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—¿Hacia dónde se fueron? —preguntó Rand.

—Al norte —respondió Rhuarc—. Obviamente Couladin se propone salirle al paso a Sevanna, en su camino hacia Alcair Dal, para ponerla en tu contra. Y tal vez lo consiga. La única razón por la que puso su corona nupcial a los pies de Suladric en lugar de los de él fue que deseaba desposarse con un jefe de clan. Pero ya te dije que debías esperar conflictos por parte de ella. A Sevanna la encanta causar problemas. Tampoco es que importe demasiado. Si los Shaido no te siguen, no será una gran pérdida.

—Pienso ir a Alcair Dal. Ahora —manifestó firmemente Rand—. Me disculparé con cualquier jefe que se sienta deshonrado por llegar tarde, pero no estoy dispuesto a que Couladin esté allí antes que yo más tiempo del estrictamente imprescindible. No se conformará con poner en mi contra a Sevanna, Rhuarc. Darle todo un mes para sus manejos es un lujo que no puedo permitirme.

—Quizá tengas razón —admitió el jefe de clan al cabo de un momento—. Traes el cambio contigo, Rand al’Thor. Al alba, entonces. Escogeré a diez Escudos Rojos como mi guardia de honor, y las Doncellas serán la tuya.

—Cuando apunte el día, pienso partir con todo aquel que pueda empuñar una lanza o disparar un arco, Rhuarc.

—La costumbre…

—No hay costumbres en las que se me incluya, Rhuarc. —Se podrían haber quebrado piedras con la voz de Rand o crear una capa de escarcha sobre un vino—. He de instaurar costumbres nuevas. —Soltó una áspera risotada. Aviendha estaba conmocionada, e incluso Rhuarc parpadeó, estupefacto. Sólo Moraine se mantuvo impasible, con aquella mirada especulativa en los oscuros ojos—. Convendría que alguien avisara a los buhoneros —continuó Rand—. No querrán perderse la feria, pero si no hacen que esos tipos dejen de beber, estarán demasiado borrachos para conducir las carretas. ¿Y tú qué dices, Mat? ¿Piensas venir?

Indiscutiblemente, no iba a permitir que los buhoneros partieran sin él ya que eran el único medio que tenía para salir del Yermo.

—Oh, cuenta con ello, Rand. Estoy contigo. —Lo peor de todo fue la sensación de que decir aquello era ser consecuente. «¡El maldito ta’veren tirando de mí! ¿Cómo se las ingenió Perrin para librarse de ello? ¡Luz, cómo me gustaría estar con él ahora!»—. Supongo que lo estoy.

Cargándose la lanza al hombro echó a andar camino arriba, hacia la parte alta de la pared del cañón. Todavía había tiempo para echar un sueñecito al menos. A su espalda sonó la queda risita de Rand.

51

Revelaciones en Tanchico

Elayne movió torpemente los dos finos palitos lacados en rojo intentando colocarlos correctamente entre sus dedos. «Son sursa, no palitos —se recordó—. Una manera estúpida de comer, los llamen como los llamen».

Al otro lado de la mesa, en la sala La Caída de las Flores, Egeanin miraba ceñuda sus propios sursa, uno en cada mano, enhiestos como si fueran pinchos. Nynaeve sostenía los suyos del modo que les había enseñado Rendra, pero hasta el momento todo lo que había conseguido llevarse a la boca era un trocito de carne y unos pedacitos de pimientos troceados; sus ojos denotaban una firme determinación. Sobre la mesa había numerosos cuencos pequeños, cada uno de ellos lleno de finos trozos de carne y vegetales, algunos con salsas de distinto color. Elayne pensó que podrían tardar el resto del día en terminar esta comida. Dirigió una agradecida mirada a la posadera cuando la mujer se inclinó sobre su hombro para colocarle los sursa adecuadamente.

—Vuestro país está en guerra con Arad Doman —dijo Egeanin en un tono que sonaba enfadado—. ¿Por qué entonces servís platos de vuestros enemigos?

Rendra se encogió de hombros a la par que hacía un mohín bajo el velo; hoy llevaba uno de un tono rojo muy pálido, y cuentas del mismo color entretejidas con las finas trenzas, que creaban un suave repiqueteo al chocar entre sí cada vez que movía la cabeza.

