La imagen empezó a enturbiarse cuando se marchó a la escuela universitaria de Indiana. Evidentemente, fue ahí cuando sus padres empezaron a perderla. Se especializó en inglés y estudió administración como asignatura secundaria. Un par de meses antes de su graduación hizo la maleta y desapareció.
– La escuela se puso en contacto con nosotros. Yo estaba muy preocupado; nunca antes había hecho una cosa así. No sabía qué hacer. Al poco recibimos una postal. Estaba en Nueva York, tenía un trabajo y había algunas cosas que tenía que resolver. Varios meses más tarde recibimos otra tarjeta procedente de Miami. No sabíamos si se había trasladado allí o estaba de vacaciones.
Y desde entonces nada, hasta la llamada de teléfono en la que se enteraron de que estaba muerta. Tenía 17 años cuando acabó el instituto, 21 cuando abandonó la universidad y 24 cuando Richard Vanderpoel la acuchilló. Nunca llegaría a envejecer más.
Empezó a contarme cosas de las que yo me enteraría con más detalle por Koehler. Nombres, direcciones, fechas, horarios. Le dejé hablar. Me surgió una pregunta, pero la dejé almacenada en la mente.
Dijo:
– El chico que la mató. Richard Vanderpoel. Era más joven que ella. Solo tenía 20 años. -Hizo memoria con el ceño fruncido-. Cuando me enteré de lo que había ocurrido, de lo que había hecho, sentí ganas de matarlo. Quería estrangularlo con mis propias manos. -Cerró los puños al recordarlo y después los fue abriendo lentamente-. Pero cuando se suicidó, no sé, algo cambió dentro de mí. Algo me decía que él también era una víctima. Su padre es un pastor.
– Sí, lo sé.
– De una iglesia en algún lugar de Brooklyn. Tuve un impulso. Quería hablar con ese hombre. No sé lo que pensaba decirle. Fuera lo que fuese, tras un momento de reflexión me di cuenta de que nunca llegaría a tener esa conversación. Y sin embargo…
– Quiere conocer al chico, para así conocer a su hija.
Asintió.
Dije:
– ¿Sabe lo que es un retrato robot, señor Hanniford? Probablemente lo habrá visto en artículos de periódicos. Cuando la policía tiene un testigo presencial, utiliza un sistema de transparencias superpuestas para reconstruir una foto compuesta de un sospechoso. ¿La nariz es así? ¿O se parece a esta otra? ¿Más grande? ¿Más ancha? ¿Cómo son las orejas? Y así con todos los rasgos de la cara.
– Sí, lo he visto.
– Entonces probablemente también habrá visto fotografías reales de los sospechosos junto a sus retratos robot. Nunca parecen coincidir, especialmente para alguien que no está entrenado. Pero hay una semejanza factual, y un oficial cualificado puede sacarle un gran partido. ¿Ve adónde quiero llegar? Usted quiere fotografías de su hija y del chico que la mató. Yo no puedo ofrecerle eso. Nadie puede. Puedo sacar a la luz los suficientes hechos e impresiones como para reconstruir retratos robot para usted, pero el resultado puede que no se aproxime a lo que realmente busca.
– Comprendo.
– ¿Quiere que me ponga en marcha?
– Sí. Sin duda.
– Puede que le resulte más caro que una de las grandes agencias. Ellas trabajarían por día o por hora, más gastos. Yo le pediré una cierta cantidad de dinero y de ahí sacaré para pagar mis propios gastos. No me gusta tomar notas, ni escribir informes, ni llamar por teléfono periódicamente para mantener al cliente contento si no hay nada que decir.
– ¿Cuánto dinero quiere?
Nunca sé cómo establecer los precios. ¿Cómo valorar tu tiempo cuando su único valor es personal? Y cuando has reestructurado deliberadamente tu vida para reducir al mínimo tu implicación en la vida de los demás, ¿cuánto le cargas al hombre que te obliga a implicarte en la suya?
– Quiero que me dé dos mil dólares ahora. No sé cuánto tiempo me llevará esto, o cuándo decidirá que ya ha visto suficiente del cuarto oscuro. Puede que le pida algún dinero más en algún momento de la investigación, o cuando haya acabado. Naturalmente, siempre tiene la opción de no pagarme.
