Las desventajas derivadas de la posición relativa al Sol en los viajes espaciales eran bien claras en la presente circunstancia, ya que Ceres estaba a un lado, en tanto que la Tierra y Júpiter se hallaban al otro lado del Sol, en posición casi diametralmente opuesta. Para quien se encontrara en el cinturón de asteroides, la distancia entre Ceres y Ganímedes era de aproximadamente mil ochocientos millones de kilómetros. De ser posible ignorar al Sol, una nave podría describir una trayectoria recta por sobre él y, en ese caso, la distancia sería de apenas algo más de mil millones de kilómetros, o sea menor en un cuarenta por ciento.
Lucky intentaría hacer esto último, en la medida de lo posible.
Condujo a la Shooting Starr en forma exigente, permaneciendo atado casi en forma constante con su g-aparejo, comiendo y durmiendo allí, continuamente bajo la presión de la aceleración. Se permitía sólo un descanso de quince minutos por hora.
Su trayectoria se elevó muy por encima de Marte y la Tierra, pero nada había que ver allí y ni siquiera el telescopio de la nave logró captar algo. La Tierra estaba al otro lado del Sol y Marte se hallaba en una posición casi en ángulo recto con la del mismo Lucky.
Ahora el Sol se veía del tamaño con que se mostraba a la Tierra y el joven sólo podía observarlo a través de las pantallas visoras, que habían sido polarizadas con más intensidad.
En poco tiempo más tendría que utilizar el dispositivo estroboscópico.
Los detectores de radiactividad comenzaron a sonar por momentos. Dentro de la órbita de la Tierra, la densidad de las radiaciones de onda corta también se elevaban hasta valores respetables. Dentro de la órbita de Venus tendría que adoptar precauciones especiales, como por ejemplo llevar un traje semi-espacial con una impregnación de plomo.
Tendré que utilizar algo mejor que el plomo, pensó Lucky; al acercarse al Sol tanto como él debía hacerlo, el plomo no le valdría de nada. Ningún material conocido brindaría la protección necesaria.
Por primera vez desde su aventura en Marte, un año atrás, Lucky extrajo de un diminuto saco especial, prendido a su cintura, el suave y casi transparente objeto que le entregaban los seres energéticos de Marte.
Muchos meses habían transcurrido desde que Lucky abandonara toda especulación acerca del modo de funcionamiento de aquella máscara. Sabía que ese objeto era el resultado del desarrollo de una ciencia que, por caminos aún desconocidos, había proseguido su curso durante un millón de años a partir del estado presente del conocimiento científico humano. Para él era tan incomprensible e imposible de reproducir como lo sería una nave espacial para un troglodita. Pero cumplía sus funciones y eso era lo que contaba.
Se llevó el objeto a la cabeza y, al igual que en ocasiones anteriores, la máscara se adhirió a su cráneo como si poseyera vida propia. En ese mismo instante la luz lo envolvió; por sobre su cuerpo parecieron resplandecer millones de luciérnagas y por esa causa era que Bigman se refería a la máscara denominándola «escudo de luz». En tomo a su cabeza y a su rostro una sólida masa fluorescente cubría por entero sus facciones, sin llegar a impedir la capacidad visual.
Era un escudo de energía diseñado por los marcianos para las necesidades de Lucky; es decir que resultaba impenetrable para toda forma de energía que su organismo no requiriese, tales como cierta intensidad de luz y cierta cantidad de calor. Los gases lo atravesaban libremente, de modo que Lucky podría respirar, y los gases calientes, al filtrarse a través del escudo, perdían parte de su temperatura y llegaban a él ya convenientemente enfriados.
Cuando la Shooting Starr transpuso la órbita de Venus, siempre en dirección hacia el Sol, Lucky llevó el escudo de energía en forma permanente, de modo que no podía comer ni beber, pero a la velocidad que sostenía su nave, la situación no se habría de prolongar durante un período demasiado extenso: un día todo lo más.
