Выбрать главу

Una Doncella se detuvo junto a él, con el velo bajado, pero las sombras le impidieron verle el rostro.

—Danzas bien con tu lanza, jugador. Malos tiempos éstos, si los trollocs atacan Peñas Frías. —Echó un vistazo a la figura que Mat suponía era Moraine—. Se habrían abierto paso al interior del cañón de no ser por la Aes Sedai.

—No eran bastantes para lograr esa empresa —repuso sin pensar—. Su acción tenía por objeto desviar la atención hacia aquí. —«¿Y que así los Draghkar tuvieran expedito el camino para llegar hasta Rand?»

—Sí, creo que tienes razón —admitió lentamente la Doncella—. ¿Eres un líder en estrategias de batalla entre los hombres de las tierras húmedas?

Mat se maldijo para sus adentros por no mantener cerrada la boca.

—No. Una vez leí un libro de tácticas de guerra —repuso mientras se alejaba. «Condenados fragmentos de los recuerdos de otros hombres». Tal vez los buhoneros estuvieran dispuestos a marcharse después de lo ocurrido.

Cuando se detuvo junto a las carretas, sin embargo, ni a Keille ni a Kadere se los veía por ningún sitio. Los carreteros estaban apiñados en un grupo y se pasaban jarros de algo que olía como el excelente brandy que habían estado vendiendo mientras mascullaban tan alterados como si en realidad los trollocs se hubieran acercado a su posición. Isendre se encontraba en lo alto de la escalerilla del carromato de Kadere, mirando ceñuda al vacío. Hasta con las cejas fruncidas estaba hermosa. Mat se alegró de que al menos sus recuerdos de mujeres fueran los suyos propios.

—Los trollocs están muertos —le dijo a la mujer, apoyándose en la lanza para estar seguro de que ella reparaba en el arma. «Sería absurdo arriesgarme a que me partan la crisma si no saco algo provechoso de ello». Empero, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para dar la impresión de estar cansado—. Ha sido un combate duro, pero ahora estáis a salvo.

Isendre bajó la mirada hacia él, con el rostro impasible y los ojos relucientes bajo la luz de la luna como dos trozos de azabache. Sin decir una palabra se dio media vuelta y entró en el carromato cerrando la puerta tras de sí. Con un golpazo.

Mat soltó un largo suspiro decepcionado y se alejó de las carretas. ¿Qué había que hacer para impresionar a esta mujer? Lo que deseaba ahora mismo era una cama en la que tumbarse. Volver a meterse entre las mantas y que Rand se ocupara de los malditos trollocs y los condenados Draghkar. Parecía que disfrutaba haciéndolo, con esa forma de reír.

Rand estaba subiendo por la pared del cañón con el brillo de esa espada rodeándolo como una lámpara en medio de la noche. Aviendha apareció y corrió a su encuentro con la falda remangada más arriba de las rodillas; entonces se paró. Se soltó la falda, arregló los pliegues y echó a andar al lado de Rand mientras se cubría la cabeza con el chal. Él no dio señales de advertir su presencia; el semblante de la Aiel estaba tan impasible como un pedazo de roca. Eran tal para cual.

—Rand —llamó una sombra que corría, con la voz de Moraine, casi tan melodiosa como la de Keille, pero fría. Rand se volvió y esperó, y la mujer frenó la carrera antes de que se la viera claramente al entrar en el círculo de luz que no habría desmerecido en ningún palacio—. La situación se está volviendo cada vez más peligrosa, Rand. El ataque a Estancia Imre podría haber estado dirigido a los Aiel. No era muy probable, pero cabía esa posibilidad. Sin embargo, esta noche los Draghkar iban por ti sin lugar a dudas.

—Lo sé. —Así, sin más, tan tranquilo como ella pero con más frialdad.

Moraine apretó los labios; sus manos caían demasiado inmóviles a los costados. Evidentemente, no estaba muy contenta.

—Forzar las cosas para que se cumpla una profecía puede resultar extremadamente peligroso. ¿No aprendiste eso en Tear? El Entramado se teje a tu alrededor, pero cuando tratas de tejerlo ni siquiera tú puedes dominarlo. Si fuerzas demasiado el Entramado, aumentará la presión y puede estallar en pedazos. ¿Quién sabe cuánto tardará en estabilizarse para centrarse de nuevo en ti o qué ocurrirá mientras tanto?

