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– Volviendo a las carpetas de Caroline -empieza Lamb-. El tercer nombre de la lista…

Sólo una persona utiliza ese teléfono. Un dolor agudo me recorre toda la nuca. Las piernas ya me flaquean. Por favor, que no sea ella.

Lamb pone voz a mis temores lo más confusamente posible.

– El último expediente era el de… Pam Cooper.

CAPÍTULO 26

– ¿Qué te ha dicho? -me pregunta Trey cuando cuelgo el teléfono.

– No puedo creerlo -digo, derrumbándome en la silla.

– ¿Qué? Cuéntame.

– Tú lo has oído… todos estábamos en la misma línea.

– Quiero decir, después de que hube colgado.

– ¿Qué más hay que decir? Caroline tenía el expediente de Pam.

– Eso no me lo creo.

– ¿Crees que se lo inventa?

– Puede ser que… ¿Te dijo qué había en él?

Todo lo que puedo hacer es menear la cabeza.

– El FBI no se lo quiso dar.

– ¿Crees que realmente Caroline le hacía chantaje a Pam?

– ¿Se te ocurre alguna otra razón para que Caroline necesitase su expediente?

– ¿Y si Pam tenía alguna cuestión sobre ética? ¿No era eso lo que hacía Caroline?

– No importa qué hacía o dejaba de hacer, ya has visto el teléfono: Pam ha estado escuchando por mi línea.

– Sólo porque tuvierais una línea compartida no se puede decir…

– Trey, en todo el tiempo que llevo en esta oficina, Pam no había usado el teléfono de la antesala ni una sola vez. Y entonces, en cuanto empiezo a husmear en busca del asesino de Caroline, se pasa el tiempo con él.

– Pero si hubiera estado espiándote, ¿no crees que ya la habrías oído alguna vez?

– Si apretaba el botón de quitar el sonido, no. Podría haberlo descolgado sin que yo oyera nada. -Me levanto de un salto y voy hacia la puerta-. Seguro que hasta desconectó el timbre para que yo no pudiera oír cuando alguien…

– Pues está desconectado -susurra Trey, dándose la vuelta.

– ¿Qué?

– Lo comprobé cuando colgué. El timbre está desconectado.

– Mejor que sea bueno -dice Nora, irrumpiendo en mi despacho. Pasa rápido junto al sofá pero yo sigo con los ojos en la puerta. No necesita preguntarlo, sabe lo que busco. La escolta.

– No vienen -dice.

– ¿Estás segura?

– ¿Tú qué crees?

– Entonces…

– Sólo me siguen si salgo del recinto. Mientras esté dentro, me dejan en… -La voz se apaga. Se fija en algo detrás de mi mesa. La pared del ego. Maldición. Se lanza hacia ella y va directa a la foto en que estoy con su padre. Es la misma que le di a mi padre, pero ésta está firmada.

– ¿Qué? -pregunto.

Estudia la foto, pero no responde.

– Nora, ¿no puedes…?

– Debía de estar de buen humor… la firma es auténtica.

– Estoy emocionado… Y ahora, ¿puedes estarte quieta un momento?

No hace caso de la petición porque está demasiado ocupada revisando el resto del despacho. Lo más absurdo de todo es que la mayor parte de la gente se siente intimidada cuando no está en su propio terreno. Nora se refuerza.

– De manera que aquí es donde sucede todo, ¿eh? Aquí es donde tú pones el culo a cambio del autógrafo de un figurón…

– ¡Nora!

Me mira y sonríe, gozando de la explosión.

– Sólo te estaba tomando el pelo, Michael.

– Pues ahora no es el momento.

– Oye -dice porque conoce ese tono-, lo siento… dime sólo de qué gran asunto se trata. ¿Alguien se quema?

Le relato brevemente todo lo que ha pasado con Pam y los expedientes. Como siempre, Nora emite rápidamente su juicio.

– Ya te lo dije -afirma, sentándose en una esquina de la mesa-. Te lo dije desde el principio. Aquí siempre es así. Todo es cuestión de rivalidades.

– Esto no tiene nada que ver con rivalidades.

– Oh, así que ahora vas a ignorar el hecho de que la muerte de Caroline ha supuesto un gran ascenso para Pam.

