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—¿Puedo hablar en privado con vos, señora al’Meara? —pidió, al reparar en Egeanin, sentada a la mesa.

—Oh, entrad —ordenó sin contemplaciones la antigua Zahorí—. Después de todo lo que ha oído ya, no importa si se entera de algo más. ¿También vos las habéis encontrado en el Palacio de la Panarch?

Mientras cerraba la puerta tras de sí, Juilin asestó a Domon una mirada indescifrable y apretó los labios. El contrabandista sonrió enseñando demasiado los dientes. Por un instante dio la impresión de que iban a enzarzarse a golpes.

—Así que el illiano se me ha adelantado —rezongó Juilin con acritud. Hizo caso omiso de Domon y se dirigió a Nynaeve—. Os dije que la mujer del mechón blanco me conduciría hasta ellas. Ése es un rasgo muy característico. Y también vi allí a la domani, desde lejos por supuesto. No soy tan necio como para meterme a nadar entre un banco de cazones. Empero, considero imposible que haya otra domani, aparte de Jeane Caide, en todo Tarabon.

—¿Queréis decir que, efectivamente, están en el Palacio de la Panarch? —exclamó Nynaeve.

La expresión en el semblante de Juilin no cambió, pero sus oscuros ojos se abrieron un poco más y se desviaron un instante hacia Domon.

—Así que no tiene prueba de ello —comentó con satisfacción.

—Sí que la tenía. —Domon evitó mirar al teariano—. Si no la aceptasteis antes de que este pescador entrara, señora al’Meara, no es culpa mía.

Juilin se puso tenso, pero Elayne se adelantó antes de que el rastreador tuviera oportunidad de decir nada.

—Los dos las encontrasteis y trajisteis pruebas. Seguramente ninguna de ellas habría bastado sin el respaldo de la otra. Ahora sabemos con seguridad que están allí gracias a los dos.

Si tal cosa era posible, ambos parecieron más descontentos que antes. Desde luego, los hombres se comportaban a veces como verdaderos necios.

—El Palacio de la Panarch. —Nynaeve se dio un fuerte tirón a un puñado de trenzas, aunque de inmediato las echó a la espalda sacudiendo la cabeza—. Lo que quiera que sea que buscan tiene que estar allí. Sin embargo, si lo tienen ya en su poder, ¿por qué siguen en Tanchico? El palacio es inmenso, así que cabe la posibilidad de que no lo hayan encontrado todavía. ¡Aunque tampoco sirve de mucho si nosotras estamos fuera mientras que ellas están dentro!

Thom, como era habitual en él, entró sin llamar y abarcó a todos los presentes con una sola ojeada.

—Señora Egeanin —murmuró a la par que hacía una elegante reverencia que ni siquiera su leve cojera deslució—. Nynaeve, si pudiéramos hablar en privado, traigo importantes noticias.

La reciente magulladura que lucía en la curtida mejilla irritó más a Elayne que el nuevo desgarrón que había en su fina chaqueta marrón. Era demasiado viejo para afrontar el peligro de las calles de Tanchico. Mirándolo bien, el peligro de las calles de cualquier ciudad. Iba siendo hora de que hiciera algunas gestiones para proporcionarle un agradable retiro, en algún lugar cómodo y seguro. Se acabaron los vagabundeos de juglar de pueblo en pueblo. Ella se ocuparía personalmente de que fuera así. Por su parte, Nynaeve le dirigió una mirada penetrante.

—Ahora no tengo tiempo para eso. Las hermanas Negras están en el Palacio de la Panarch y, por lo que sé, Amathera las está ayudando a registrarlo desde el sótano hasta el desván.

—Lo supe hace apenas una hora —comentó el juglar sin dar crédito a sus oídos—. ¿Cómo os…? —Miró a Domon y a Juilin, quienes seguían exhibiendo el gesto enfurruñado de unos niños que querían el pastel entero, sin compartir con el otro.

