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—Sus naves espaciales son más difíciles de detener, si te refieres a eso —respondió Conway.

—Sí, ¿pero no es muy extraño que sus correrías estén limitadas al cinturón de asteroides?

—Son prudentes. Veinticinco años atrás, cuando sus naves espaciales recorrían toda la trayectoria hasta Venus, nos vimos forzados a montar una ofensiva y atacarlos de frente. Ahora se han instalado en los asteroides y el gobierno no se decide a adoptar medidas demasiado costosas.

—Hasta ahí todo es lógico —comentó Lucky—, pero ¿cómo obtienen lo necesario para mantener su organización? Siempre se ha dicho que los piratas no hacen sus incursiones por el puro placer de hacerlas, sino para coger naves, alimentos, agua, recambios, todo tipo de abastecimiento. Ahora se diría que más que nunca esto les es imprescindible. El capitán Antón se jactó ante mí de sus cientos de naves y miles de mundos. Bien podría haber sido una mentira para impresionarme, pero no dudó en disponer del tiempo necesario para el duelo de pistolas impelentes, deslizándose abiertamente por el espacio durante horas, como si no tuviera temor alguno de una interferencia gubernamental. Y, además, Hansen dijo que los piratas se han apropiado de distintos asteroides de ermitaños como lugares de aterrizaje. Hay cientos de rocas pertenecientes a ermitaños. Si los piratas mantienen tratos con ellos, ya sean todos o sólo una parte, también esto significa la existencia de una importante organización.

»Ahora bien, ¿de dónde obtienen alimentos para mantener tan amplia organización, si al mismo tiempo hacen menos incursiones que las que llevaban a cabo veinticinco años atrás? El pirata Martín Maniu, un tripulante, me habló de mujeres y familias. Me dijo que había trabajado en los tanques. Tal vez ha trabajado en el cultivo de la levadura. Hansen tenía comida de levadura en su asteroide y no era levadura de Venus. Yo sé cuál es el gusto de la levadura de Venus.

»Hagamos una síntesis de todo: los piratas cultivan sus propios alimentos en pequeños huertos de levadura, distribuidos entre las cavernas de los asteroides. Pueden obtener bióxido de carbono directamente de las rocas calizas y agua y oxígeno extra de los satélites jupiterianos. Maquinaria y generadores pueden ser importados desde Sirio o bien los cogerán en algún atraco. Y sus incursiones también les dan la posibilidad de reclutar más gente, tanto hombres como mujeres.

»Y la conclusión de este cuadro es que Sirio está organizando un gobierno independiente contra nosotros. Utiliza el descontento de muchas personas para construir una sociedad tan diseminada en el espacio, que será difícil o imposible hacerla desaparecer, si aguardamos demasiado tiempo.

»Los jefes, como el capitán Antón, están, sobre todo detrás del poder, y de buena gana entregarán a Sirio la mitad del Imperio Terrestre, si logran quedarse con la otra mitad para sí mismos.

Conway sacudió la cabeza:

—Es una estructura tremenda para la pequeña base objetiva que tienes. Me parece dudoso que logremos convencer al gobierno. Y ya sabes que el Consejo de Ciencias puede actuar por sí mismo sólo hasta cierto punto. Nosotros no poseemos una escuadra propia, desgraciadamente.

—Lo sé y por esto, justamente, necesitamos más información. Si pudiéramos, mientras aún hay tiempo, hallar sus bases más importantes, capturar a sus jefes, exponer la existencia de conexiones con Sirio…

—¿Sí?

—Pues creo que se podría neutralizar el movimiento. Creo con firmeza que el hombre medio de los asteroides, para utilizar la denominación que ellos se adjudican a sí mismos, no tiene idea de que está convertido en un títere de Sirio; tal vez ese hombre medio puede tener quejas contra la Tierra. Quizá piense que se le abren posibilidades nuevas, que no se le ha permitido desempeñar una tarea adecuada ni lograr un ascenso, que no tenía las condiciones de vida que se ha merecido. También puede haberse sentido interesado por saber cómo era esa vida a la que ve más colorida; Todo esto es posible. Pero hay mucha distancia desde aquí a decidirse por el partido del peor enemigo de la Tierra. Cuando comprenda que sus jefes lo han inducido a hacer esto, la amenaza pirata podrá desaparecer.

