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—¿Qué ha ocurrido? —demandó—. ¡Dímelo, Min!

Leane aferraba la empuñadura del cuchillo que llevaba en el cinturón y echaba ojeadas en derredor como si esperara un ataque.

—Hubo lucha —contestó, de mala gana, Min. Había albergado la esperanza de que las dos mujeres estuvieran fuera del recinto de la Torre, incluso fuera de la ciudad, antes de que se enteraran de esto. Las condujo dando un rodeo a las oscuras manchas, empujándolas cuando intentaron mirar hacia atrás—. Empezó ayer, justo después de prenderos, y no terminó hasta hace unas dos horas. No completamente.

—¿Te refieres a los Gaidin? —exclamó Leane—. ¿Los Guardianes han luchado unos contra otros?

—Guardianes, guardias, todo el mundo. Empezó cuando unos hombres que decían ser albañiles, entre doscientos y trescientos, intentaron apoderarse de la Torre nada más anunciarse vuestro arresto.

—¡Danelle! —Siuan frunció el ceño—. Debí darme cuenta que era algo más que no prestar atención a su trabajo. —Su rostro se crispó de tal modo que Min creyó que iba a romper a llorar—. Artur Hawkwing no lo consiguió, pero lo hicimos nosotras mismas. —Aunque estuviera al borde de las lágrimas, su voz sonó fiera—. Que la Luz nos ayude, hemos destruido la Torre. —Su largo suspiro pareció dejarla sin aliento; y también pareció consumir toda su ira—. Supongo —añadió al cabo de un momento— que debería alegrarme de que alguien de la Torre me apoyara, pero casi desearía que no lo hubieran hecho. —Min procuró mantener el semblante impasible, pero aquellos penetrantes ojos azules sabían interpretar hasta el menor parpadeo de los suyos—. ¿O no lo hicieron, Min?

—Algunos. —No tenía intención de decirle todavía cuán pocos habían sido, pero debía impedir que Siuan pensara que contaba con partidarios dentro de la Torre—. Elaida no aguardó a descubrir si el Ajah Azul os apoyaría o no. No queda ninguna Azul viva en la Torre, que yo sepa.

—¿Sheriam? —inquirió Leane con ansiedad—. ¿Anaiya?

—Lo ignoro. Tampoco quedan muchas Verdes. Al menos en la Torre. Los otros Ajahs se dividieron, de uno u otro modo, aunque la mayoría de las Rojas sigue aquí. Que yo sepa, todos los que se opusieron a Elaida o han huido o están muertos. Siuan… —Sonaba raro llamarla así, y Leane rezongó algo en voz baja, pero dirigirse a ella con el título de madre ahora sería casi una burla—. Siuan, los cargos que se os imputan aducen que vos y Leane arreglasteis la huida de Mazrim Taim. Logain escapó durante la refriega y os culpan también de ello. No os acusaron abiertamente de ser Amigas Siniestras, imagino que sería casi como decir que sois del Ajah Negro, pero les faltó poco. Sin embargo, creo que todo el mundo supo entender la insinuación.

—Ni siquiera admitirán la verdad —musitó Siuan—: que se proponen hacer exactamente aquello por lo que me han derribado.

—¿Amigas Siniestras? —murmuró, perpleja, Leane—. ¿Que nos han llamado…?

—¿Y por qué no? —susurró Siuan—. Después de todo lo que han hecho no hay nada a lo que no se atrevan.

Con los hombros hundidos, dejaron que Min las condujera. La joven habría querido que sus rostros no reflejaran tanto desaliento.

A medida que se acercaban a la puerta exterior, empezó a respirar con más tranquilidad. Tenía caballos escondidos en la zona arbolada del recinto, no muy lejos de una de las puertas occidentales. Todavía estaba por ver si les sería o no fácil salir a caballo, pero hasta que llegaran a los animales no quería plantearse el siguiente paso hacia la libertad. Seguramente los guardias de la puerta no darían el alto a tres mujeres. Se repitió esto mismo una y otra vez.

La puerta hacia la que se dirigían apareció un poco más adelante; era pequeña, hecha con sencillos paneles y daba a un sendero apenas transitado, justo enfrente del arco donde este corredor desembocaba en el amplio pasillo que recorría todo el perímetro de la Torre; entonces vio a Elaida, que venía por ese pasillo hacia donde estaban ellas.

