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En las arqueadas puertas que daban al exterior desde el pequeño patio de la posada, Egeanin se paró y observó a los hombres de gesto duro, descalzos y en su mayoría con el torso al aire, que holgazaneaban entre los demás desocupados a este lado de la calle. Por su aspecto, no dudarían en utilizar los sables que colgaban de sus cinturones o que llevaban metidos en los fajines, pero ninguno de esos rostros le era familiar. Si alguno de ellos estaba en el barco de Bayle Domon cuando ella lo había capturado en Falme, no lo recordaba. Si ése era el caso, sólo cabía esperar que ninguno de ellos relacionara a una mujer con traje de montar con otra vestida con armadura que había apresado su nave.

De repente advirtió que tenía sudorosas las palmas de las manos. Aes Sedai. Mujeres que podían manejar el Poder y que no estaban atadas a correas como era lo debido. Había estado sentada a la misma mesa con ellas, había hablado con ellas. No eran en absoluto como había imaginado; no conseguía apartar esa idea de su mente. Podían encauzar y, por ende, eran un peligro para el orden y debían ser atadas. Sin embargo… Nada que ver con lo que había imaginado. Y podía aprenderse. ¡Aprenderse! Mientras no topara con Bayle Domon, que la reconocería indudablemente, tendría ocasión de volver. Tenía que saber más. Ahora más que nunca.

Deseando llevar una capa con embozo, aferró firmemente el bastón y echó a andar calle adelante abriéndose paso entre la multitud. Ninguno de los marineros la miró con interés; ella no les quitó ojo para asegurarse.

No reparó en el hombre de pelo claro vestido con un sucio atuendo tanchicense que estaba acurrucado en la fachada encalada de una vinatería, al otro lado de la calle. Sus azules ojos, por encima del sucio velo y del frondoso bigote pegado al labio superior con cola, la siguieron un rato antes de volver hacia El Patio de los Tres Ciruelos. Se puso de pie y cruzó la calle haciendo caso omiso del repugnante modo con el que la gente se rozaba contra él. Egeanin había estado a punto de descubrirlo cuando se cegó lo bastante para romper el brazo a aquel necio. Uno de la Sangre, como se consideraban tales cosas en estas tierras, rebajado a mendigar y sin honor suficiente para abrirse las venas. Repugnante. Tal vez pudiera descubrir algo más de lo que la mujer se traía entre manos en esta posada una vez que comprendieran que disponía de más dinero de lo que sugerían sus ropas.

47

Una visión que se cumple

Los papeles esparcidos sobre el escritorio de Siuan Sanche tenían poco interés para ella, pero la mujer perseveró. Por supuesto, otras se ocupaban de la rutina diaria de la Torre Blanca con objeto de dejar a la Sede Amyrlin libre para ocuparse de las decisiones importantes, pero siempre había tenido la costumbre de comprobar una o dos cosas al azar cada día, sin previo aviso, y ahora no iba a romperla. No permitiría que las preocupaciones la distrajeran. Todo discurría según lo planeado. Se ajustó el chal rayado y mojó la pluma cuidadosamente en el tintero, punteando otra suma total corregida.

Hoy examinaba unas listas de compras de cocina y el informe del albañil respecto a una ampliación en la biblioteca. La cantidad de pequeños peculados que la gente creía que podía colar inadvertidamente siempre la sorprendía; como también la sorprendía el gran número que escapaba a la comprobación de las mujeres que supervisaban estos asuntos. Por ejemplo, Laras debía de pensar que comprobar las cuentas era una tarea que estaba por debajo de su posición desde que su título se había cambiado oficialmente de simple jefa de cocina al de Maestra de las Cocinas. Por otro lado, Danelle, la joven hermana Marrón que se suponía debía controlar a maese Jovarin, el albañil, seguramente estaría entretenida con los libros que el individuo le buscaba continuamente. Era la única explicación de que no hubiera puesto en tela de juicio el número de obreros que Jovarin afirmaba haber contratado, cuando los primeros cargamentos de piedra de Kandor acababan de llegar al Puerto del Norte. Con una cuadrilla tan numerosa habría podido reconstruir toda la biblioteca. Sencillamente, Danelle era demasiado distraída hasta para una hermana Marrón. Tal vez el castigo de un corto período de trabajo en una granja la despabilaría. A Laras sería más difícil imponerle una disciplina; no era Aes Sedai, de modo que su autoridad con las ayudantes de cocina, los pinches y las fregonas podría verse mermada por poco que se descuidaran. Claro que podían enviarla al campo para tomarse un «descanso». Sí, eso funcionaría…

Con un bufido de irritación, Siuan bajó la pluma e hizo una mueca al ver la mancha de tinta que había hecho en la página de columnas de totales pulcramente anotadas.