—Una explicación tan clara como todas las vuestras —repuso Rand, cortante—. ¿Qué queréis, Moraine? Es tarde y estoy cansado.

—Quiero que confíes en mí. ¿O es que piensas que ya sabes todo lo que hay que saber apenas un año después de que salieras de tu aldea?

—No, aún no lo sé todo. —Ahora su voz tenía un timbre divertido; a veces, Mat dudaba que estuviera tan cuerdo como aparentaba—. ¿Queréis que confíe en vos, Moraine? De acuerdo. Vuestros Tres Juramentos os impiden mentir. Decid lisa y llanamente que, os cuente lo que os cuente, no intentaréis detenerme, que no me pondréis ningún tipo de impedimento. Decid que no trataréis de utilizarme para los fines de la Torre. Decidlo sin sutilezas equívocas para que así sepa que es verdad.

—No haré nada que obstaculice el cumplimiento de tu destino. He dedicado mi vida a ello. Pero no prometeré quedarme de brazos cruzados viendo cómo pones la cabeza en el tajo del verdugo.

—No es suficiente, Moraine. No es suficiente. No obstante, aunque pudiera confiar en vos, tampoco lo haría aquí. La noche tiene oídos. —Había gente moviéndose por doquier en la oscuridad, si bien no había nadie tan cerca como para escucharlos—. Hasta los sueños tienen oídos.

Aviendha tiró del chal para echárselo más sobre la cara; por lo visto, hasta una Aiel era sensible al frío. Rhuarc entró en el círculo de luz, con el negro velo colgando por un extremo.

—Los trollocs era una maniobra de distracción para los Draghkar, Rand al’Thor. Demasiado pocos para tratarse de otra cosa. Creo que el objetivo de los Draghkar eras tú. El Marchitador de las Hojas te quiere muerto.

—El peligro aumenta —repitió quedamente Moraine.

El jefe de clan la miró de soslayo antes de proseguir:

—Moraine Sedai tiene razón. Habiendo fracasado los Draghkar, me temo que los próximos serán los Sin Alma, lo que vosotros llamáis Hombres Grises. Quiero ponerte una guardia personal de continuo. Por alguna razón, las Doncellas se han ofrecido voluntarias para esta tarea.

El frío debía de estar afectando a Aviendha, que tenía los hombros encorvados y se había cruzado de brazos ciñéndose prietamente.

—Si ellas quieren, de acuerdo —dijo Rand. Bajo aquel aire de profunda frialdad se advirtió un atisbo de incomodidad. Mat no lo culpaba; él no volvería a ponerse en manos de las Doncellas ni por toda la seda de los barcos de los Marinos.

—Vigilarán mejor que cualquier otro grupo —aseguró Rhuarc— al haber pedido encargarse de este cometido. Empero, no tengo intención de dejarlo sólo en sus manos. Tendré en guardia a todo el mundo. Tengo la corazonada de que los siguientes serán los Sin Alma, pero eso no significa que no haya algo más, como por ejemplo diez mil trollocs en lugar de unos pocos centenares.

—¿Qué hay de los Shaido? —Mat habría querido morderse la lengua cuando todos lo miraron. A lo mejor no se habían dado cuenta de que estaba allí hasta este momento. Sin embargo, ya que había hablado, tanto daba si exponía el resto de su idea—. Sé que no les tienes simpatía; pero, si realmente piensas, Rhuarc, que puede haber un ataque más numeroso, ¿no sería mejor tenerlos aquí dentro que fuera?

El jefe de clan gruñó; tratándose de él, eso equivalía a un juramento malsonante en cualquier otro hombre.

—No metería en Peñas Frías a casi un millar de Shaido aunque fuera el mismísimo Arrasador de la Hierba el que viniera hacia aquí. En cualquier caso, no podría hacerlo. Couladin y los Shaido recogieron las tiendas al caer la noche. Se han ido y ¡en buena hora! Envié corredores para estar seguro de que salían de territorio Taardad sin llevarse unas cuantas cabras u ovejas con ellos.

La espada desapareció en las manos de Rand y la repentina ausencia de luz fue como quedarse ciego. Mat apretó los párpados con fuerza para adaptarse antes al cambio, pero cuando volvió a abrir los ojos el entorno estaba en penumbra a pesar de la luz de la luna.