—¿Y por qué no nos lo ha dicho? —preguntó Conway.
—Tal vez —intervino Henree— ha querido servirse de esos datos para comprar su propia inmunidad. En realidad no hemos tenido un momento para hablar con él del tema. Tendrás que admitir, Héctor, que si él poseía esa información, se merecía arriesgar cualquier número de naves espaciales. Y también tendrás que admitir que Lucky esté quizá en lo cierto cuando dice que ellos pueden estar preparados para su gran ofensiva.
Lucky observó a ambos consejeros con mirada inquieta.
—¿Por qué dices eso, tío Gus? ¿Qué ha ocurrido?
—Díselo, Héctor —pidió Henree.
—¡Para qué decírselo! —gruñó Conway—. Ya estoy saturado de viajes «unipersonales». Luego querrá ir a Ganímedes.
—¿Qué hay con Ganímedes? —preguntó Lucky, con voz fría.
Por lo que él sabía, en Ganímedes no sería fácil hallar algo de interés: era el satélite mayor de Júpiter, pero su gran cercanía con respecto al planeta hacía que la maniobra de naves espaciales fuera muy difícil, o sea que los viajes espaciales en ese ámbito se consideraban inútiles.
—Díselo —repitió Henree.
—Oye, Lucky, nosotros sabíamos que Hansen era importante. El motivo por el que no lo hemos tenido bajo una guardia más cuidadosa, el motivo por el cual Gus y yo no estábamos con él, ha sido que dos horas antes del ataque pirata nos llegó un informe desde el Consejo: hay pruebas de que fuerzas provenientes de Sirio han descendido en Ganímedes.
—¿Qué clase de pruebas?
—Se han captado señales sub-etéricas de rayos herméticos. Es una larga historia, pero lo fundamental es que, más que nada por mero accidente, lograron interpretar algunos elementos del código. Los expertos dicen que se trata de un código sirio y, desde luego, en Ganímedes no hay nada terrestre que pueda emitir señales tan herméticas. Gus y yo nos disponíamos a regresar a la Tierra con Hansen, cuando los piratas atacaron; esto es todo. Aun ahora es preciso que regresemos a la Tierra. Con Sirio en escena, podrá haber guerra en cualquier instante.
—Comprendo —asintió Lucky—. Antes de partir hacia la Tierra, hay algo que quiero comprobar. ¿Habéis filmado el ataque pirata? ¿O debo suponer que las defensas de Ceres han estado tan desorganizadas que ni siquiera han pensado en filmarlo?
—Sí, lo hemos filmado. ¿Crees que te servirán de algo esas vistas?
—Te lo diré una vez que las haya analizado.
Hombres con uniforme de la armada espacial e insignias que indicaban sus importantes rangos, proyectaron para los consejeros el filme secreto de lo que más tarde la historia denominaría «Invasión a Ceres».
—Veintisiete naves han atacado el Observatorio, ¿no es verdad? —inquirió Lucky.
—Así es —respondió un comandante—. Ese es el número exacto.
—Bien. Veamos ahora si me he formado una buena idea de las acciones. Dos de las naves fueron destruidas durante la lucha y una tercera durante la persecución. Las otras veinticuatro se alejaron, pero acabo de ver una o más tomas de cada una, durante la retirada.
El comandante sonrió.
—Si quiere usted decir que alguna de las naves que han descendido en Ceres está aún aquí, escondida, se equivoca por completo.
—En cuanto a estas veintisiete naves, tal vez. Pero otras tres naves han aterrizado en Ceres y sus tripulaciones atacaron la Compuerta Principal. ¿Dónde están las tomas de esas naves?
—Desafortunadamente no hemos obtenido todas las deseables —admitió el comandante con cierta incomodidad—. Nos han cogido por sorpresa. Pero ya le he hecho ver las tomas de la retirada de esas naves.
—Sí, así es. Y he visto sólo dos naves en esas tomas. Y testigos presenciales han dicho que tres fueron las que han descendido.
