Выбрать главу

—No. ¿Lo ha hecho? —Sus azules ojos se quedaron pensativos un instante; a Rand le pareció que Bair contenía una sonrisa—. Jamás le habría ordenado algo así, Rand al’Thor. Una disculpa forzada no es una disculpa.

—Lo único que se le dijo fue que sacudiera alfombras hasta que sudara un poco de mal genio —comentó Bair—. Cualquier otra cosa ha salido de ella misma.

—Y no con la esperanza de escapar a su tarea —añadió Seana—. Tiene que aprender a controlar la cólera. Una Sabia ha de tener controladas sus emociones, no a la inversa. —Con una ligera sonrisa, lanzó una mirada de soslayo a Melaine. La mujer rubia apretó los labios y aspiró con fuerza por la nariz.

Estaban intentando convencerlo de que Aviendha iba a ser una compañía maravillosa de ahora en adelante. ¿Es que pensaban que estaba ciego?

—Debo deciros que lo sé. Lo de ella. Me refiero a que le habéis mandado que esté conmigo para que me espíe.

—No sabes tanto como crees —repuso Amys. Igual que una Aes Sedai, palabras ambiguas que guardaban significados ocultos que pretendía mantener en secreto para él.

Melaine se ajustó el chal mientras lo miraba de arriba abajo, como evaluándolo. Rand sabía algo sobre Aes Sedai; si esta mujer fuera una de ellas, pertenecería al Ajah Verde.

—He de admitir —dijo la Sabia—, que al principio pensamos que no verías más que una joven bonita, y tú eres lo bastante apuesto para que ella hubiera encontrado tu compañía más placentera que la nuestra. No contábamos con su lengua. Ni con otras cosas.

—Entonces ¿por qué estáis tan ansiosas de que siga conmigo? —En su voz hubo más indignación de lo que hubiera querido—. No podéis pensar que le revelaré nada que no quiera que sepáis.

—¿Y por qué la dejas que se quede? —inquirió lentamente Amys—. Si rehusaras su compañía, ¿cómo íbamos a obligarte a aceptarla?

—Al menos así sé quién es la espía. —Tener a Aviendha controlada debía de ser mucho mejor que estar preguntándose cuál de los Aiel lo estaba vigilando. Sin la joven, seguramente acabaría sospechando incluso que el comentario más fortuito de Rhuarc fuera un intento de sonsacarlo. Claro que, mirándolo bien, no había manera de estar seguro de que no lo fuera. Rhuarc estaba casado con una de estas mujeres, las Sabias. De repente se alegró de no haber hecho más confidencias al jefe de clan. Y también le entristeció haberlo considerado. ¿Por qué habría dado por hecho que los Aiel eran menos retorcidos que los Grandes Señores tearianos?—. Me parece bien dejarla donde está.

—Entonces nos parece bien a todos —dijo Bair.

Rand observó a la acartonada mujer con cautela. En su voz había advertido cierta inflexión, como si supiera algo que él ignoraba.

—No descubrirá lo que queréis.

—¿Lo que queremos? —espetó Melaine; su largo cabello se meció al sacudir la cabeza—. La profecía anuncia que sólo una parte de una parte se salvará. Lo que queremos, Rand al’Thor, Car’a’carn, es salvar a cuantos podamos de los nuestros. A pesar de tu linaje, de tus rasgos, no hay en ti sentimiento alguno hacia nosotros. Haré que reconozcas nuestra sangre como la tuya aunque para ello tenga que poner…

—Creo —la interrumpió suavemente Amys— que le gustará ver su cuarto ahora. Parece cansado. —Dio una seca palmada, y una esbelta gai’shain apareció—. Muestra a este hombre la habitación que se ha preparado para él. Y llévale todo lo que necesite.

Dejándolo plantado en medio de la estancia, las Sabias se encaminaron hacia la puerta; Bair y Seana asestaron a Melaine una mirada tan dura como la que habrían lanzado las componentes del Círculo de Mujeres a alguien a quien tuvieran intención de pedirle cuentas sin muchos miramientos. Melaine hizo caso omiso y, cuando la puerta se cerraba tras ellas, iba murmurando algo sobre «hablar seriamente con esa necia chica».

