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Aún no vuelvo de mi asombro: el Treno estaba dentro de mí, pero fue resembrada su semilla y empezó a crecer en la noche del Paleolítico, allá, más abajo, en las orillas del río poblado de monstruos, cuando escuché cómo aullaba el hechicero sobre un cadáver ennegrecido por la ponzoña de un crótalo, a dos pasos de una zahurda donde estaban los cautivos postrados sobre sus excrementos y orines.

Esa noche me fue dada una gran lección por los hombres a quienes no quise considerar como hombres; por aquellos mismos que me hicieran ufanarme de mi superioridad, y que, a su vez, se creían superiores a los dos ancianos babeantes que roían huesos dejados por los perros. Ante la visión de un auténtico treno, renació en mí la idea del Treno, con su enunciado de la palabra-célula, su exorcismo verbal que se transformaba en música al necesitar más de una entonación vocal, más de una nota, para alcanzar su forma -forma que era, en ese caso, la reclamada por su función mágica, y que, por la alternación de dos voces, de dos maneras de gruñir, era, en sí, un embrión de Sonata-. Yo, el músico que contemplaba la escena, estaba añadiendo el resto: oscuramente intuía lo que había ya de futuro en ello y lo que aún le faltaba. Cobraba conciencia de la música transcurrida y de la no transcurrida…

Ahora voy corriendo, bajo la lluvia, a la casa del Adelantado, para pedirle una de sus libretas; una de esas en cuya portada se lee: Cuaderno de… Perteneciente a… -que me entrega, por cierto, con alguna mala gana-, y empiezo a esbozar ideas musicales sobre pentagramas que yo mismo trazo, sirviéndome, como regla, del lomo casi recto de un machete.

XXX

De primer intento, por fidelidad a un viejo proyecto de adolescencia, yo hubiera querido trabajar sobre el Prometeo Desencadenado de Shelley, cuyo primer acto ofrece por sí solo -como el tercio del Segundo Fausto- un maravilloso tema de cantata.

La liberación del encadenado, que asocio mentalmente a mi fuga de allá, tiene implícito un sentido de resurrección, de regreso de entre las sombras, muy conforme a la concepción original del treno, que era canto mágico destinado a hacer volver un muerto a la vida. Ciertos versos que ahora recuerdo hubieran correspondido admirablemente a mi deseo de trabajar sobre un texto hecho de palabras simples y directas: Ah me! Alas, pain, pain, pain, ever, for ever! -No change, no pause, no hope! Yet I endure!

Y luego, esos coros de montañas, de manantiales, de tormentas: de elementos que ahora me rodean y siento.

Esa voz de la tierra, que es Madre a la vez, arcilla y matriz, como las Madres de Dioses que aún reinan en la selva. Y esas «perras del infierno»

– hounds of hell- que irrumpen en el drama y aullan con más acento de ménade que de furia. Ah, I scent lije! Let mi but look into his eyes! Pero no. Es absurdo caldearse la imaginación sobre esto, puesto que no tengo el texto de Shelley ni lo tendré jamás aquí donde sólo hay tres libros: la Genovevade Brabante de Rosario; el Líber Usualis, con los textos propios del ministerio de fray Pedro, y La Odisea de Yannes. Hojeando Genoveva de Brabante descubro con sorpresa que el asunto del cuento, si se le despoja de un estilo intolerable, no es mucho peor que el de óperas excelentes, pareciéndose bastante al de Pelleas. En cuanto a la prosa cristiana, ésta me alejaría de la idea del Treno, dando un estilo versicular, bíblico, a toda la cantata. Me queda, pues, La Odisea, cuyo texto está en español. Nunca había pensado en componer música para poema alguno escrito en ese idioma que, por sí mismo, constituiría un eterno obstáculo a la ejecución de una obra coral en cualquier gran centro artístico. Pero me enoja, de pronto, esa inconsciente confesión de un deseo de «verme ejecutado». Mi renuncia no sería verdadera nunca, mientras pudiera sorprenderme en tales resabios. Era el poeta de la isla desierta de Rainer María, y como tal debía crear, por necesidad profunda. Además, ¿cuál era mi idioma verdadero? Sabía el alemán, por mi padre. Con Ruth hablaba el inglés, idioma de mis estudios secundarios; con Mouche, a menudo el francés; el español de mi Epítome de Gramática -Estos, Fabio…- con Rosario. Pero este último idioma era también el de las Vidas de Santos, empastadas en terciopelo morado, que tanto me había leído mi madre: Santa Rosa de Lima, Rosario.

En la coincidencia matriz veo como un signo propiciatorio.

Vuelvo, pues, sin más vacilación, a La Odisea de Yannes. Su retórica empieza por descorazonarme, pues me niego a usar de fórmulas invocatorias del tipo de «Hijo de Cronos, padre mío, suprema majestad», o «Hijo de Laerte, vástago de dioses, Ulises de mil astucias». Nada resultaría más opuesto al género de texto que necesito. Leo y releo algunos pasajes, impaciente por ponerme a escribir. Me detengo varias veces sobre el episodio de Polifemo, pero en fin de cuentas lo encuentro demasiado movido y lleno de peripecias. Salgo de la casa irritado y doy vueltas bajo la lluvia, ante el escándalo de Rosario. Apenas si respondo a Tu mujer que se alarma de verme tan nervioso; pero pronto deja de preguntar, admitiendo que el varón tiene «días malos»

y que en modo alguno está obligado a dar cuenta de lo que le arruga el ceño. Por no molestar se sienta en un rincón, a mis espaldas, y se pone a limpiar las orejas de Gavilán, que se le han llenado de garrapatas, con la punta de un retoño de bambú. Pero a poco me vuelve el buen humor. La solución del problema era sencilla: bastaba aligerar de hojarasca el texto homérico para hallar la simplicidad deseada.

De pronto, en el episodio de la evocación de los muertos, encuentro el tono mágico, elemental, a la vez preciso y solemne: «Hago a los muertos tres libaciones.

Libación de leche y miel. Libación de vino y libación de agua clara. Derramo la harina y prometo que cuando regrese a Itaca sacrificaré la mejor de mis vacas sobre el fuego del altar y daré a Tiresias un carnero negro, el mejor de mis rebaños… He degollado las bestias, he derramado su sangre, y veo aparecer las sobras de los que duermen en la muerte.

» A medida que el texto cobra la consistencia requerida, concibo la estructura del discurso musical.