Saltaba a la vista que Thom descartaba a cualquiera de los dos como la fuente de información de Nynaeve, y Elayne sintió ganas de reír. El juglar presumía tanto de estar al corriente de todo lo que pasaba por los bajos mundos y de todas las intrigas de las altas esferas…

—La Torre tienes sus propios medios, Thom —le respondió con un aire frío y misterioso—. Es mejor no tomarse un excesivo interés en los métodos de las Aes Sedai. —Él frunció las blancas y espesas cejas en un gesto de incertidumbre. Una reacción muy satisfactoria. La heredera del trono reparó en que Juilin y Domon también la observaban con gesto ceñudo y, de repente, enrojeció sin poder evitarlo. Si hablaban, ella quedaría en ridículo. Al final hablarían; los hombres eran así. Lo mejor era echarle tierra al asunto cuanto antes y confiar—. Thom, ¿habéis oído algo que apunte que Amathera es Amiga Siniestra?

—Nada. —Se dio un tirón del bigote con gesto irritado—. Por lo visto no ha visto a Andric desde que se puso la Corona del Árbol. Tal vez los disturbios de las calles hacen demasiado peligroso desplazarse entre el palacio del rey y el de la Panarch. O tal vez es que se ha dado cuenta de que ahora tiene tanto poder como el monarca y ha dejado de mostrarse tan complaciente con él. No se sabe con certeza de qué lado está su lealtad. —Tras echar una rápida ojeada a la mujer sentada en la silla agregó—: Me siento agradecido por la ayuda que la señora Egeanin os prestó con aquellos ladrones, pero hasta ahora pensaba que era una simple amistad. ¿Puedo preguntar quién es para haberla metido en esto? Me parece recordar que amenazasteis con arrancar el pellejo a tiras a quien se fuera de la lengua, Nynaeve.

—Es una seanchan —le contestó la antigua Zahorí—. Cerrad la boca antes de que os traguéis una mosca, Thom, y sentaos. Podemos comer mientras tratamos de decidir qué hacer.

—¿Delante de ella? —preguntó el juglar—. ¿De una seanchan? —Se había enterado de ciertas cosas ocurridas en Falme a través de Elayne y, naturalmente, había oído los rumores que corrían por Tanchico; observó a Egeanin como si se preguntara dónde escondía los cuernos.

Por su parte, Juilin tenía los ojos tan desorbitados que cualquiera habría dicho que lo estaban estrangulando; también debía de haber oído los comentarios que había en la ciudad sobre los seanchan.

—¿Sugerís que le pida a Rendra que la encierre en la bodega? —inquirió calmosamente Nynaeve—. Eso levantaría comentarios ¿no os parece? En fin, estoy convencida de que tres hombretones fuertes de pelo en pecho son capaces de protegernos a Elayne y a mí si por casualidad se sacara de la manga un ejército seanchan. Sentaos, Thom, o comed de pie, como gustéis, pero dejad de mirarnos como si fuéramos bichos raros. Sentaos todos. Me propongo comer antes de que se quede frío.

Así lo hicieron, Thom tan descontento aparentemente como Juilin y Domon. A veces las maneras intimidatorias de Nynaeve funcionaban. A lo mejor también daba resultado con Rand tratarlo así de cuando en cuando.

Elayne apartó a Rand de su mente, decidiendo que era hora de contribuir con algo útil.

—Veo de todo punto imposible que las hermanas Negras estén en el Palacio de la Panarch sin que Amathera lo sepa —empezó mientras arrimaba su silla y se sentaba—. A mi modo de entender, eso apunta tres posibilidades. Una, que Amathera es una Amiga Siniestra. Dos, cree que son Aes Sedai. Y tres, que es su prisionera. —Por alguna razón, el gesto de aprobación de Thom le produjo una cálida sensación. Qué tonta era. Aunque el hombre conociera el Juego de las Casas, no era más que un necio bardo que había renunciado a todo para convertirse en un juglar—. En cualquier caso, las ayudaría a encontrar lo que buscan, pero, desde mi punto de vista, si cree que son Aes Sedai podríamos ganarnos su apoyo diciéndole la verdad. Y, si la tienen prisionera, también lo lograríamos liberándola. Ni siquiera Liandrin y sus compañeras podrían quedarse en el palacio si la Panarch ordena que se marchen, y eso nos dejaría el camino libre para registrarlo nosotras.

—El problema radica en descubrir si es aliada de ellas, una víctima del engaño o una cautiva —adujo Thom mientras gesticulaba con el par de sursa. ¡Sabía cómo utilizarlos a la perfección!