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Tres mujeres con ropas sencillas tenían ciertas posibilidades de salir de la Torre sin llamar la atención. Varios peticionarios y gente que buscaba ayuda habían quedado atrapados en la Torre cuando estalló la lucha; lo peor que podía ocurrir es que llevaran a empujones hasta la calle a otras tres que habían salido de su escondite y trataban de escabullirse. Siempre y cuando nadie las reconociera. Los rostros jóvenes de las otras mujeres les serían de ayuda. Nadie confundiría a un par de muchachas —al menos en apariencia— con la Sede Amyrlin y la Guardiana de las Crónicas. La antigua Amyrlin y la antigua Guardiana, se recordó Min para sus adentros.

—¿Sólo un guardia? —dijo Siuan, que hizo un gesto de dolor al ponerse las gruesas medias—. Qué extraño. Vigilarían mejor a un ratero. —Miró a Laras mientras se ponía los burdos zapatos—. Es reconfortante ver que alguien no cree los cargos que se me imputan, sean los que sean.

La rolliza mujer frunció el entrecejo y agachó la cabeza, de manera que añadió otra papada más a las tres habituales.

—Soy leal a la Torre —dijo hoscamente—. Esos asuntos no me conciernen. Sólo soy una cocinera. Esta estúpida chiquilla me ha hecho volver a unos días en que era una jovencita igualmente estúpida. Creo, al veros, que es hora de que recuerde que ya no soy la esbelta muchachita de antaño. —Puso bruscamente la linterna en la mano de Min.

La joven la agarró por el grueso brazo cuando se daba media vuelta.

—Laras, no nos delataréis, ¿verdad? Ahora no, después de todo lo que habéis hecho.

El redondo rostro de la mujer se ensanchó con una sonrisa entre nostálgica y triste.

—Oh, Elmindreda, cómo me recuerdas a mí cuando tenía tu edad. Haciendo cosas estúpidas y estando a punto de que me colgaran. No te traicionaré, pequeña, pero he de irme de aquí. Cuando toque la Segunda enviaré a una chica con vino para el guardia. Si para entonces no ha vuelto en sí ni ha sido descubierto, habréis dispuesto de más de una hora. —Se volvió hacia las otras dos mujeres y de repente mostró el gesto ceñudo que Min había visto que adoptaba para dirigirse a las pinches y otras ayudantes de cocina.

»¡Más vale que utilicéis bien esa hora! ¿Me oís? Según tengo entendido, piensan poneros en los fregaderos para así utilizaros como ejemplo. Todo eso me trae sin cuidado, ya que esos asuntos son para Aes Sedai, no para cocineras, y para mí es lo mismo una Amyrlin que otra, pero si por culpa vuestra cogen a esta muchacha, tened por seguro que os arrancaré el pellejo a tiras desde la salida hasta la puesta de sol cuando no estéis con la cabeza metida en ollas grasientas o limpiando orinales. Desearéis que os hubieran cortado la cabeza antes de que haya acabado con vosotras. Y dudo que crean que he ayudado en nada. Todo el mundo sabe que sólo me ocupo de mis cocinas. ¡No lo olvidéis y daos prisa! —La sonrisa volvió a su rostro y pellizcó a Min en la mejilla—. Haz que se apresuren, pequeña. Oh, cómo voy a echar de menos vestirte. Qué criatura tan bonita. —Tras darle un último y vigoroso pellizco, salió de la celda y se alejó casi trotando.

Min se frotó la mejilla con irritación; detestaba que Laras hiciera eso. Esa mujer era tan fuerte como un caballo. ¿Que había estado a punto de que la colgaran? ¿Qué clase de «chica animada» había sido Laras?

Mientras se ponía con toda clase de cuidados el vestido, Leane soltó un bufido.

—¡Y pensar que pueda hablaros de ese modo, madre! —Sacó la cabeza por la abertura del cuello, con gesto ceñudo—. Me sorprende que haya prestado ayuda si piensa así.

—Pero ayudó —adujo Min—. Recordadlo. Creo que mantendrá su palabra de no delatarnos. Estoy segura.

Leane volvió a bufar. Siuan se echó la capa sobre los hombros.