– Sólo está de interina. Cogerán a alguien después de las elecciones.

– ¿Y entonces crees que le hacían chantaje? ¿Que ella mató a Caroline para ocultar lo que haya en su expediente?

No contesto.

– Y Jill vino rodando detrás -dice Nora-. Y no nos olvidemos de la ficha de Vaughn. ¿No te prometió Pam que la sacaría y te la daría? Lo último que sé es que todavía no la tienes.

– No la necesito. Lamb me explicó la mayor parte y Vaughn me contó el resto.

– Pero eso no cambia los hechos. Pam te la prometió y nunca te la dio.

– ¿Puedes dejar el tema, por favor?

Cruza las piernas y mueve la cabeza.

– De modo que si la acusas tú, perfecto; pero si la acuso yo, malo. Es así como…

– No quiero hablar de ello -la interrumpo alzando la voz. Los siguientes segundos permanecemos sentados en un silencio embarazoso. Miro el sobre que tiene en el regazo. Y por fin, digo-: ¿Conseguiste la información?

– ¿Tú qué crees? -pregunta, balanceando el sobre con la punta de los dedos.

Se lo arrebato y lo rasgo. Dentro hay la fotocopia de cuatro páginas del libro de visitas del Despacho Oval del Presidente. Cuando Trey solicitó esa misma información, no obtuvo más que buenas palabras. Sin arredrarnos, sacamos la artillería pesada.

Diez minutos después, Barbara estaba más que contenta por atender la petición de Nora.

– ¿Qué le dijiste? -pregunto, hojeando las páginas.

– Le dije que pensábamos que Simon era un asesino y que queríamos ver si de verdad estaba en el Despacho Oval cuando murió Caroline.

– Muy gracioso.

– No tuve que explicar nada, le dije que era una cuestión personal. Antes de que pudiera soltar otra palabra por la boca ya me había puesto las copias en la mano.

Las cuatro fotocopias cubrían las cuatro horas, de ocho a doce de la mañana, del día que murió Caroline. Cada hora, una página. Mirándolas bien, un auténtico maratón.

08.06: entra Terry. 08.09: entra Pratt. 08.10: entra McNider. 08.16: sale Terry. 08.19: salen Pratt y McNider. 08.20 a 08.28: llamadas de teléfono. 08.29: entra Alan S. 08.41: sale Alan S. Las citas cubren la mañana entera. Hartson no necesita ir a ningún sitio. Todos van a verlo.

Paso a la página siguiente y encuentro en seguida lo que estaba buscando.

09.27: entra Simon. Recorro el resto de la lista con el dedo buscando la correspondencia. El corazón me da un salto en cuanto la veo. 10.32: sale Simon. Maldición. Yo no encontré el cuerpo hasta por lo menos las diez y media. Eso significa que la tiene. La coartada perfecta. Hay una expresión de tristeza en la cara de Nora.

– Lo siento -dice; como no contesto, su voz se acelera-. Aunque está claro que la cosa apunta hacia Pam, ¿no crees?

– ¿No podrías parar por una vez en tu vida?

Eso no le ha gustado.

– Escucha, Archie, sólo porque Betty te haya jodido no tienes por qué hacer el tonto con Verónica. -Y antes de que pueda replicar, ya está camino de la puerta.

– Perdona que te hablara así, Nora.

No hace caso.

– Por favor, Verónica, no te vayas. No puedo hacer nada sin ti.

Se para en seco.

– ¿Lo dices en serio? -pregunta, sorprendentemente seria.

Asiento con la cabeza y añado:

– Me vendría muy bien tu ayuda.

Vuelve titubeante hacia mi mesa. Pasea los dedos por las páginas fotocopiadas. Las observa y finalmente dice:

– ¿Tienes alguna idea de por qué se reunían? Una hora es mucho tiempo para estar allí dentro.

– Ya comprobé el horario viejo -le digo con una sonrisa de agradecimiento-. Los primeros veinte minutos eran para un informe sobre unos tipos de la Seguridad Nacional. Los otros cuarenta estaban anotados como ceremonia de liderazgo para algunos prebostes de la asociación de juristas. Probablemente, algún sarao para grandes contribuyentes a la campaña: enseñarles el Despacho Oval, mandarles una foto dedicada, y una semana después, pedirles una donación.