—Es la última moda. Empezó hace cuatro días, en el Jardín de las Brisas Plateadas, y ahora casi todos los clientes piden los platos domani. Creo que quizá se deba a que, puesto que no podemos conquistarlos a ellos, al menos sí nos apropiamos de su estilo de comida. A lo mejor en Bandar Eban comen cordero con salsa dulce y manzanas glaseadas, ¿no os parece? Dentro de otros cuatro días será otra cosa. Hoy en día la moda cambia rápidamente, y si alguien azuza al populacho contra esto… —Volvió a encogerse de hombros.

—¿Creéis que habrá más disturbios? —preguntó Elayne—. ¿Por el tipo de comida que se sirve en las posadas?

—Los ánimos están exaltados en las calles —repuso Rendra al tiempo que extendía las manos en una actitud fatalista—. ¿Quién sabe qué hará que se encienda de nuevo la chispa? El tumulto de anteayer fue motivado por un rumor de que Maracru se había pronunciado a favor del Dragón Renacido o que había caído en manos de los seguidores del Dragón o de los rebeldes; lo mismo daba que fuera por una cosa o por otra. Pero ¿acaso se puso el populacho en contra de las gentes de Maracru? No. Se desmandaron en las calles, sacaron a rastras a las personas que iban en carruajes y después prendieron fuego a la Gran Cámara de la Asamblea. Tal vez llegue la noticia de que el ejército ha ganado una batalla, o la ha perdido, y el populacho se levante contra aquellos que sirven platos domani. O puede que incendie almacenes en los muelles de Calpen. ¿Quién sabe?

—Una total anarquía —rezongó Egeanin, que cogió firmemente los sursa con la mano derecha. A juzgar por la expresión de su semblante, habríase dicho que eran dagas que pensaba utilizar para ensartar el contenido de los cuencos. Un trocito de carne escapó de los sursa de Nynaeve cuando estaba a un par de centímetros de su boca; gruñendo, lo recogió con brusquedad de su regazo y limpió la falda de seda con la servilleta.

—Ah, el orden. —Rendra se echó a reír—. Recuerdo lo que era. Quizá volvamos a tenerlo algún día, ¿no? Algunos creyeron que la Panarch Amathera haría que la Fuerza Civil reanudara sus cometidos, pero, yo que ella, recordando los gritos y abucheos del populacho en la calle el día de la investidura… Los Hijos de la Luz mataron a muchos de los alborotadores. Quizás eso haya acabado con los disturbios, aunque también puede significar el estallido del próximo, y éste será mucho peor que los anteriores. Yo que la Panarch, tendría a la Fuerza y a los Hijos cerca de mí. En fin, ésta no es la conversación más indicada para disfrutar una comida. —Examinó la mesa, asintió en un gesto de aprobación que hizo tintinear las cuentas trenzadas en el pelo, y se dirigió a la puerta; allí se paró y esbozó una sonrisa—. La moda es comer los platos domani con los sursa, y, por supuesto, uno sigue lo que está de moda, pero… Aquí no hay nadie que os vea, ¿verdad? Por si acaso os apetece, hay cucharas y tenedores debajo de aquella servilleta. —Señaló la bandeja a un extremo de la mesa—. Buen provecho.

Nynaeve y Egeanin esperaron hasta que la puerta se cerró tras la posadera; entonces intercambiaron una sonrisa y alargaron las manos hacia la bandeja con increíble rapidez. Aun así, Elayne se las compuso para ser la primera en coger cuchara y tenedor; las otras dos mujeres no habían tenido que comer nunca en unos pocos minutos entre clases y tareas de novicia.

—Es bastante sabroso —comentó Egeanin después de saborear el primer bocado—, cuando una consigue llevarse algo a la boca.

Nynaeve coreó sus risas. En los siete días transcurridos desde que habían conocido a la mujer de cabello oscuro, penetrantes ojos azules y extraña pronunciación arrastrando las palabras, las dos amigas habían acabado cogiéndole aprecio. Era un agradable cambio respecto a la cháchara insustancial de Rendra sobre peinados, ropas y cuidados de la piel, o con las miradas en la calle de gente que parecía capaz de degollar por una moneda de cobre. Ésta era la cuarta visita que les hacía desde su primer encuentro, y Elayne había disfrutado con ellas. Admiraba los modos directos de Egeanin y su aire de independencia. Puede que la mujer sólo fuera una pequeña comerciante de cualquier mercancía que le llegara a las manos, pero no tenía nada que envidiar a Gareth Bryne en cuanto a decir lo que pensaba y no doblegarse ante nadie.