—¿Y si iniciáramos la guerra con una victoria?
—¿Aquí? ¿A este lado del Sol? ¿Y dejar a la Tierra al otro lado, desprovista de sus unidades de flota más importantes? ¿Con la armada de Sirio aguardando en Ganímedes, también de aquel lado del Sol? Te aseguro que sería una victoria muy costosa. La solución no es iniciar una guerra, sino prevenirla.
—¿Cómo?
—Nada ocurrirá hasta que la nave de Antón descienda en Ganímedes. Tal vez podamos interceptarla e impedir que se produzca la reunión entre ambas fuerzas.
—Es una posibilidad muy endeble —dijo Conway con un gesto de duda.
—No si yo voy. La Shooting Starr es más veloz y tiene mejores ergómetros que cualquier otra nave de la flota.
—¿Que tú irás? —gritó, más que dijo. Conway.
—Sería peligroso enviar unidades de nuestra escuadra. Las fuerzas de Sirio en Ganímedes pensarían, quizá, que es un ataque. Podrían contraatacar y entonces estaríamos en medio de esa guerra que intentamos evitar. La Shooting Starr les parecerá inofensiva: una sola nave; se quedarán tranquilos.
—Te equivocas, Lucky —dijo Henree—. Anton tiene una ventaja de doce horas. Ni siquiera la Shooting Starr podrá darle caza.
—Eres tú el que se equivoca. Sí podrá darle caza. Y una vez que haya cogido a Antón, tío Gus, creo que forzaré a los asteroides a la rendición. Sin ellos Sirio no atacará y no hará guerra.
Los dos científicos lo miraron, silenciosos.
—Ya he regresado dos veces —insistió Lucky, obstinadamente.
—Y las dos veces casi por milagro —refunfuñó Conway.
—Antes no sabía qué tenía entre manos; debía abrirme camino. Pero ahora lo sé. Lo sé con exactitud. Oídme: calentaré los motores de la Shooting Starr y me pondré al habla con el Observatorio de Ceres mientras tanto. Vosotros podríais comunicaros con la Tierra por la onda sub-etérica. Pedidle al coordinador…
Conway le interrumpió:
—Ya me ocuparé yo, hijo. He lidiado con el gobierno desde antes de que tú nacieras. Pero tú, ¿te sabrás cuidar a ti mismo, Lucky?
—¿No lo he hecho siempre, tío Héctor? ¿No es así, tío Gus?
Lucky estrechó las manos de ambos y se alejó de prisa.
Bigman pateó el polvo de Ceres con un gesto de desconsuelo y protestó como un niño.
—Es que llevo puesto el traje…, todo…
—No puedes ir, Bigman —dijo Lucky— y créeme que lo siento.
—¿Por qué no?
—Porque cogeré un atajo hacia Ganímedes.
—Bien, ¿y qué… y qué atajo es ése?
Lucky sonrió apenas:
—¡El del Sol!
Se dirigió hacia la Shooting Starr a través de la pista, dejando a Bigman de pie allí mismo, con la boca abierta.
14. HACIA GANÍMEDES VÍA EL SOL
Un mapa tridimensional del Sistema Solar tendría el aspecto de una planicie. En el centro, se halla el Sol, miembro dominante del Sistema; y realmente lo es, ya que contiene el 99,8 % de toda la materia del Sistema Solar. En otras palabras: su peso es quinientas veces mayor que la suma de todo el resto de los elementos integrantes del Sistema.
En torno al Sol, los planetas describen sus órbitas; todos ellos se mueven casi en un mismo plano: el plano denominado Eclíptica.
Al viajar de planeta a planeta, las naves espaciales comúnmente siguen la eclíptica. Y esto las mantiene dentro de los principales rayos de la comunicación planetaria, de modo que pueden hacer alto en medio de su trayectoria hacia el punto de destino prefijado. En ciertas ocasiones, cuando una nave necesita desarrollar velocidad o eludir posibles detecciones, se separa de la eclíptica, sobre todo cuando debe viajar hacia el otro lado del Sol.
