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Pero ¿qué estaba haciendo ahora? ¿Por qué no había enviado más información Moraine? La impaciencia en la Asamblea era tal en estos días que casi podían verse saltar chispas en el aire. Siuan contuvo el malhumor. «¡Condenada mujer! ¿Por qué no ha enviado más noticias?»

La puerta se abrió violentamente y Siuan levantó la cabeza, furiosa, mientras más de una docena de mujeres entraban en su estudio encabezadas por Elaida. Todas llevaban los chales, la mayoría con flecos rojos, pero la fría Alviarin, una Blanca, estaba al lado de Elaida, y Joline Maza, una esbelta Verde, las seguía de cerca junto con la regordeta Shemerin, del Amarillo, y Danelle, cuyos grandes ojos azules no mostraban en absoluto una expresión distraída. De hecho, Siuan vio como mínimo una mujer de cada Ajah excepto el Azul. Algunas parecían nerviosas, pero la mayoría mostraban una inflexible determinación, mientras que los ojos de Elaida denotaban severidad y confianza en sí misma, incluso triunfo.

—¿Qué significa esto? —espetó Siuan al tiempo que cerraba el cofre negro con un seco golpe. Se incorporó prestamente y rodeó el escritorio. ¡Primero Moraine, y ahora esto!—. Si tiene que ver con temas tearianos, Elaida, tendríais que saber que no conviene involucrar a más hermanas. ¡Y también que no deberíais entrar aquí como si fuera la cocina de vuestra madre! ¡Disculpaos y salid de aquí antes de que os haga desear que fueseis de nuevo una ignorante novicia!

Su fría cólera tendría que haberlas hecho salir corriendo; pero, aunque algunas rebulleron con inquietud, ninguna hizo intención de dirigirse hacia la puerta. De hecho, la pequeña Danelle la contemplaba con gesto burlón. Y Elaida alargó tranquilamente la mano y le arrebató el chal de rayas que Siuan llevaba sobre los hombros.

—Ya no necesitaréis esto —dijo—. Nunca fuisteis digna de llevarlo, Siuan.

La impresión había dejado muda a Siuan. Esto era una locura. Era imposible. Furiosa, quiso entrar en contacto con el saidar y se llevó la segunda sorpresa desagradable. Había una barrera entre ella y la Fuente Verdadera, como un muro de grueso cristal. Miró a Elaida con incredulidad.

Como para mofarse de ella, el resplandor del saidar brotó en torno a la otra Aes Sedai. Indefensa, sintió cómo la Roja tejía flujos de Aire a su alrededor, desde los hombros hasta la cintura, aprisionándole fuertemente los brazos contra los costados. Apenas podía respirar.

—¡Debéis de estar loca! —jadeó con voz enronquecida—. ¡Debéis de estarlo todas vosotras! ¡Soltadme!

Ninguna respondió; casi parecía que hacían caso omiso de ella. Alviarin empezó a revolver los papeles que había sobre la mesa, con rapidez pero sin precipitación. Entretanto, Joline, Danelle y otras cogían los libros que había en los atriles de lectura y los sacudían para comprobar si caía algo de entre sus páginas. La hermana Blanca soltó un quedo siseo de exasperación al no encontrar en la mesa lo que buscaba, y entonces levantó la tapa del cofrecillo negro. De forma instantánea, el cofre estalló en una bola de fuego.

Alviarin retrocedió de un brinco a la par que soltaba un chillido y sacudía la mano, donde ya empezaban a levantarse ampollas.

—Estaba protegido —masculló, tan cerca de encolerizarse como podía estar una Blanca—. Una guarda tan pequeña que no la percibí hasta que era demasiado tarde.

Del cofre y su contenido sólo quedaba un montoncillo de ceniza gris sobre un trozo de mesa chamuscado. El semblante de Elaida no denotó decepción.

—Os prometo, Siuan, que me diréis hasta la última palabra de lo que ha ardido, para quién iban dirigidas y con qué propósito.

