Выбрать главу

Debe de haber por lo menos dos centenares de personas, todas ellas mirando hacia el podio que está al final del Jardín de Rosas. Instintivamente, empiezo a mirar las chapas de identidad. La mayoría las llevan con fondo naranja, limitadas al EAOE. Unos pocos las tienen azules. Y los que la tienen guardada en el bolsillo de la camisa son los internos. Por eso está tan lleno el jardín. Todo el mundo está invitado. Lo raro del asunto es que ni siquiera el personal más joven suele estar tan entusiasmado por un acto. A mi espalda, oigo una voz de hombre que dice:

– Me he pasado toda mi vida haciendo colas como ésta.

Me pongo de puntillas y estiro el cuello para ver por encima de la masa. Entonces me doy cuenta de que no estamos ante un acontecimiento corriente. La ventaja del Presidente disminuye, así que estas próximas horas son necesarias para volver a estar hombro con hombro en primera línea. Primero, la fiesta familiar; después, la entrevista en directo. Hay que exhibir la mejor cara posible ante toda Norteamérica, y no reparar en gastos para realizarlo.

Junto al podio está el objeto de la atención de todos: una enorme tarta de pisos con glaseado de vainilla que tiene un extraño parecido a la Primera Dama dibujada con azúcar de diferentes colores. A la derecha de la tarta, detrás de un largo cordón de terciopelo, está el equipo de «Dateline», filmando material para la introducción de esta noche. Delante de ellos, dos hombres con cámaras. Fotógrafos de la Casa Blanca. Demonios, Trey es implacable. Tómate un trozo de pastel; sácate una foto con Mickey y Minnie. En los últimos meses, antes de la elección, quieren que todos parezcamos una familia. La familia primero.

Dejo de lado lo de las fotos y me meto entre la gente. Tengo que encontrar a Pam. Me abro paso con los codos entre el mar de colegas funcionarios en busca de su pelo rubio.

Sin previo aviso, la muchedumbre empieza a bullir. La ovación empieza por delante y va extendiéndose hacia atrás. Con un impulso repentino, todo el bloque empuja hacia adelante. Aplausos. Gritos. Silbidos. La Primera Familia está aquí.

Con el Presidente a su derecha y Nora y Christopher a su izquierda, Susan Hartson saluda a la multitud como si le sorprendiera tener a doscientas personas en el jardín. Como siempre, hay un grueso cordón de terciopelo que los separa del personal, pero el Presidente estrecha todas las manos que se le tienden. Lleva corbata de rayas rojas y camisa azul claro y el típico traje azul marino y se lo ve más relajado que nunca que yo lo haya visto. Detrás de él, la Primera Dama resplandece con la alegría de rigor, y va seguida por Christopher, que lleva una camisa del mismo color que su padre pero sin corbata. Bonito toque. Finalmente, a la cola, y con una falda negra de muy buen gusto, está Nora. Lleva un regalo de cumpleaños envuelto en papel rojo blanco y azul. Cuando avanzan hacia el podio, tres equipos de televisión, incluido el de «Dateline», captan el momento. Es un acto brillante. Todo el mundo -el personal, los Hartson, todos nosotros- es una gran familia unida y feliz. Siempre y cuando nos quedemos de este lado del cordón.

Ciertamente, la definición de «no tener oído» es un rebaño de empleados de la Casa Blanca cantando Cumpleaños feliz a todo pulmón. Cuando termina la canción, he cruzado ya la cuarta parte de la muchedumbre, pero sigo sin ver a Pam.

– La hora de los regalos -anuncia el Presidente. Con ese pie, Christopher y Nora suben al podio. Para esto, me paro.

Nora se coloca frente a nosotros con una sonrisa convincente. Hace un mes, me la hubiera creído. Hoy, ni siquiera estoy cerca de ser engañado. Se siente fatal allí arriba.

Christopher se aparta el pelo oscuro de los ojos y se acerca al micrófono con orgullo adolescente y se lo pone a su altura.

– Mamá, ¿vienes aquí…? -dice.

La Primera Dama se adelanta y Nora se inclina torpemente hacia el micrófono.

– Éste es el regalo de Chris, papá y yo. Y como no queremos que lo devuelvas, hemos decidido que lo recogeré yo. -La multitud llena la banda sonora con risas de serie cómica-. De todos modos, esto te lo damos nosotros a ti.