Y Lucky pensaba que la nave de Antón debía estar intentando hacer precisamente eso.
Sin duda se deslizaría fuera de la «llanura» del Sistema Solar, describiría un arco o puente enorme por encima del Sol y regresaría a la «llanura», al otro lado, en las cercanías de Ganímedes. También era indudable que Antón debía haber iniciado su trayectoria de ese modo, porque de lo contrario las fuerzas defensivas de Ceres habrían logrado captar su nave en la filmación. Para los hombres hacer las observaciones espacio-náuticas dentro de la eclíptica, antes que ninguna otra, era casi un reflejo automático. En el instante en que podrían haber pensado en observar fuera de la eclíptica, Antón ya se habría alejado tanto que cualquier observación habría sido inútil.
Con todo, pensó Lucky, existía la posibilidad de que Antón no abandonara la eclíptica en forma permanente. Podía haberse alejado en un primer momento, como si se tratara de una trayectoria regular, pero podría regresar en cualquier otro momento. Las ventajas de reingresar en la eclíptica eran muchas. El cinturón de asteroides se extiende a ambos lados del Sol en forma completa, ya que los asteroides se hallan distribuidos de modo relativamente uniforme en torno al Sol. Si se mantenía dentro del cinturón, Antón se encontraría, durante toda su trayectoria de casi ciento ochenta millones de kilómetros hacia Ganímedes, dentro de la zona de asteroides, y esto implicaba seguridad para él. El gobierno terrestre había hecho una abdicación virtual de sus poderes sobre los asteroides y, exceptuadas las rutas hacia los cuatro cuerpos mayores, las naves del gobierno no se aventuraban en esa zona. Además, y sobre todo, sí alguna lo hacía, Antón tendría siempre la posibilidad de pedir refuerzos a cualquier base asteroidal cercana.
Sí, concluyó Lucky, Antón permanecería dentro del cinturón. En parte porque había pensado todo esto y en parte porque ya había hecho sus propios planes, Lucky condujo a la Shooting Starr fuera de la eclíptica en un arco suave.
El Sol era la clave; era la clave del Sistema entero. Constituía un escollo que implicaba, a su vez, un rodeo para cualquier nave que el hombre pudiese diseñar y construir. Para trasladarse de uno a otro lado del Sistema, una nave debía describir una amplia curva para evitar el Sol; ninguna nave de pasajeros se acercaba a una distancia menor de noventa y seis millones de kilómetros, es decir la distancia aproximada entre el Sol y Venus, y aun así eran imprescindibles los sistemas de refrigeración para que los pasajeros se sintieran confortables.
Podían diseñarse naves para fines técnicos, para que hiciesen el viaje hasta Mercurio, planeta separado del Sol por una distancia oscilante entre los setenta y los cuarenta y cinco millones de kilómetros, según la posición en que se hallara dentro de su órbita. Las naves descendían en el planeta cuando se encontraba en la zona de su trayectoria más alejada del Sol, ya que a menos de cincuenta millones de kilómetros muchos metales se fundían.
Vehículos espaciales aún más especializados se habían construido en ciertas ocasiones, para efectuar estudios de la superficie solar desde una mayor cercanía. Los cascos de esas aves estaban recorridos por un potente campo eléctrico de naturaleza peculiar que, mediante inducción, producía un fenómeno denominado «seudo-licuefacción» en la superficie molecular externa. La reflexión del calor a partir de esa especial superficie externa era casi total, de modo que muy pocos eran los grados de temperatura que lograban atravesar el casco de la nave. Desde fuera, este tipo de vehículo se veía como un espejo perfecto; aun así penetraba calor suficiente dentro de la nave como para elevar la temperatura por encima del punto de ebullición del agua, a distancias de ocho millones de kilómetros del Sol, que era la mayor aproximación registrada. Aunque los seres humanos pudiesen sobrevivir a esa temperatura, no podrían sobrevivir a la radiación de onda corta que fluía desde el Sol hacia la nave a esa distancia: en pocos segundos cualquier ser vivo moriría.