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– No lo entiendes.

– Confía en mí, Michael, el que no se entera eres tú. Acaba de llamarme…

– A Vaughn le han pegado un tiro en la cabeza -le suelto-. Está muerto.

Trey ni siquiera hace una pausa. Después de cuatro años de escopetero de la Primera Dama está acostumbrado a las malas noticias.

– ¿Dónde fue? ¿Cuándo?

– Hoy. En el hotel. Entré allí y encontré el cuerpo. No sabía qué hacer, así que me fui corriendo.

– Bueno, pues será mejor que sigas corriendo. Lárgate de ahí ahora mismo.

– ¿De qué me estás hablando?

– Acaba de llamarme un amigo del Post. Sacan la historia en su sitio web: el asesinato de Caroline, los informes de toxicología, todo.

– ¿Y mencionan algún sospechoso?

Trey me concede otra larga pausa.

– Me ha dicho que tú te vas a llevar un palo. Lo siento, Michael.

– ¿Estás seguro? -digo, cerrando los ojos-. Puede que sólo estuviera buscando…

– Me preguntó cómo se escribía tu nombre.

Las piernas me flaquean y tengo que apoyarme en el escritorio. Ya está. Estoy muerto.

– ¿Te encuentras bien? -pregunta Trey.

– ¿Qué te dice? -pregunta Nora.

– ¡Michael! ¿Estás ahí? -resuena la voz de Trey por el teléfono-. ¿Estás bien, Michael?

El mundo entero se vuelve borroso. Es como aquella noche en la azotea, sólo que esta vez es realidad. Mi realidad. Mi vida.

– Escucha -dice Trey-. Márchate de la Residencia… apártate de Nora. Ven aquí y podemos… -Se queda en silencio de repente.

– ¿Qué? -pregunto.

– ¡Oh, no! -gime-. No puedo creerlo.

– ¿Qué? ¿Es sobre la noticia?

– ¿Pero cómo…?

– ¡Pero dímelo, Trey! ¿Qué es?

– Lo estoy viendo pasar en las pantallas de la AP… ¡Está en los teletipos, Michael! Deben de haberlo cogido de la web del Post.

Hijos de perra. Ahora esto ya no hay quien lo pare.

– Tengo que marcharme de aquí.

– ¿Adonde vas? -pregunta Nora.

– ¡No se lo digas! -me grita Trey-. ¡Lárgate! ¡Ya mismo!

En medio del pánico cuelgo el teléfono y corro hacia la puerta. Nora viene detrás.

– ¿Qué te ha dicho Trey? -me pregunta.

– Ha salido. Ha salido la historia. Caroline. Yo. Todo. Dice que está en todas las noticias.

– ¿Y hablan de mí?

Me quedo mirándola.

– ¡Por todos los santos!

– Ya sabes a qué me refiero.

– La verdad es que no, Nora -le vuelvo la espalda y me encamino hacia la escalera principal.

– ¡Lo siento, Michael! -me grita.

No me detengo.

– ¡Por favor, Michael!

Continúo adelante. Estoy a punto de dejar el pasillo cuando ella gasta su último cartucho.

– ¡Ésa no es la mejor salida!

Para eso sí que me paro.

– ¿A qué te refieres?

– Si vas por la escalera te encontrarás de frente con el Servicio Secreto.

– ¿Tienes alguna idea mejor?

Me coge por la mano y me conduce un poco más allá del pasillo. Me resisto justo lo indispensable para hacerle saber que no soy su marioneta.

– Ahórrame los juegos de poder, Michael. Estoy intentando sacarte de aquí.

– ¿Estás segura?

No le gusta que la acuse.

– ¿Tú piensas que]o hice yo?

No estoy nada seguro de lo que pienso, y éste no es momento de pararse a pensarlo.

– Indícame el camino.

En la esquina del fondo del pasillo abre unas puertas de vaivén y damos a lo que parece una pequeña panadería. Una nevera pequeña, un fregadero de barra, unas cuantas vitrinas con paquetes de cereales y aperitivos. Justo lo suficiente para ahorrarte bajar tres tramos hasta la cocina. En una esquina del cuarto, sobre la barra, hay dos paneles cuadrados de metal con unas ventanitas del tamaño de un disco compacto. Nora coge las asas que hay abajo de uno de los paneles, los levanta y se abre algo parecido a una ventana de guillotina. Detrás del panel hay un pequeño tubo que parece suficiente para dos personas.

– ¡Qué! -exclama Nora-. ¿No habías visto nunca un montacargas?

Compongo rápidamente en mi cabeza el plano del edificio. El comedor del Presidente está justo debajo de nosotros, y la cocina en la Planta Baja. Al ver que lo he entendido, añade:

– Hasta los presidentes tienen que comer.

Señala con la barbilla el diminuto ascensor.