¿Con qué chica? ¿Con Aviendha? Pero si ya estaba haciendo lo que querían. ¿Se referiría a Egwene? Sabía que estaba estudiando algo con las Sabias. ¿Y qué estaba dispuesta a «poner» Melaine a fin de hacerle que «reconociera su sangre como suya»? ¿Cómo era posible que poniendo algo él decidiera que era Aiel? «¿Poner una trampa, quizá? ¡Estúpido! No lo diría a las claras si fuera ésa su intención. ¿Qué otras cosas se pueden poner? Huevos, en el caso de las gallinas», pensó, riendo suavemente. Estaba cansado. Demasiado para plantearse interrogantes ahora, después de pasar doce días y parte de un decimotercero sobre un caballo, aguantando un calor de justicia; no quería pensar cómo se sentiría si hubiera tenido que recorrer esa misma distancia a pie y al mismo paso. Aviendha debía de tener las piernas de duro acero. Oh, cómo deseaba tenderse en una cama.

La gai’shain era bonita a pesar de la fina cicatriz que arrancaba encima de uno de sus ojos, de color azul claro, hasta la raíz del cabello, tan pálido que casi parecía plateado. Otra Doncella, sólo que no lo era de momento.

—¿Queréis seguirme, por favor? —musitó, bajando los ojos.

El dormitorio no era exactamente lo que en el resto del mundo se entendía como tal. Y, naturalmente, la «cama» consistía en un grueso jergón extendido sobre una pila de alfombrillas de brillantes colores. La gai’shain —se llamada Chion— se quedó estupefacta cuando le pidió agua para lavarse, pero Rand estaba harto de baños de vapor. Apostaría a que Moraine y Egwene no habían tenido que sentarse en una tienda llena de vapor para poder estar limpias. A pesar de su reacción casi escandalizada, Chion le llevó agua caliente en un cántaro marrón que utilizaban para regar el huerto, y un gran cuenco blanco a guisa de palangana. Rand la echó sin demasiadas contemplaciones cuando se ofreció a lavarlo ella. ¡Qué gente tan extraña, todos ellos!

El cuarto no tenía ventanas y estaba iluminado por lámparas de plata colgadas de unos soportes en las paredes, pero sabía que fuera aún no podía haber oscurecido cuando terminó de asearse. Le daba igual. Sólo dos mantas en el jergón, y ninguna de ellas gruesa. Sin duda, otra muestra de la reciedumbre Aiel. Recordando las frías noches pasadas en la tienda, volvió a vestirse, excepto la chaqueta y las botas, antes de apagar las lámparas y meterse bajo las mantas en medio de una oscuridad absoluta.

A pesar de su cansancio, no podía dejar de rebullir y pensar. ¿Qué era lo que pensaba poner Melaine? ¿Por qué a las Sabias no les importaba que supiera que Aviendha era su espía? Aviendha. Una hermosa mujer, aunque más arisca que una mula con los cascos magullados por las piedras. Su respiración se hizo más profunda y regular, y sus pensamientos se tornaron imprecisos. Un mes. Demasiado tiempo. Ninguna opción. Honor. Isendre sonriendo. Kadere observando. Trampa. Poner una trampa. ¿La trampa de quién? ¿Qué trampa? Trampas. Si pudiera confiar en Moraine. Perrin. Casa. Seguramente Perrin estaría nadando en…

Con los ojos cerrados, Rand braceó en el agua. Agradablemente fresca. Y tan húmeda. Era como si hasta ahora no se hubiera dado cuenta de lo grato que era estar mojado. Alzó la cabeza y miró en derredor a los sauces que crecían a un lado del estanque y al gran roble que había en el otro, extendiendo sus gruesas y umbrosas ramas sobre el agua. El Bosque de las Aguas. Era agradable estar en casa. Tenía la sensación de haber estado fuera; dónde, no estaba muy claro, pero tampoco importaba. En Colina del Vigía. Sí. Nunca había llegado más lejos. Fresco y mojado. Y solo.

De repente, dos cuerpos saltaron al agua con las rodillas pegadas al pecho y al caer levantaron grandes salpicaduras que lo cegaron. Se sacudió el agua de los ojos y se encontró con Elayne y Min sonriéndole, una a cada lado, asomando sólo sus cabezas por encima de la superficie verde pálido. Dos brazadas lo habrían llevado hasta cualquiera de las dos mujeres. Apartándolo de la otra. No podía amarlas a ambas. ¿Amar? ¿Por qué le había venido esa palabra a la cabeza?