—La diferencia, Leane, está en que ya no poseo ese título. Y en que mañana tú y yo podríamos convertirnos en dos de sus fregonas. —Leane entrelazó las manos para evitar que le temblaran y esquivó mirarla. Siuan prosiguió en un tono sosegado y seco—. También sospecho que Laras mantendrá su palabra sobre… otras cosas. Así que, aunque no te importe si Elaida nos cuelga como un par de tiburones atrapados en una red para que el mundo nos vea, sugiero que no te quedes parada. En lo que a mí respecta, detestaba las ollas grasientas cuando era niña, y estoy segura de que me ocurriría igual ahora.

Con gesto sombrío, Leane empezó a atarse las cintas del vestido campesino. Siuan se volvió hacia Min.

—Puede que no te muestres tan ansiosa por ayudarnos cuando te diga que nos han… neutralizado a las dos. —Su voz no tembló, pero sí sonó tensa por el esfuerzo de pronunciar la palabra, y en sus ojos asomó una expresión dolida y perdida. Fue una sacudida comprender que toda su calma era una fachada—. Cualquiera de las Aceptadas podría atarnos a las dos como a unos corderitos, Min. Hasta la mayoría de las novicias podrían.

—Lo sé —contestó Min, con cuidado de que en su voz no sonara el menor atisbo de compasión. La compasión podría hacer añicos la poca entereza que todavía le quedaba a la otra mujer, y necesitaba que ambas mantuvieran la serenidad—. Se anunció en todas las esquinas de la ciudad y se pusieron carteles en cada hueco donde pudieron clavar un papel. Pero seguís vivas. —Leane soltó una amarga risa que Min pasó por alto—. Será mejor que nos vayamos. Ese guardia podría volver en sí o alguien podría venir a comprobar cómo está.

—Adelante, Min —dijo Siuan—. Estamos en tus manos.

Un instante después, Leane hizo una breve inclinación de cabeza y se puso rápidamente la capa. En el cuarto de guardia, al final del oscuro corredor, el único vigilante yacía despatarrado boca abajo en el suelo polvoriento. El yelmo que le habría ahorrado un buen dolor de cabeza estaba sobre la burda mesa de tablones, junto a la única linterna que proporcionaba luz a la estancia. Parecía que respiraba con normalidad. Min apenas le dedicó una mirada por encima, aunque esperó que no estuviera malherido; no había intentado aprovecharse de su oferta.

Hizo que Siuan y Leane se apresuraran hacia la puerta del otro lado, hecha con gruesos tablones y reforzada con tiras de hierro, y de allí empezaron a remontar la estrecha escalera de piedra. Tenían que darse prisa. Hacerse pasar por peticionarias no las salvaría de un interrogatorio por venir de las celdas.

No vieron más guardias ni a nadie más mientras subían de las entrañas de la Torre, pero Min siguió conteniendo el aliento hasta que llegaron a la pequeña puerta que conducía a la Torre propiamente dicha. La entreabrió sólo lo suficiente para asomar la cabeza y escudriñar a ambos lados del corredor.

En las paredes de mármol blanco, con franjas de frisos, había candeleros dorados. A la derecha, dos mujeres se perdieron de vista sin mirar atrás. La seguridad de sus pasos las señalaba como Aes Sedai aunque Min no viera sus rostros; en la Torre, incluso una reina caminaba con vacilación. Por el lado contrario, media docena de hombres se alejaban; indudablemente eran Guardianes a juzgar por sus movimientos felinos y las capas que se confundían con el entorno. Esperó hasta que los Guardianes hubieron desaparecido también antes de deslizarse por la puerta hacia el pasillo.

—Todo despejado, podéis salir. Llevad puestas las capuchas y mantened las cabezas inclinadas. Simulad cierto temor. —Por su parte, no tenía que disimularlo. Habida cuenta del silencio con que las dos mujeres la siguieron, imaginó que tampoco ellas tenían que disimular.

Los pasillos de la Torre rara vez estaban muy transitados, pero ahora parecían encontrarse desiertos. De vez en cuando, alguien aparecía un instante adelante de las tres mujeres o por un corredor lateral; pero, ya fueran Aes Sedai, Guardianes o sirvientes, todos llevaban mucha prisa e iban demasiado absortos en sus asuntos para reparar en nadie. La Torre también estaba silenciosa.

Entonces pasaron por un cruce de pasillos donde unas oscuras manchas de sangre seca salpicaban las baldosas verde claro. Dos manchas se extendían un trecho, como si hubieran arrastrado cuerpos. Siuan se paró para mirarlas.