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Lawrence Block

Los pecados de nuestros padres

Matt Scudder, 1

Dedicado a Zane,

que ha estado presente en la creación,

y a la memoria de Lennie Shecter,

quien me presentó a Scudder.

1

Era un hombre voluminoso, aproximadamente de mi estatura, pero con el cuerpo un poco más robusto que el mío. Sus cejas, arqueadas y prominentes, todavía se conservaban negras, y su cabello gris peinado hacia atrás le daba a su enorme cabeza un aspecto leonino. Llevaba gafas, pero las había dejado sobre la mesa de madera de roble que nos separaba. Sus ojos oscuros parecían estar buscando algún mensaje oculto en mi cara. Si hubieran encontrado alguno, seguro que no se habría reflejado en ellos. Sus rasgos habían sido cincelados bruscamente -una nariz aguileña, una boca enorme y una mandíbula hosca-, pero el efecto total de su cara era como el de una losa en blanco que esperaba que alguien grabase sobre ella los mandamientos.

Dijo:

– No sé gran cosa sobre usted, Scudder.

Yo sí sabía algo sobre él. Se llamaba Cale Hanniford. Tenía alrededor de cincuenta y cinco años. Vivía en Utica, donde poseía un negocio de venta al por mayor de medicamentos y algunos bienes inmuebles. Tenía un Cadillac -modelo del año pasado, aparcado fuera, junto a la acera-, una mujer esperándolo en su habitación del Carlyle y una hija en un frío cajón de acero en el depósito de cadáveres de la ciudad.

– No hay mucho que saber -dije-. Fui poli.

– Un poli excelente, según el teniente Koehler. -Me encogí de hombros-. Y ahora es detective privado.

– No.

– Yo pensaba…

– Los detectives tienen licencias. Pinchan teléfonos y persiguen a la gente. Rellenan formularios, toman notas y demás. Yo no hago eso. En ocasiones hago favores a gente a cambio de algo.

– Ya entiendo.

Di un sorbo al café. Estaba tomando un café con un poco de bourbon. Hanniford tenía un Dewar's con agua frente a sí, pero no le prestaba mucho interés. Estábamos en Armstrong's, un local de buena reputación con paredes de madera oscura y techo con molduras. Eran las dos de la tarde del martes 2 de enero y teníamos el lugar prácticamente para nosotros solos. Un par de enfermeras del hospital Roosevelt estaban tomando unas cervezas en el otro extremo de la barra y un chaval con una barba incipiente estaba comiéndose una hamburguesa en una de las mesas que había junto a la ventana.

Dijo:

– Me es difícil explicarle lo que quiero que haga por mí, Scudder.

– No estoy seguro de que pueda hacer algo por usted. Su hija está muerta. Yo no puedo cambiar eso. Al chico que la mató lo han detenido en la escena del crimen. Por lo que he leído en los periódicos, no habría estado tan claro ni en una película de asesinatos. -Su cara se ensombreció; imagino que le estaría viniendo a la mente esa película, la del cuchillo asesino. Continué rápidamente-. Lo arrestaron, lo registraron y lo metieron en The Tombs. Eso fue el jueves, ¿no? -El asintió-. Y el sábado por la mañana lo encontraron colgado en su celda. Caso cerrado.

– ¿Es eso lo que opina? ¿Que el caso está cerrado?

– Desde el punto de vista de la ley, sí.

– No me refiero a eso. Es natural que la policía lo vea de esa manera. Cogieron al asesino y ahora ya no se le puede castigar. -Se inclinó hacia delante-. Pero hay cosas que necesito saber.

– ¿Como qué?

– Quiero saber por qué la han asesinado. Quiero saber quién era ella. No tenía contacto con Wendy desde hacía tres años. Dios, ni siquiera estaba seguro de que estuviera viviendo en Nueva York. -Sus ojos esquivaron los míos-. Dicen que no tenía trabajo. Ninguna fuente de ingresos clara. He visto el edificio en el que vivía. Quise subir a su apartamento, pero no pude. Su alquiler era de casi cuatrocientos dólares al mes. ¿Eso qué le sugiere?

– Que algún hombre le pagaba el alquiler.