Viajaba ahora a una velocidad tremenda, mucho mayor que cualquiera de las que había experimentado hasta ese instante. Sumada al impulso de los motores hiper-atómicos -impulso comparativamente pobre-, estaba la atracción incalculable del gigantesco campo de gravitación del Sol, de modo que la Shooting Starr avanzaba a millones de kilómetros por hora.
Lucky activó el circuito eléctrico que convertía la parte exterior del casco de la nave en seudo-licuefactor y se congratuló por haber sido previsor, por haber insistido durante la construcción de la nave para que ese accesorio integrara el equipo. Los termómetros habían registrado temperaturas que superaban los cincuenta y cinco grados centígrados y, comenzaron a indicar un descenso. Las pantallas visoras quedaron cegadas en el momento en que sus protectores metálicos las cubrieron para impedir que las fuertes placas de cristalita resultaran dañadas o se fundieran al calor del Sol.
Al atravesar la órbita de Mercurio los contadores de radiación enloquecieron: su repiqueteo era continuo; Lucky los cubrió con su mano brillante y el ruido cesó. Toda la radiación que penetraba en la nave y la colmaba, incluidos los poderosos rayos gamma, era detenida por la resistencia del aura insustancial que circundaba el cuerpo del joven.
La temperatura, luego de descender hasta una mínima de cuarenta grados, volvía a elevarse, a pesar de la protección exterior de la Shooting Starr, superando los ochenta y cinco grados, y aún ascendía. Los registros de gravedad indicaban que el Sol se hallaba a sólo dieciséis millones de kilómetros.
Un cazo lleno de agua, que Lucky había colocado sobre una mesa, y que había comenzado a humear una hora antes, ahora bullía con toda fuerza: el termómetro indicaba el punto de ebullición del agua, cien grados centígrados.
Cada vez más próxima al Sol, la Shooting Starr se había acercado hasta los ocho millones de kilómetros y ya no se aproximaría más; en realidad atravesaba ahora las zonas exteriores de la atmósfera más rarificada del Soclass="underline" su corona. El Sol es un cuerpo gaseoso por entero, aunque se trata, en su mayor proporción de un gas que no puede existir en la Tierra ni siquiera dentro de las más especiales condiciones de laboratorio. O sea que este cuerpo no posee una superficie propiamente dicha y su «atmósfera» es parte misma del Sol. Al atravesar la corona, en cierto modo, Lucky estaba marchando a través del Sol, tal como le había dicho a Bigman.
La curiosidad le invadía; ningún hombre había estado antes tan cerca del Sol y tal vez ningún hombre volvería a estarlo. Y con certeza ningún hombre que llegara a esa situación podría mirar hacia el Sol con sus ojos, porque la menor de las radiaciones solares, de tremenda intensidad, significaría a esa distancia la muerte.
Pero Lucky llevaba el escudo de energía marciano. ¿Podría soportar la radiación solar a ocho millones de kilómetros? Comprendía que no era prudente arriesgarse, pero el impulso de su curiosidad era poderoso. La principal placa visora de la nave estaba pertrechada con un equipo formado por series de sesenta y cuatro módulos estroboscópicos, que se exponían al Sol durante cuatro segundos cada serie y durante un millonésimo de segundo cada módulo. Para el ojo o la cámara, la exposición parecería continua, pero objetivamente cada módulo de cristal recibía un cuarto de millonésimo de la radiación que el Sol estaba emitiendo. Aun con este mecanismo automático, era imprescindible hacer uso de gafas de diseño especial, casi opacas por entero.
Los dedos de Lucky, sin un deseo consciente, se movieron hacia los controles. No podía tolerar la idea de perder esa oportunidad. Ajustó la placa visora en dirección al Sol, utilizando el registro de gravedad como punto de referencia.
Giró luego la cabeza y oprimió el contacto; transcurrió un segundo, dos segundos… Creyó que sentía un aumento de temperatura en la nuca; aguardó, casi, una radiación letal. Pero no sucedió nada.