Él sonrió de repente.
– Es usted un hombre de negocios muy poco ortodoxo.
– Supongo.
– Nunca se me ha presentado la ocasión de contratar a un detective, por lo que en realidad no sé cómo funciona. ¿Le importa si le pago con un cheque?
Le dije que un cheque estaba bien, y mientras él lo rellenaba, me vino a la mente la pregunta que había dejado pasar anteriormente.
Dije:
– ¿No llegó a contratar a un detective cuando Wendy desapareció de la escuela universitaria?
– No. -Levantó la vista-. No pasó mucho tiempo hasta que recibimos la primera de las dos postales. Había considerado la posibilidad de contratar a uno, naturalmente, pero una vez que supimos que estaba bien desechamos la idea.
– Pero seguían sin saber dónde se encontraba, o cómo estaba viviendo.
– Sí. -Volvió a bajar la vista-. Como es lógico, eso forma parte del motivo de que ahora esté buscando respuestas. -Volvió los ojos hacia los míos, y vi algo en ellos que me hubiera gustado sonsacar, pero no pude-. Necesito saber hasta qué punto soy culpable.
¿Pensaba realmente que iba a encontrar la respuesta a eso? Bueno, puede que encontrara algo, pero no sería la respuesta exacta. No existe la respuesta exacta para una pregunta tan ineludible.
Acabó de rellenar el cheque y me lo pasó. Había dejado en blanco el espacio que correspondía a mi nombre. Me preguntó si quería que me lo extendiera al portador. Le dije que si lo extendía a mi nombre estaba bien; volvió a destapar su bolígrafo y escribió «Matthew Scudder» en la línea de puntos. Lo doblé y me lo guardé en la cartera.
Dije:
– Señor Hanniford, hay algo que no me ha contado. Algo que no cree que sea importante, pero puede que lo sea. Piense qué puede ser.
– ¿Cómo lo sabe?
– Instinto, me imagino. He pasado muchos años observando a la gente mientras decide cuánto va a acercarse a la verdad. No tiene que decirme nada si no quiere, pero…
– Bah, es irrelevante, Scudder. Lo he omitido porque no pensaba que viniera al caso, pero… Bueno, al infierno con ello. Wendy no es mi hija biológica.
– ¿Era adoptada?
– Yo la adopté. Mi mujer sí es su madre. El padre de Wendy fue asesinado antes de que ella naciera. Era un marine y murió en el desembarco de Inchon. -Apartó la mirada de nuevo-. Me casé con la madre de Wendy tres años más tarde. Desde el principio la quise como si fuera su verdadero padre. Cuando descubrí que yo era… incapaz de tener hijos, me sentí incluso más agradecido por su existencia. ¿Y bien? ¿Es importante?
– No sé -dije-. Probablemente no. -Pero por supuesto que lo era. Revelaba algo más sobre la carga de culpa que Hanniford llevaba encima.
– Scudder, usted no está casado, ¿verdad?
– Divorciado.
– ¿Algún hijo?
Asentí. Se disponía a decir algo, pero no lo hizo. Empecé a desear que lo dejara.
Dijo:
– Debe de haber sido un policía muy bueno.
– No era malo. Tenía instinto de poli y aprendí a moverme. Eso es al menos el noventa por ciento del secreto del éxito.
– ¿Cuánto tiempo estuvo en el cuerpo?
– Quince años. Casi dieciséis.
– ¿No tendría derecho a una pensión o algo si hubiera estado veinte?
– Así es.
No me preguntó nada más, lo que, curiosamente, resultó más molesto que si lo hubiera hecho.
Dije:
– Perdí la fe.
– ¿Igual que un sacerdote?
– Algo parecido. No exactamente lo mismo, ya que no es extraño que un poli pierda la fe y continúe siendo poli. Incluso puede que nunca la haya tenido. Lo que pasa es que, en mi caso, se sumó a que descubrí que ya no quería seguir siendo poli. -Ni marido ni padre. Ni miembro productivo de la sociedad.
– ¿Demasiada corrupción en el departamento o algo parecido?
– No, no. -La corrupción nunca me había molestado. Me habría resultado difícil sostener a una familia sin eso-. No, fue otra cosa.