– Compartía el apartamento con el chico ese, Vanderpoel. El chico que la mató. El trabajaba para un importador de antigüedades. Ganaba alrededor de ciento cincuenta y cinco dólares a la semana. Si un hombre estuviera manteniéndola como si fuera su amante, no le permitiría tener a Vanderpoel como compañero de piso, ¿no le parece? – Hizo una pausa-. Creo que es bastante obvio que era prostituta. La policía no me lo ha dicho con esas palabras. Han sido discretos. Los periódicos no lo han sido tanto.

– La policía normalmente lo es. Y era el tipo de caso del que a los periódicos les gusta sacar partido. Una chica atractiva cuyo asesinato ha tenido lugar en el Village, con un claro móvil sexual. Cogieron a Richard Vanderpoel mientras corría por las calles cubierto de sangre. Ningún editor que se precie lo dejaría escapar.

Dijo:

– Scudder, ¿comprende por qué el caso no está cerrado para mí?

– Creo que sí. -Fijé mi mirada en sus oscuros ojos-. El asesinato ha sido como una puerta que ha empezado a abrirse para usted. Ahora quiere saber lo que hay al otro lado.

– Veo que lo entiende.

Lo entendía y habría preferido no hacerlo. No quería el trabajo. Trabajaba lo menos posible. En esos momentos no tenía necesidad de trabajar. No necesitaba mucho dinero. Mi alquiler era barato y mis gastos cotidianos bastante bajos. Además, no tenía ninguna razón para sentir antipatía hacia aquel hombre. Siempre me siento más cómodo recibiendo dinero de hombres a quienes tengo antipatía.

– El teniente Koehler no entendió lo que yo quería. Estoy seguro de que únicamente me dio su nombre como una manera educada de deshacerse de mí. -Eso no era exactamente así, aunque lo dejé pasar-. Pero yo necesito saber todas esas cosas, lo necesito de verdad. ¿Quién era ella? ¿Quién hizo que acabara así? ¿Y por qué alguien quiso matarla?

¿Por qué alguien quería matar a nadie? En Nueva York se cometen cuatro o cinco asesinatos al día. El verano pasado hubo una semana horrible, en la que la cifra ascendió a cincuenta y tres. La gente mata a sus amigos, a sus parientes, a sus amantes… Un hombre de Long Island hizo una demostración de karate a sus hijos mayores golpeando a su hija de dos años hasta matarla. ¿Por qué la gente hace esas cosas?

Caín dijo que él no era el guardián de Abel. ¿Existen solo esas dos opciones, guardián o asesino?

– ¿Trabajará para mí, Scudder? -Esbozó una pequeña sonrisa-. Me expresaré de otro modo. ¿Quiere hacerme el favor de trabajar para mí? Sería un gran favor.

– Me pregunto si eso es cierto.

– ¿Qué quiere decir?

– Esa puerta abierta. Puede que haya cosas al otro lado que no quiera ver.

– Lo sé.

– Y por eso tiene que hacerlo.

– Así es.

Me terminé el café. Dejé la taza sobre la mesa y respiré profundamente.

– Sí -dije-. Haré lo que pueda.

Se reclinó en la silla, sacó un paquete de cigarrillos y se encendió uno. Era el primero que se fumaba desde que entró. Algunas personas recurren a los cigarrillos cuando están en tensión y otras cuando la tensión ha pasado. Él estaba ahora más relajado y era como si sintiese que había conseguido algo.

Yo tenía una nueva taza de café delante y un par de páginas escritas en mi libreta. Hanniford todavía seguía con la misma bebida. Me había contado muchas cosas sobre su hija que yo no necesitaba saber. Puede que algunas de las cosas sí que fueran importantes, pero no había forma de saber cuáles eran. Hacía tiempo que había aprendido a escuchar todo lo que un hombre tenía que decir.

Así me enteré de que Wendy era hija única, de que había acabado con buenas notas la enseñanza secundaria, de que había sido popular entre sus compañeros de clase, pero no había salido con muchos chicos. Estaba empezando a perfilar la imagen de una chica, poco definida aún, que de alguna manera tendría que fundirse con la de la puta acuchillada en un apartamento del Village.