—Mira que perder el tiempo decidiendo si mando o no a Laras a arrancar malas hierbas —rezongó—. ¡Está demasiado gorda para agacharse!

No era el peso de Laras lo que había despertado su malhumor, y lo sabía; la mujer era igual de gorda que siempre, o eso parecía, y sus kilos de más nunca habían interferido en la dirección de las cocinas. No había noticias. Eso era lo que la tenía tan nerviosa como una ave pescadora a la que le han arrebatado su presa. Un solo mensaje de Moraine informando que el chico al’Thor tenía en su poder a Callandor y desde entonces, hacía semanas, nada, aunque los rumores en la calle empezaban a sonar con su nombre correcto. Y todavía nada.

Levantó la tapa de un cofrecillo de madera negra tallada en el que guardaba los papeles más secretos y rebuscó dentro. Una pequeña guarda tejida alrededor del cofrecillo aseguraba que ninguna mano salvo la suya pudiera abrirlo.

El primer papel que sacó era un informe respecto a que la novicia que había visto la llegada de Min había desaparecido de la granja a la que se la había enviado, y la propietaria de la granja también. Apenas se daban casos de novicias que se escaparan, pero el que también la granjera hubiera desaparecido resultaba inquietante. Habría que encontrar a Shara, por supuesto, ya que no había hecho suficientes progresos en su adiestramiento para dejarla marchar sin más, pero no había una razón de peso para guardar el informe en el cofre. No se mencionaba el nombre de Min ni la razón por la que se había enviado a la novicia a cuidar coles, pero a pesar de ello volvió a guardarlo donde estaba antes. Corrían unos tiempos en los que se debía tener ciertas precauciones que en cualquier otro momento habrían sido absurdas.

Una descripción de una reunión multitudinaria en Ghealdan para oír a ese hombre que se llamaba a sí mismo el Profeta del lord Dragón. Al parecer su verdadero nombre era Masema. Extraño. Era un nombre shienariano. Casi diez mil personas habían acudido a oírle hablar desde la ladera de una colina, proclamando el retorno del Dragón, una alocución que terminó con una batalla campal con soldados que intentaban dispersar a los asistentes. Aparte del hecho de que, por lo visto, los soldados habían sido los que se llevaron la peor parte, lo interesante era que el tal Masema conocía el nombre de Rand al’Thor. Definitivamente, ese papel volvió al cofre.

Un informe de que aún no se había descubierto el paradero de Mazrim Taim. No había razón para guardar esto aquí. Otro referente a que las condiciones en Arad Doman y Tarabon habían empeorado. Barcos que desaparecían a lo largo de la costa del Océano Aricio. Rumores de incursiones tearianas en Cairhien. Estaba cogiendo la costumbre de guardarlo todo en este cofre; ninguno de estos últimos tenían que mantenerse en secreto. Dos hermanas habían desaparecido en Illian, y otra, en Caemlyn. Se estremeció, preguntándose dónde estarían los Renegados. Demasiados de sus espías habían dejado de informar. Ahí fuera había escorpinas y ella estaba nadando en la oscuridad. Ah, ahí estaba; el pequeño trozo de papel, fino como seda, susurró al desenrollarlo.

La honda ha sido utilizada. El pastor blande la espada.

La Antecámara de la Torre había votado como ella esperaba, unánimemente y sin necesidad de forzar la mano y mucho menos recurrir a su autoridad. Si un hombre había tomado Callandor, tenía que ser el Dragón Renacido, y ese hombre debía ser guiado por la Torre Blanca. Tres Asentadas de tres Ajahs diferentes habían propuesto que la Antecámara mantuviera en estricto secreto todos los planes, antes incluso de que lo sugiriera ella; la sorpresa fue que una de ellas era Elaida. Claro que, tratándose de las Rojas, era evidente que procurarían tener bien sujeto con todos los cabos posibles a un hombre que encauzaba. El único problema fue impedir que saliera una delegación hacia Tear para tenerlo bajo control, aunque enseguida se solucionó cuando les comunicó que la información le había llegado de una Aes Sedai que ya se las había ingeniado para permanecer cerca del hombre.