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—Thom —manifestó Nynaeve—, a menos que la tal Amathera sea Liandrin, me importa poco si la nombran Panarch, reina y Zahorí de todo Dos Ríos.

—Lo interesante —agregó Thom, que se acercó cojeando a la mesa— es que, según los rumores, la Asamblea rechazó la elección de Amathera. La rechazó. Así pues, ¿cómo es que va a ser investida? Estas cosas tan peculiares merecen tenerse en cuenta, Nynaeve.

—Estamos manteniendo una conversación privada, Thom —adujo la antigua Zahorí cuando el juglar hizo intención de tomar asiento en una silla—. Sin duda encontraréis la sala principal más en consonancia. —Tomó un sorbo de té, observándolo sobre el borde de la taza, obviamente esperando que se marchara.

Thom enrojeció y se incorporó sin haber llegado a sentarse, pero no se marchó de inmediato.

—Haya o no cambiado de opinión la Asamblea, esto provocará tumultos. En la calle se cree todavía que Amathera fue rechazada. Si insistís en seguir saliendo, no podréis ir solas. —Se dirigía a Nynaeve, pero Elayne tuvo la impresión de que estuvo a punto de ponerle la mano en el hombro—. Bayle Domon está muy atareado en ese pequeño cuarto cerca de los muelles, arreglando sus asuntos por si acaso tiene que salir corriendo, pero ha accedido a proporcionaros cincuenta hombres escogidos, tipos duros habituados a las peleas y diestros con un cuchillo o una espada.

Nynaeve abrió la boca, pero Elayne se adelantó:

—Os lo agradecemos, Thom, a vos y a maese Domon. Por favor, decidle que aceptamos su amable y generosa oferta. —Buscando la mirada impasible de Nynaeve, agregó con doble intención—: No querría que me secuestraran en la calle a plena luz del día.

—No, por supuesto —convino Thom—. Ninguno de nosotros querría que ocurriera tal cosa. —Elayne creyó escuchar «pequeña» en un susurro al final de la frase, y esta vez sí le tocó el hombro, levemente, apenas un roce de los dedos—. De hecho, los hombres ya están fuera, esperando en la calle. Estoy intentando encontrar un carruaje; esas sillas de mano son demasiado vulnerables. —Al parecer comprendía que había ido demasiado lejos trayendo los hombres de Domon antes de que hubieran accedido, por no mencionar lo del carruaje sin haberles preguntado primero, pero las observó como un viejo lobo expectante, con las espesas cejas fruncidas—. Si os ocurriera algo, yo tendría que lamentarlo… personalmente. El carruaje estará aquí tan pronto como encuentre un tiro, cosa que está resultando harto difícil.

Con los ojos muy abiertos, era evidente que Nynaeve estaba en un tris de soltarle un rapapolvo que nunca olvidaría, y a Elayne no le habría importado contribuir con una reprimenda más suave. ¡Mira que llamarla pequeña!

El juglar aprovechó su vacilación para hacer una reverencia que no habría desentonado en ningún palacio y salió de la habitación cuando todavía estaba a tiempo de hacerlo.

Egeanin había soltado la taza y las observaba, consternada. Elayne supuso que no habían dado una buena imagen de Aes Sedai permitiendo que Thom les impusiera sus decisiones.

—He de irme —anunció la mujer, que se levantó y cogió el bastón apoyado contra la pared.

—Pero aún no habéis hecho vuestras preguntas —protestó Elayne—. Responderos a ellas es lo menos que os debemos.

—En otra ocasión —decidió Egeanin tras pensarlo brevemente—. Si me lo permitís, volveré en otro momento. Necesito conocer más sobre vuestra institución. No sois como había imaginado.

Le aseguraron que podía ir a verlas cuando quisiera e intentaron convencerla para que se quedara a terminar el té y los dulces, pero ella se mostró inflexible en su intención de partir.

Tras haberla acompañado hasta la puerta y cerrar tras ella, Nynaeve se giró puesta en jarras.

—¿Secuestrarte? ¡Por si lo has olvidado, Elayne, te recuerdo que era a mí a la que esos hombres querían coger!

—Para quitarte de en medio y así poder atraparme —dijo Elayne—. Por si lo has olvidado, soy la heredera del trono de Andor. Mi madre los habría hecho ricos con tal de recuperarme.

