– ¿Lo conocía bien?
– No, apenas. Solo llevo aquí desde poco antes del día de Acción de Gracias. Antes trabajaba en la galería de subastas que está al final de la manzana, pero había demasiada actividad.
– ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando aquí Richie?
– Sinceramente, no lo sé. El señor Burghash podría decírselo. Está ahí detrás, en la oficina. Esto es un verdadero infierno para todos nosotros desde que sucedió. Todavía no puedo creerlo.
– ¿Usted estaba trabajando aquí el día en que sucedió?
Él asintió.
– Lo vi esa misma mañana. El jueves por la mañana. Después estuve toda la tarde ocupándome de la entrega de una carga de muebles franceses bastante horribles para un château dúplex igualmente horrible en Syosset. Eso está en Long Island.
– Lo sé.
– Bueno, yo no lo sabía. He vivido todos estos años en la maravillosa ignorancia de que existiera un sitio conocido como Syosset. -De pronto recordó la gravedad de lo que estábamos hablando y su cara volvió a ponerse seria-. Volví a las cinco, justo a tiempo para colaborar en el cierre de la tienda. Richie se había ido pronto. Creo que por entonces ya había sucedido todo, ¿no es así?
– El asesinato tuvo lugar alrededor de las cuatro.
– Mientras yo me peleaba con el tráfico en la autopista de Long Island. -Tembló de manera teatral-. No me enteré hasta que vi las noticias de las siete de la noche. Y no podía creer que fuera nuestro Richard Vanderpoel, pero mencionaron el nombre de la firma y… -Suspiró y puso los brazos en jarras-. Uno nunca sabe -dijo.
– ¿Cómo era?
– Apenas tuve tiempo de conocerlo. Era agradable y atento, y siempre estaba preocupado por agradar. No sabía mucho de antigüedades, pero tenía buen ojo para ellas, si sabe a lo que me refiero.
– ¿Sabía que estaba viviendo con una chica?
– ¿Cómo iba a saber eso?
– Puede que lo hubiera mencionado.
– Bueno, pues no lo hizo. ¿Por qué?
– ¿No le sorprende que estuviera viviendo con una chica?
– Le aseguro que nunca pensé en ello, ni en un sentido ni en otro.
– ¿Era homosexual?
– ¿Cómo demonios iba a saberlo yo?
Me acerqué más a él. Se echó hacia atrás sin mover los pies. Dije:
– ¿Por qué no se deja de gilipolleces?
– ¿Disculpe?
– ¿Richie era gay?
– Le aseguro que yo no estaba interesado en él. Y nunca lo vi con otro hombre, ni me pareció que fuera detrás de nadie.
– ¿Piensa que era gay?
– Está bien, siempre lo supuse, por Dios. Sí, parecía gay, sin duda.
Encontré a Burghash en la oficina. Era un hombre pequeño, con un ceño fruncido que llegaba casi hasta lo alto de su cabeza. Tenía un bigote descuidado y una barba de dos días. Me dijo que los polis y reporteros le salían ya por las orejas y que tenía un negocio que dirigir. Le dije que no le robaría mucho tiempo.
– Tengo algunas preguntas -dije-. Volvamos al jueves, al día del asesinato. ¿Actuaba de forma diferente a lo normal?
– La verdad es que no.
– ¿No estaba nervioso o algo parecido?
– No.
– Se fue a casa pronto.
– Eso es cierto. No se sentía bien al volver del almuerzo. Había comido curry en el restaurante hindú de la esquina y no debió de sentarle bien. Yo siempre le decía que se quedara con la comida blanda, la típica comida americana. Tenía un aparato digestivo sensible y siempre estaba probando comidas exóticas que no le convenían.
– ¿A qué hora se fue de aquí?
– No me fijé. Cuando volvió del almuerzo se sentía indispuesto. Le dije que se tomara el resto del día libre. No se puede trabajar con ardor de estómago. Aunque él quería aguantar el tipo. Era un chaval ambicioso, un trabajador duro. A veces tenía indigestiones como esa y al cabo de una hora volvía a estar bien, pero esta vez fue a peor en lugar de mejorar, y finalmente le dije que se dejara de tonterías y lo mandé a casa. Debió de quedarse aquí… No sé. ¿Hasta las tres? ¿Tres y media? Algo así más o menos.
– ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando para usted?
– Aproximadamente un año y medio. El pasado julio hizo un año que empezó a trabajar para mí.
– Se fue a vivir con Wendy Hanniford en diciembre. ¿Conocía su anterior dirección?
– El YMCA de la calle Vigesimotercera. Ahí es donde vivía cuando empezó a trabajar para mí. Después se trasladó unas cuantas veces. No tengo las direcciones. Por último, me imagino que en diciembre, se trasladó a la calle Bethune.
– ¿Sabía usted algo de Wendy Hanniford?
Sacudió la cabeza.
– No llegué a conocerla. Nunca supe su nombre.
– ¿Sabía que estaba compartiendo piso con una chica?
– Sabía que él había dicho que lo estaba.
– ¿Cómo?
Burghash se encogió de hombros.
– Me imaginé que estaba compartiendo piso con alguien, y si él quería que yo pensara que era una chica, yo estaba dispuesto a seguirle la corriente.
– Usted pensaba que era homosexual.
– Ajá. No es exactamente un escándalo en este negocio. No me importa que mis empleados se vayan a la cama con orangutanes. Lo que hagan con su tiempo libre es asunto suyo.
– ¿Sabe si tenía algún amigo?
– No que yo sepa. Solía estar solo la mayor parte del tiempo.
– Y era un buen trabajador.
– Muy bueno. Muy concienzudo y tenía muy buen ojo para los negocios. -Fijó los ojos en el techo-. Me daba la sensación de que tenía problemas personales. Nunca me habló de ellos, pero él estaba… ¿Cómo decirlo? Muy excitable.
– ¿Nervioso? ¿Susceptible?
– No, no exactamente. Excitable es el mejor adjetivo que puede describirlo, creo yo. Parecía que había cosas que lo agobiaban y lo ponían nervioso. Pero, ya sabe, se hizo más obvio cuando empezó a trabajar aquí. El año pasado parecía más cómodo, como si se hubiera aceptado a sí mismo.
– El año pasado. En otras palabras, desde que se trasladó a vivir con esa chica, Hanniford.
– No lo había relacionado, pero supongo que es así.
– ¿Se sorprendió al enterarse de que la había matado?
– Me quedé pasmado. No podía creerlo. Y todavía no doy crédito. Ves a alguien cinco días a la semana durante un año y medio y piensas que lo conoces. Después descubres que no tienes ni idea de quién es.
De camino a la salida, el joven del jersey de cuello vuelto me detuvo. Me preguntó si había encontrado algo que pudiera servirme. Le dije que no lo sabía.
– Pero todo se acabó -dijo-. ¿No es así? Ambos están muertos.
– Sí.
– Entonces ¿qué sentido tiene andar husmeando?
– No tengo idea -dije-. ¿Por qué piensa que estaba viviendo con ella?
– ¿Por qué vive alguien con otra persona?
– Supongamos que era gay. ¿Por qué viviría con una mujer?
– Puede que estuviera harto de quitar el polvo y de fregar. Enfermo de hacer su propia colada.
– No sé si ella era tan buena ama de casa. Lo más probable es que fuera prostituta.
– Ya veo.
– ¿Por qué viviría un homosexual con una prostituta?
– Dios mío, no lo sé. Puede que lo ayudara con los gastos. Puede que en realidad fuera un heterosexual no declarado. Por mi parte, no viviría con nadie, ni hombre ni mujer. Ya tengo suficientes problemas viviendo yo solo.
No podía rebatir eso. Me dirigí hacia la puerta y miré a mi alrededor. Había demasiadas cosas que no cuadraban y resultaban tan chirriantes como la tiza sobre la pizarra.
– Solo quiero que todo esto cobre sentido -dije, tanto para mí como para él-. ¿Por qué demonios la mataría? La violó y la mató. ¿Por qué?
– Bueno, era hijo de un pastor.
– ¿Y?
– Están todos locos -dijo-. ¿No es así?
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