¿Y si me está tendiendo una trampa?

– Si Vaughn sólo quisiera joderte, ya hubiera ido a la policía. Te digo que si quiere que os veáis, es porque tiene algo que ofrecerte.

– Sí, por ejemplo pillar una inmunidad por entregarme al FBI.

– No lo creo, Michael, eso no tiene sentido. Si Simon y Vaughn trabajasen juntos, y hubieran usado tu nombre para que Vaughn se colase, ¿por qué cuando entró en el edificio iba el propio Vaughn a ligar su nombre a la única persona que sabe que aparecerá como presunto asesino? -Trey se queda mirándome, dejando que la pregunta haga su efecto.

– ¿Tú crees que a Vaughn lo han jodido también? -pregunto.

– Puede que no sea un santo, pero es obvio que hay algo que se nos escapa.

Mientras caminamos, voy deslizando las puntas de los dedos por la pared del pasillo.

– Así que la única manera de salvarme…

– … es meterte en la jaula de los leones -dice Trey, asintiendo con la cabeza-. Todo tiene un precio.

– Eso es lo que me preocupa.

– A mí también -dice Trey-. A mí también… pero mientras hayas mantenido la boca cerrada, estarás perfectamente.

Doblamos lentamente otra esquina del pasillo.

– Por favor, Michael, dime que has mantenido la boca cerrada -añade.

– Así es -insisto.

– ¿Entonces no se lo dijiste a Pam?

– Correcto.

– ¿Y no se lo dijiste a Lamb?

– Correcto.

– ¿Y no se lo dijiste a Nora?

Tardo un milisegundo de más.

– ¡No puedo creer que se lo hayas dicho a Nora! -dice empezando a frotarse el pelo-. ¡Demonios, muchacho! ¿En qué estabas pensando?

– No te preocupes… no dirá nada. Eso sólo empeoraría las cosas para ella. Además, es buena para estos temas. Está llena de secretos.

– Menuda mierda, llena de secretos. Ése es el asunto. Silencio: bueno. Muchos secretos: malo.

– ¿Por qué eres tan paranoico con ella?

– Porque mientras tú estás en la Residencia haciendo jueguecitos con los Primeros Pezones, yo soy el que sigue plantado en la realidad. Y cuanto más escarbo, menos me gusta lo que veo.

– ¿Qué quieres decir con escarbo?

– ¿Sabes a quién tenía al teléfono cuando entraste? A Benny Steiger.

– ¿Quién es?

– El tío que mete el espejo debajo de tu coche cuando entras por la Puerta Suroeste. Colé a su hermana en el Jardín Sur el 4 de julio del año pasado y desde entonces me debe una buena, así que decidí pedírsela. De todos modos, ¿te acuerdas de la primera noche, cuando Nora y tú estuvisteis siguiendo a Simon? Pedí a Benny que investigase un poco los registros de la vigilancia y, según él, aquella noche Nora volvió a casa sola. A pie.

– Yo la dejé bajar del coche fuera. Menuda historia.

– Ya lo creo que es una buena historia. Una vez que perdisteis al Servicio Secreto con vuestra carrerita en coche, perdiste también tu coartada.

– ¿Qué quieres decir?

– Te estoy hablando del método tan sencillo que tiene Nora de cubrirse las espaldas. Si quiere, no hay absolutamente nada que la impida decir que después de que os escapaseis de la escolta, ella se bajó de tu coche y os largasteis los dos por separado.

– ¿Y por qué iba a decir eso?

– Piénsalo, Michael. Si la cosa se pone en tu palabra contra la de Simon, ¿quién puede avalar tu historia? ¿Nora, verdad? El único problema es que eso es malo para papi. Tan cerca de la reelección, y teniendo sólo un pelo de ventaja por encima del margen de error, ella no lo hará pasar por eso. Pero en cambio, si no hubiera estado allí cuando Simon dejó el sobre, ya no hay problemas. Simon y tú podéis sacaros los ojos el uno al otro. Y naturalmente, en una pelea de gatos, él se te comerá como a un atún.

– ¿Y qué pasa con el poli que nos paró? Él nos vio.

– Venga, hombre, si tú mismo lo dijiste: fingió que no la conocía. Es la última persona con la que contaría.