—Tal vez —masculló, poco convencida—. En fin, por lo menos no tenían nada que ver con Liandrin. Esas brujas no mandarían a un puñado de brutos para que nos metieran en un saco. ¿Por qué los hombres hacen las cosas siempre sin preguntar? ¿Será que al crecerles pelo en el pecho se les ablanda el cerebro?

El repentino cambio de tema no desconcertó a Elayne.

—De todos modos, así no tendremos que preocuparnos de encontrar guardias personales. Porque imagino que estarás de acuerdo en que los necesitamos, a pesar de que Thom se haya excedido en sus atribuciones.

—Supongo que sí. —A Nynaeve le costaba mucho admitir que estaba equivocada. Por ejemplo, en creer que esos hombres iban detrás de ella—. Elayne, ¿te das cuenta de que todavía no hemos sacado nada en claro salvo que hay una casa abandonada? Si Juilin o Thom cometen un desliz y se delatan… Hemos de encontrar a las hermanas Negras sin que lo sospechen o jamás tendremos ocasión de seguirlas hasta lo que quiera que sea esa cosa peligrosa para Rand.

—Lo sé —contestó pacientemente—. Ya lo hemos discutido.

—Aún no tenemos la menor pista de qué puede ser o dónde está —comentó la antigua Zahorí, frunciendo la frente.

—También lo sé, Nynaeve. —Elayne se recordó que debía ser paciente y suavizó el tono de voz—. Las encontraremos. Tienen que cometer algún desliz, y entre los rumores recogidos por Thom, los comentarios de los ladrones de Juilin y los marineros de Bayle Domon nos enteraremos.

El gesto de Nynaeve se tornó pensativo.

—¿Reparaste en los ojos de Egeanin cuando Thom mencionó a Domon?

—No. ¿Crees que lo conoce? ¿Por qué iba a ocultar algo así?

—Lo ignoro —contestó, enojada—. La expresión de su rostro no varió, pero sus ojos… Estaba sobresaltada. Lo conoce, seguro. Me pregunto qué… —Alguien llamó a la puerta suavemente—. ¿Es que va a pasar todo Tanchico por esta habitación? —gruñó a la par que la abría bruscamente.

Rendra dio un respingo al ver el gesto tormentoso de Nynaeve, pero su sempiterna sonrisa reapareció de inmediato.

—Disculpad que os moleste, pero abajo hay una mujer que pregunta por vos. No por el nombre, pero os ha descrito a la perfección. Dice que cree que os conoce. Es… —Su boca roja y llena se tensó levemente en una mueca—. Olvidé preguntarle su nombre. Esta mañana no hago nada a derechas. Es una mujer bien vestida que ya no es joven, pero tampoco madura. No es tarabonesa. —Se estremeció ligeramente—. Tiene un aire severo. Cuando la vi, me recordó a mi hermana mayor cuando éramos niñas y estaba planeando atarme las trenzas a un arbusto.

—¿Nos habrán encontrado ellas antes? —musitó Nynaeve.

Elayne abrazó la Fuente Verdadera sin pensarlo y tuvo un estremecimiento de alivio al saberse capaz de hacerlo, que no la habían dejado aislada sin darse cuenta. Si la mujer que estaba abajo pertenecía al Ajah Negro… Pero si lo era, ¿por qué anunciarse? A pesar de todo, le habría gustado ver también el halo del saidar en Nynaeve. Ojalá supiera encauzar sin tener que estar furiosa.

—Hacedla entrar —dijo Nynaeve, y Elayne percibió que su amiga era plenamente consciente de su desventaja y que estaba asustada. Mientras Rendra se marchaba, Elayne empezó a tejer flujos de Aire gruesos como cables y listos para inmovilizar, así como flujos de Energía para cortar el acceso de otra persona a la Fuente. Si esta mujer guardaba el más ligero parecido con una de la lista, si intentaba encauzar…

La mujer que entró en la sala La Caída de las Flores y que vestía un atuendo de brillante seda negra de un estilo desconocido no era alguien a quien Elayne hubiera visto con anterioridad y, desde luego, no estaba en la lista de hermanas que habían huido junto a Liandrin. El oscuro cabello le caía suelto sobre los hombros y enmarcaba un rostro de rasgos atractivamente enérgicos; sus ojos eran grandes y tan oscuros como el pelo y tenía la tez suave, pero no con la intemporalidad propia de una Aes Sedai. Sonriendo, cerró la puerta tras de sí.