Lucky se detuvo en su vehemente reflexión en voz alta al ver que el matemático se acercaba, con una ficha transparente en la mano, impresa con los signos del código del computador.

—Oye —dijo—, ¿estás seguro de que las cifras que me has dado son correctas?

—Estoy seguro. ¿Por qué? —preguntó entonces Lucky.

El joven sacudió la cabeza.

—Hay algo mal aquí. Las coordenadas finales sitúan tu asteroide en las zonas prohibidas. Y allí no es posible que haya muchos asteroides, aun considerando el movimiento lógico. O sea que no puede ser.

Las cejas de Lucky se alzaron en un gesto de perplejidad. El técnico tenía razón en cuanto a las zonas prohibidas. Allí no había asteroides; esas zonas constituían porciones del cinturón asteroidal en las que, de existir, los asteroides tendrían órbitas en torno al Sol cuya duración sería una fracción exacta del período de doce años que dura la revolución de Júpiter. Esto significa que, con intervalos constantes y regulares de pocos años, el asteroide y el planeta se aproximarían en el mismo lugar del espacio. El repetido arrastre gravitacional de Júpiter, lentamente, liberó la zona de asteroides: en los dos mil millones de años transcurridos desde que los planetas se habían formado, Júpiter expulsó a todos los asteroides fuera de las zonas prohibidas.

—¿Estás seguro de que tus cálculos son correctos? —preguntó Lucky.

El matemático hizo un gesto que parecía significar «yo conozco mi oficio». Pero en voz alta ofreció:

—Lo podemos comprobar a través del telescopio. El de veinticinco metros está en servicio. Pero, de todos modos, no es adecuado para el trabajo a corta distancia. Utilizaremos uno de los pequeños. Ven conmigo, por favor.

El Observatorio en sí era casi un santuario, y los distintos telescopios, los altares. Los hombres estaban absortos en sus tareas y no se distrajeron de ellas para observar al técnico y a los tres hombres del Consejo, cuando éstos llegaron.

El joven matemático se encaminó hacia una de las alas en que estaba dividido el enorme salón.

—Charlie —dijo a un joven prematuramente lisiado—, ¿puedes poner en acción al «Berta»…?

—¿Para qué? —Charlie levantó la vista de una serie de fotografías de estrellas que había estado observando.

—Quiero examinar el lugar determinado por estas coordenadas —y le tendió las fichas del computador.

Charlie examinó las fichas y frunció el entrecejo:

—¿Para qué? Eso es parte de la zona prohibida.

—De todos modos, ¿podrías enfocar el punto? —preguntó el matemático—. Es un asunto del Consejo de Ciencias.

—¡Oh! Sí, por supuesto. —De pronto su actitud era mucho más complaciente—. Llevará unos pocos minutos.

Oprimió un interruptor y un diafragma flexible emergió de la parte superior del cubículo, cerrado en tomo al tubo del «Berta», telescopio de tres metros, que se utilizaba para observación a corta distancia. El diafragma estaba sellado al vacío y por encima de él, Lucky pudo advertir que el orificio de superficie giraba con suavidad. El amplio ojo del «Berta» se deslizó hacia arriba, con el diafragma suspendido de él, y quedó expuesto a la magnificencia del firmamento.

—Por lo común —explicó Charlie utilizamos al «Berta» para obtener fotografías. La rotación de Ceres es demasiado veloz para observaciones ópticas adecuadas. El punto que ustedes quieren enfocar está sobre el horizonte, lo cual es favorable.

Tomó asiento cerca del visor y manejó el tubo del telescopio como si fuera la trompa flexible de un gigantesco elefante. El telescopio describió un ángulo y el joven astrónomo fijó en posición; con gran cuidado ajustó el foco.