Nora coge el paquete rojo, blanco y azul que yo sé que ella no envolvió y se lo tiende. Pero mientras la Primera Dama desenvuelve el papel de regalo, algo sucede. Hay una nueva expresión en el rostro de Nora. Sus ojos bailan con una emoción nerviosa. Esto no está en el guión. Ya no son Nora y la Primera Dama. No es más que una hija dándole un regalo de cumpleaños a su madre. Y por el modo en que Nora se balancea sobre los talones, es que se muere de ganas de que a mamá le guste.

En el momento en que abre la caja, todo son oooohs y aaaahs entre el público. Los cámaras se mueven para tomar primeros planos. Dentro hay una pulsera de oro labrada a mano con pequeños zafiros incrustados. Al sacarla, la primera reacción de la señora Hartson -lo primero que hace- es de puro instinto. Con un movimiento lento se vuelve hacia la cámara de «Dateline» con expresión radiante y dice:

– Gracias, Nora y Chris, os quiero mucho.

Casi una hora y media después estoy de vuelta en mi despacho, intentando aclarar el montón de correo de la noche. He llamado a Pam por el busca dos veces más. No me ha contestado.

Trato de controlar la migraña que me corretea por el cráneo y abro el cajón de arriba y rebusco entre mi colección de medicinas: Maalox, Sudafedr, Zetirizine… siempre preparados. Cojo un frasco de plástico de Tylenol y me peleo con la tapa a prueba de niños. No estoy de humor para ir a buscar agua, así que echo la cabeza para atrás y me lo trago tal cual. No son fáciles de pasar.

– ¡Venga, muchachos, es la hora del fuego de campamento! -grita Trey, abriendo la puerta de mi despacho de una patada-. ¡A ver, Annette, dilo tú! ¿Quién es el jefe del campamento que más te gusta a ti? ¡TREY-T-R-E-Y-Y-Y!

– No puedes dejar nunca el rollo Disney, ¿verdad?

– Cuando viene tan a cuento, no. Es que, chico, ¡esto es el reino mágico! ¿Has visto lo bien que salió el acto? Ya está en la CNN. Preparado para las noticias de la noche. Nancy predice que saldrá en primera página de la sección Estilo. Y en menos de una hora, en directo en «Dateline». ¿Puedo conseguir algo mejor? ¡No! ¡No señor, no puedo!

– Estoy entusiasmado con que tú y tus nigromantes consigáis lavar el cerebro a media nación, Trey, pero por favor… -Me quedo mirando el vaso de lápices con la mente perdida. No importa.

– No me pongas esa cara de palo -me riñe sentándose delante de la mesa-. ¿Qué te pasa?

– Es que… no lo sé. Todo ese rollo me ha dejado mal sabor de boca.

– Se supone que tiene que dejar un mal sabor, ¡así sabemos que es bueno! Cuanto más jarabe, mejor. Es lo que toman los norteamericanos para desayunar.

– No fue sólo la parte cursi. Ya la viste cuando cogió el regalo. Nora fue a escoger algo bonito para su madre, y ¿qué hace la Primera Dama? Da las gracias a la cámara en vez de a su hija.

– Te juro que cuando estaba allí, lloré.

– No es gracioso, Trey. Es dramático.

– ¿No podrías bajarte del pedestal, por favor? Los dos sabemos la verdadera razón de que estés de mal humor.

– ¡Para ya de decir cómo tengo que sentirme! ¡Tú no eres el dueño de mis procesos mentales!

Se apoya en el respaldo en silencio y me concede un segundo para tranquilizarme.

– No la tomes conmigo, Michael. Yo no tengo la culpa de que no encontrases a Pam.

– ¡Oh! ¿Así que tú no eres el que metió doscientos trepas detrás del flautista de vainilla glaseada?

– No era glaseado, era cobertura. Es distinto.

– ¡No hay diferencia!

– Tendría que haber diferencia, sólo que nosotros dos no la sabemos.

– ¡Deja de joder, Trey! ¡Estás empezando a cabrearme!

En vez de contestarme con otro grito, empieza a frotarse la cabeza. Con intensidad media, más bien como modo de contenerse. Otro que no fuera tan buen amigo ya estaría en la puerta. Trey se queda donde está. Al cabo de un momento, le miro al otro lado de la mesa.