Obstinado, el comandante aseguró:
—Y tres han sido las que se han retirado. También hay testigos presenciales que lo afirman.
—Pero ¿usted tiene vistas de sólo dos de ellas?
—Pues… sí.
—Gracias.
De regreso en su despacho, Conway preguntó:
—Bien, Lucky, ¿qué supones?
—Creo que la nave del capitán Antón ha de ser un lugar interesante. Los filmes lo han probado así.
—¿Dónde estaba?
—En ninguna parte. Por eso es interesante. Su nave es la única nave pirata que yo podría reconocer y ninguna, siquiera similar, ha intervenido en la invasión. Es muy extraño, porque Antón debe de ser uno de sus mejores hombres; de lo contrario no le hubieran enviado a la caza del Atlas. También es extraño que siendo treinta las naves atacantes, sólo haya veintinueve en el filme. La trigésima, la nave que ha desaparecido, era la de Antón.
—Oh, sí, yo puedo suponerlo también —dijo Conway—. ¿Y qué hay con ello?
—El ataque contra el Observatorio —explicó Lucky— era ficticio. Esto lo han admitido hasta las naves de la defensa, ahora. Las tres naves que atacaron la compuerta de aire eran las importantes y han operado bajo las órdenes de Antón. Dos de esas naves se han unido al resto de la escuadra, en su retirada: una trampa dentro de la trampa mayor. La tercera nave, la mandada por el mismo Antón, la única que no hemos visto, ha llevado adelante el plan principal, partiendo con una trayectoria por entero distinta. Los testigos la han visto elevarse en el espacio, pero, una vez arriba, ha virado de modo que ni siquiera nuestras naves, mientras perseguían el núcleo más importante de la flota enemiga a toda velocidad, han logrado capturarla en el filme.
—Nos dirás que se ha dirigido hacia Ganímedes —dijo Conway con expresión desolada.
—¿Pero no comprendéis que es lógico? Los piratas, aun cuando están bien organizados, no pueden atacar la Tierra y sus bases, pero sí pueden organizar un ataque para distraer nuestra atención. Son capaces de hacer que muchas naves terrestres patrullen el extremo más lejano del cinturón de asteroides, para permitir que la armada de Sirio derrote a las restantes unidades de la Tierra. Por otra parte, Sirio no podría sostener una guerra a ocho años luz de su propio planeta, con posibilidades de vencer, a menos que cuente con apoyo en los asteroides. Ocho años luz, después de todo, significan más de ochenta billones de kilómetros. La nave de Antón se dirige hacia Ganímedes para asegurar a los de Sirio que contarán con la ayuda pirata y para indicarles que ya pueden iniciar las acciones bélicas. Sin declaración previa, por supuesto.
—Si tan sólo pudiésemos dejarnos caer en esa base de Ganímedes antes —murmuró Conway.
—Aun sabiendo lo que sucede en Ganímedes —dijo Henree—, no nos haríamos cargo de la gravedad de la situación de no mediar los dos viajes de Lucky a los asteroides.
—Lo sé y te pido disculpas, Lucky. Entretanto, nos resta muy poco tiempo para tomar decisiones. Debemos dar un golpe de gracia en este mismo momento. Una escuadra de naves enviada al asteroide-base del que nos has hablado, Lucky…
—No —interrumpió el joven—, no tendría sentido.
—¿Por qué lo dices?
—No es nuestra intención iniciar la guerra, aun cuando haya de finalizar con una victoria, Eso es lo que ellos quieren. Oye, tío Héctor, Dingo, el pirata, podría haberme liquidado en el asteroide, pero tenía orden de dejarme flotando en el espacio. En un primer momento, creí que querrían presentar mi muerte como un hecho accidental. Ahora comprendo que se trataba de irritar al Consejo; ellos podrían hacer público que habían matado a un miembro del Consejo y, al no ocultarlo, obligarían casi a la concreción de un ataque prematuro. Una de las razones para la invasión de Ceres puede haber sido asegurarse mediante una provocación más.