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– Tal vez Vaughn estuviera equivocado. Tal vez cuando Nora vuelva…

– Espera un momento, ¿vas a darle la oportunidad de que se explique? Después de lo de esta noche… ¿has perdido la cabeza?

– No es que tenga mucha elección.

– Hay cantidad de elecciones. Montones de carritos de compra hasta arriba: odiarla, despreciarla, maldecirla, ignorarla, pretender que eres natural y aborrecerla como una…

– ¡Basta! -lo interrumpo con los ojos todavía fijos en la camarera-. Ya sé que parece que… sólo que… no tenemos todos los datos.

– ¿Qué más necesitas, Michael? ¡Se está acostando con Simon!

Siento una opresión en el pecho. Sólo pensarlo…

– Lo digo en serio -susurra mirando recelosamente a las mesas de alrededor-. Por eso mataron a Caroline. Descubrió que esos dos andaban de patinaje horizontal y cuando empezó a chantajearlos decidieron contraatacar. El único problema era que necesitaban alguien a quien echar la culpa.

– Yo -murmuro. Y sin duda tiene sentido.

– Piensa cómo se lo montaron. No fue una simple coincidencia que aparecieseis en el bar aquella noche; estaba preparado. Ella te llevó allí a propósito. Todo: despistar a la escolta, fingir que se había perdido… hasta coger el dinero. Todo era parte de su plan.

– No -susurro, separándome de la mesa-. Así, no.

– ¿Y tú qué…?

– Vamos, Trey, no había modo de saber que la policía del distrito de Columbia iba a pararnos por exceso de velocidad.

– No, tienes razón… eso fue pura casualidad. Pero si no te hubieran parado, ella te lo hubiera colocado en el coche. Piénsalo. Lían a Vaughn y hacen que parezca que fuiste tú quien lo trajo. Cuando Caroline aparece muerta a la mañana siguiente, entre Vaughn y el dinero eres tú quien tiene la pistola humeante.

– No sé. Quiero decir, si la cosa es así, ¿por qué entonces no me han entregado? Todavía tengo la «pistola». La tiene la policía bajo custodia.

– No estoy muy seguro. Puede que estén preocupados de que los polis identifiquen a Nora. Puede que estén esperando hasta después de las elecciones. O puede que estén esperando a que lo haga el FBI por su cuenta. Mañana a las cinco en punto.

Seguimos sentados en silencio y yo contemplo mi cerveza, estudiando las burbujas que suben. Finalmente, miro a Trey.

– De todos modos, tengo que hablar con ella. -Y antes de que pueda reaccionar, añado-: No me preguntes por qué, Trey. Es sólo que… ya sé que tú piensas que es una tramposa… pero créeme, yo también sé que es una tramposa, pero que debajo de eso… tú no lo has visto, Trey. Lo único que ves es alguien para quien trabajas, pero detrás de toda esa pose de chica dura y todas esas tonterías de cara al público, en una serie distinta de circunstancias, podría ser fácilmente tú o yo.

– ¿De veras? Entonces, ¿cuándo fue la última vez que nos tomamos un Especial K en la bolera?

– He dicho debajo de eso. Debajo de eso sigue habiendo una niña.

– Oye, ahora parece que seas Mitrídates.

– ¿Quién?

– Un tío que sobrevivió a un intento de asesinato tomándose un poquito de veneno todos los días. Cuando finalmente intentaron envenenarlo poniéndoselo en el vino, su cuerpo ya estaba inmunizado.

– ¿Y qué hay de malo en eso?

– Fíjate bien en los detalles, Michael. A pesar de que sobrevivió, había estado tomando veneno todos los días.

No puedo evitar mover la cabeza.

– Sólo quiero saber lo que me dice. Tu teoría es una entre las posibles; hay muchas otras. Que nosotros sepamos, Pam es la que…

– ¿Pero qué coño te pasa? ¡Es como si siempre llevaras puesto el piloto automático!