Min cayó de hinojos en las baldosas del suelo, con la cabeza inclinada y el rostro oculto bajo la capucha; el corazón le latía tan desbocado que temió que se le saliera por la boca. «Sólo soy una peticionaria, nada más. Una simple mujer que no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido. ¡Oh, Luz, ayúdame!» Levantó la cabeza justo lo suficiente para atisbar por el borde de la capucha, casi esperando ver a Elaida observándola con maligna satisfacción.

Elaida pasó ante ella sin dedicarle una ojeada, con la ancha estola de rayas de la Sede Amyrlin alrededor de sus hombros. Alviarin iba tras ella, luciendo la estola de la Guardiana de las Crónicas, blanca como correspondía a su Ajah. Otra docena de Aes Sedai seguían de cerca a Alviarin, en su mayoría hermanas Rojas, aunque Min vio dos chales con flecos amarillos, uno con flecos verdes y otro, marrones. Seis Guardianes flanqueaban la procesión llevando las manos sobre las empuñaduras y con una mirada alerta. Aquellos ojos pasaron sobre las tres mujeres arrodilladas y las descartaron como sospechosas.

Min reparó en que las tres estaban de rodillas y entonces comprendió que había albergado el temor de que Siuan y Leane se arrojaran al cuello de Elaida. Las dos mujeres tenían la cabeza levantada sólo lo suficiente para ver pasar la comitiva corredor adelante.

—Han sido pocas las mujeres neutralizadas —musitó Siuan como si hablara consigo misma—, y ninguna ha sobrevivido mucho tiempo, pero se dice que un modo de aferrarse a la vida es encontrar algo que se desea con tanta intensidad como encauzar. —La expresión perdida de sus ojos había desaparecido—. Al principio creí que ansiaba destripar a Elaida y colgar su pellejo a secar al sol. ¡Ahora sé que no hay nada que desee con más intensidad que llegue el día en que pueda decirle a esa sanguijuela que vivirá una larga vida para dar ejemplo a otras de lo que le ocurre a quien me llama Amiga Siniestra!

—Y Alviarin —añadió Leane con voz tensa—. ¡Y Alviarin!

—Temí que me percibieran —continuó Siuan—, pero ahora ya no hay nada que puedan percibir. Al parecer, ésa es una ventaja de haber sido… neutralizada. —Leane sacudió la cabeza con rabia, y Siuan continuó—: Debemos utilizar cualquier ventaja que se nos presente, y estar agradecidas por tenerlas. —Esto último sonó como si intentara convencerse a sí misma.

El último Guardián desapareció por el recodo del pasillo, a lo lejos, y Min tragó saliva para aliviar el nudo que se le había puesto en la garganta.

—Ya hablaremos de ventajas después —comentó con voz ronca, y tuvo que tragar de nuevo—. Ahora tenemos que llegar hasta los caballos. Lo que acaba de ocurrir tiene que ser lo peor que podía pasarnos.

En efecto, mientras salían apresuradamente de la Torre al sol de mediodía, parecía que lo peor tenía que haber pasado ya. Una columna de humo elevándose al cielo despejado, en el lado este del recinto, era la única señal de los tumultos acaecidos. En la distancia se movían grupos de hombres, pero ninguno dedicó más que una mirada de soslayo a las tres mujeres que pasaban, presurosas, ante la biblioteca, cuya construcción emulaba grandes olas petrificadas. Un sendero conducía hacia el oeste a través de un bosquecillo de robles y abetos que podría haberse encontrado lejos de cualquier ciudad. Min apretó el paso al localizar tres monturas ensilladas que seguían atadas en el mismo sitio en que Laras y ella las habían dejado, en un pequeño claro rodeado de melojos y abedules.

Siuan se dirigió directamente hacia una resistente y peluda yegua dos palmos más baja que las otras.

—Una montura adecuada para mis circunstancias actuales —comentó—. Y parece la más mansa. Nunca fui muy buena amazona. —Acarició el belfo de la yegua, que hociqueó su mano—. ¿Cómo se llama, Min? ¿Lo sabes?

—Es Bela. Pertenece a…