– ¡Un momento! ¿No pretenderás que yo…?

– ¿Tú quieres salir de aquí? -me pregunta.

Asiento con la cabeza.

– Entonces, ¡entra!

CAPÍTULO 32

Descendemos a la cocina en completa oscuridad y absoluto silencio. Al llegar a la Planta Baja, la ventanilla redonda se llena de luz. Nora atisba el exterior, levanta la puerta y mira a ambos lados.

– Vamos -dice.

Al intentar salir del montacargas, me clava la rodilla en las costillas. Me trae a la memoria a Vaughn.

Salgo a gatas hasta la luz y veo que estamos en el rincón del fondo de la cocina, en un cuarto pequeño junto a la batería de frigoríficos industriales. Por el hueco de la puerta ha visto a un guardia de uniforme en el exterior de la entrada de proveedores. Más cerca de nosotros hay un chef con un ayudante preparando la cena en unas cazuelas de acero inoxidable. Enfrascados en sus movimientos, ni siquiera se percatan de nuestra presencia.

– Por aquí -dice Nora, tirando de mí por la mano.

Abre la puerta que tenemos a la derecha y me saca de la cocina, otra vez al corredor de la Planta Baja.

– ¡Allí! -grita alguien desde el vestíbulo.

Cincuenta flashes estallan ante nuestros ojos. Instintivamente, Nora da un paso delante de mí y me cubre de… Un momento… no es la prensa. Llevan Instamatics. Sólo es otro grupo de turistas.

– Nora Hartson -anuncia el guía a lo que parece un grupo de diplomáticos VIP-. ¡Nuestra Primera Hija!

Los turistas prorrumpen en aplausos espontáneos y el guía les recuerda sin éxito que no se permiten fotos.

– Gracias -dice Nora, disculpándose ante el grupo, que sigue tirando instantáneas.

Está de pie delante de mí, intentando taparme todo el rato. Sé lo que está pensando: si mi foto aparece en todos los periódicos de mañana, lo que menos le conviene es una foto en pareja. Cuando el grupo de turistas se va hacia su próximo destino, Nora me coge de la muñeca.

– ¡Vamos! -susurra, procurando seguir tapándome cuanto puede-. Date prisa.

Agacho la cabeza y voy tras ella. Caminamos de prisa por el pasillo y pasamos ante mi agente favorito. No se mueve, no toca su walkie-talkie. Mientras evitemos la escalera hacia la Residencia, todo parece traerle sin cuidado. Por eso ella optó por no salir por la trasera de la cocina.

Giramos a la izquierda al lado de la Sala Diplomática y Nora abre una puerta flanqueada por bustos de bronce de Churchill y Eisenhower que nos lleva a un largo pasillo donde hay por lo menos cuarenta pilas de sillas de dos metros de alto. Almacén para cenas oficiales. Seguimos avanzando por el corredor y el suelo empieza a coger pendiente hacia abajo. Pasamos junto a una pirámide de jaulas de provisiones y luego dejamos la bolera a la izquierda. Nora mantiene el paso enérgico, descendiendo hacia el laberinto. Empiezo a sentirme lejos de la luz del día.

– ¿Adonde vamos?

– Ya lo verás.

Cuando el pasillo se nivela nos lleva a otro pasillo perpendicular, pero éste mucho más reducido. Techos bajos. No tan bien iluminado. Las paredes están húmedas y huelen a monedas viejas.

No tiene el menor sentido. Estamos en el sótano y Nora se está quedando sin espacio. Y yo me estoy quedando sin tiempo. Aun así, no aminora la marcha. Hace un giro en redondo a la derecha y continúa. Mis ojos empiezan a nublarse. Me parece que el corazón se me va a salir del pecho.

– ¡Para! -le grito.

Por primera vez se detiene y me escucha.

– Por lo que más quieras, dime adonde vamos.

– Te he dicho que ya lo verás.

No me gusta la oscuridad.

– Quiero saberlo ahora -digo, receloso.

Se para otra vez y me dice con voz suave:

– No te preocupes, Michael. Yo cuidaré de ti.

No le había oído ese tono desde el día de mi padre. Pero ahora no es el momento.

– Nora…

Se vuelve sin decir palabra y avanza hacia el fondo del pasillo del sótano. Hay una puerta de hierro con cierre electrónico. Si son ciertos los rumores, estoy casi seguro de que llegamos a un refugio atómico. Nora teclea su PIN secreto y oigo cómo retumban las barras del cerrojo.

Con un tirón seco, abre la puerta. Al instante me quedo con unos ojos como platos. No puede ser. Pero ahí está, delante de mí. El mito más grande de la Casa Blanca: un túnel secreto.

Nora me mira a los ojos.

– Si era lo bastante bueno para Marilyn Monroe, será bastante bueno para ti.