– No lo entiendes…

– Sí lo entiendo. Y también sé lo que sientes por ella. Demonios, aunque me olvide de Nora, todavía tengo unas cuantas preguntas sobre Pam, pero da un paso atrás y ponte la ropa de razonar. Estás confiando en Nora y Vaughn, dos completos extraños que hace menos de un mes que conoces, y desconfías de Pam, una buena amiga que ha estado de tu parte durante dos años. Por favor, Michael, ¡mira los hechos! ¿No ves que no tiene sentido? Quiero decir, simplemente hoy… ¿qué estás pensando? Mi vista vuelve a la cerveza. No tengo respuesta.

El viernes a primera hora repaso de prisa los cuatro periódicos para comprobar si Adenauer mantuvo su palabra. El Herald trae un artículo corto sobre ciertas teorías conspiratorias que empiezan a surgir a propósito de la muerte de Caroline, pero eso era de esperar. Más importante es que Hartson subió seis puntos en las encuestas, un salto de gigante que lo sitúa por encima del margen de error. No es difícil ver por qué. La foto de portada del Post es una instantánea de toda la familia en «Dateline». A la derecha del todo, Nora se está riendo de un chiste de su madre. Un día más en la vida. Aparte de eso, que yo pueda ver, todo está en orden. Nada de Inez. Nada de nadie. Ahora, todo lo que tengo que hacer es la parte difícil. Según el horario, aterrizarán en cualquier momento. Me ajusto la corbata y la aprieto un poquito más. Es el momento de ir a ver a Nora.

Una vez que el Servicio Secreto me hace señas de pasar, me dirijo directamente a su dormitorio del tercer piso. Me detengo ante la puerta con la mano preparada para llamar. La oigo hablar con alguien dentro, así que me acerco más. Pero justo cuando lo hago, se abre la puerta y aparece Nora, radiante, con una camiseta negra y unos vaqueros ajustados sujetando un teléfono móvil en la oreja y sonriéndome toda una milésima de segundo.

– Me da igual que recaude dos millones -grita por el teléfono-. No pienso cenar con su hijo.

Cuando entro levanta el dedo índice para indicarme que «un minuto».

Basándome en el horario, supongo que debe de tratarse de algún donante de las recepciones de ayer. Cuando nos conocimos, me contó que esto siempre pasa después de los actos de recogida de fondos. Cualquier patán con talonario de cheques se pone a pedir favores. Al Presidente suelen pedirle cosas de negocios. A Nora, cosas personales.

– ¡Pero qué coño le pasa a esa gente! -dice por el teléfono sin dejar de andar. Me indica con un gesto que me siente en el canapé-. ¿Es que no pueden comprarse un coche blindado o algún mueble de Ralph Lauren como todo el mundo? -Con un movimiento de brazo, añade-: Diles la verdad. Diles que yo pienso que ese jefecito de Bolsa de papá es una cucaracha y que… -Hace una pausa escuchando a la persona que está al otro lado de la línea-. Me da igual que haya ido a Harvard, ¿eso qué coño tiene que…? -Se interrumpe-. ¿Sabes qué? En realidad sí que importa. Importa un montón. ¿Tienes un lápiz? Porque acaba de ocurrírseme lo que tienes que decir. ¿Apuntas? Cuando vuelvas a tener a los padres al teléfono, les dices que aunque estoy terriblemente excitada con la perspectiva de tener a su hijo entusiasmado metiéndome la lengua en la oreja, lamento no poder hacerlo. Es que cuando estaba en Princeton hice un juramento vaginal que me impide salir con dos clases de personas: la primera, chicos de Harvard. ¡Y la segunda -y aquí empieza a gritar-, hijos de padres con pretensiones, esos fanfarrones que se dan importancia y que piensan que sólo porque saben agenciarse entradas de preestreno y luego ir a los restaurantes más de moda del momento, el mundo entero tiene que llevar el precio puesto! Por desgracia, su queridísimo Jake está incluido en las dos. Atentamente, Nora. PD: Es usted una puta mierda, los Hampton están superpasados, y diga lo que diga el maître, ¡él también lo odia!

Contempla furiosa el auricular y apaga el teléfono.

– Perdona todo esto -me dice, todavía respirando fuerte.