—¡Debéis de estar poseída por el Dragón! —espetó Siuan—. Os desollaré por esto, Elaida. ¡A todas vosotras! ¡Tendréis suerte si la Antecámara de la Torre no vota que seáis neutralizadas!

La leve sonrisa de Elaida no se reflejaba en sus ojos.

—La Antecámara se reunió hace menos de una hora, con el número de hermanas suficiente de acuerdo con nuestras leyes, y por voto unánime, como se requiere, se decidió que ya no sois la Amyrlin. Estamos aquí para hacer cumplir tal resolución.

Siuan sintió un frío espantoso en el estómago y una vocecilla gritó en un rincón de su mente: «¿Qué saben? Luz, ¿cuánto saben? ¡Necia! ¡Necia y ciega mujer!». Empero, mantuvo el gesto impasible. Ésta no era la primera vez que estaba acorralada contra la pared. Sólo era una chiquilla de quince años, sin más arma que una pequeña navaja para cortar el cebo, cuando cuatro rufianes de mala catadura y con el estómago lleno de vino barato la habían arrastrado hasta un callejón. Si había conseguido salir con bien de aquello, esto sería más fácil. Es lo que se dijo para sus adentros.

—¿Suficientes para cumplir las leyes? —replicó con sorna—. El mínimo, imagino, y la mayoría amigas vuestras y aquellas sobre las que tenéis influencia o que podéis intimidar. —El hecho de que Elaida hubiera sido capaz de convencer incluso a un número relativamente reducido de Asentadas, bastaba para dejarle seca la boca, pero no iba a exteriorizarlo—. Cuando se reúna la Antecámara al completo, con todas las Asentadas, os daréis cuenta de vuestro error. ¡Demasiado tarde! Jamás ha habido una rebelión en la Torre; de aquí a mil años utilizarán vuestra suerte como ejemplo para las novicias de lo que les ocurre a las rebeldes. —Algunos atisbos de duda asomaron a varios rostros; por lo visto, Elaida no tenía tan bien controlada su conspiración como pensaba—. Es hora de dejar de querer abrir un agujero en el casco y empezar a achicar agua. Incluso vos estáis a tiempo de mitigar vuestro agravio, Elaida.

La Roja esperó con gélida tranquilidad hasta que hubo acabado de hablar. Entonces cruzó el rostro de Siuan con un tremendo bofetón que la hizo trastabillar y puso relucientes chispas ante sus ojos.

—Estáis acabada —manifestó Elaida—. ¿Acaso creísteis que yo, que nosotras, íbamos a permitir que destruyerais la Torre? ¡Sacadla de aquí!

Siuan dio un traspié cuando dos de las Rojas la empujaron hacia adelante. Nada más recuperar el equilibrio les asestó una feroz mirada, pero echó a andar. ¿A quién necesitaba poner sobre aviso? Fueran cuales fueran los cargos que se hubieran presentado contra ella, podría refutarlos si le daban tiempo. Incluso cualquier cargo relacionado con Rand; sólo podían esgrimir contra ella rumores, y había participado en el Gran Juego demasiado tiempo para que la derrotaran con algo tan poco consistente. A menos que tuvieran a Min; su presencia podía dar carácter de realidad a los rumores. Rechinó los dientes. «¡Así me fulmine la Luz, haré picadillo a esta panda de intrigantes y utilizaré los trozos para cebo!»

Al salir a la antesala volvió a tropezar, pero esta vez no fue porque la hubieran empujado. Había abrigado la esperanza de que Leane no se hubiera encontrado en su puesto, pero la Guardiana estaba como ella, con los brazos pegados contra los costados, moviendo la boca furiosamente pero sin emitir sonidos ya que se lo impedía una mordaza de Aire. Hacía un rato que había percibido el uso del Poder, seguramente cuando inmovilizaron a Leane, pero no le llamó la atención ya que en la Torre flotaba constantemente la sensación de mujeres encauzando.