Выбрать главу

—El verdadero problema —intervino Juilin, sacudiendo la cabeza—, es llegar hasta ella, sea cual sea su situación. Jaichim Carridin tiene quinientos Capas Blancas rodeando el palacio como unas gaviotas hambrientas vigilando los muelles. La Legión de la Panarch tiene apostados casi el doble de hombres, y hay otros tantos de la Fuerza Civil. Pocas fortalezas cuentan con una vigilancia tan nutrida.

—No vamos a luchar contra ellos —comentó secamente Nynaeve—. Dejad de pensar con el vello del pecho. Esta situación requiere utilizar el cerebro, no los músculos. Tal y como yo lo veo…

La discusión se alargó durante toda la comida y continuó hasta después de que el último cuenco quedara completamente vacío. Hasta Egeanin contribuyó con algunos comentarios convincentes tras guardar silencio un rato durante el que no comió ni pareció estar prestando atención. Tenía una mente muy despierta, y Thom no anduvo remiso en aceptar algunas de las sugerencias con las que estaba de acuerdo, bien que rechazaba de plano aquellas con las que no coincidía; exactamente igual que trataba a todo el mundo. Hasta Domon, cosa harto sorprendente, apoyó a Egeanin cuando Nynaeve quiso que la mujer no interviniera en la conversación:

—Lo que dice tiene sentido, señora al’Meara, y sólo un necio rechazaría una idea sensata, venga de quien venga.

Por desgracia, saber dónde se encontraban las hermanas Negras no servía de mucho al ignorar si Amathera las respaldaba o no. Por no mencionar que no tenían la más ligera idea de qué era lo que buscaban. Al final, casi dos horas de discusión no los condujo a nada útil salvo unas cuantas sugerencias respecto a cómo enterarse de la situación de Amathera, lo cual, por lo visto, tendría que llevarse a cabo a través de los hombres del grupo y de sus redes de contactos extendidas por Tanchico.

Ninguno de los tres necios varones quería dejarlas solas con una seanchan, hasta que Nynaeve se enfureció lo bastante para inmovilizarlos a los tres con flujos de Aire delante de la puerta, donde se habían quedado parados sin acabar de decidirse a salir.

—¿Es que dudáis —inquirió fríamente, envuelta en el halo del saidar—, que cualquiera de nosotras sea capaz de responderle igual si nos hace «¡uh!»?

No los soltó hasta que todos asintieron con la cabeza, la única parte del cuerpo que podían mover.

—Sabéis poner firme a la tripulación —comentó Egeanin tan pronto como la puerta se cerró tras ellos.

—¡Cerrad el pico, seanchan! —Nynaeve se cruzó de brazos; al parecer había renunciado a dar tirones a las numerosas trenzas cuando estaba enfadada—. ¡Sentaos y guardad silencio!

La espera resultó frustrante, sin otra cosa que hacer que contemplar los ciruelos y la caída de las flores pintados en las paredes sin ventanas, paseando de un lado a otro de la sala o viendo cómo paseaba Nynaeve mientras Thom, Juilin y Domon estaban fuera haciendo esto o lo otro. Pero todavía era peor cuando cada uno de ellos regresaba a intervalos para informar que un rastro se había perdido o que otro contacto se había interrumpido, limitarse a escuchar lo que ellos habían descubierto y verlos marcharse de nuevo a toda prisa.

La primera vez que Thom regresó —con un segundo moretón purpúreo en la otra mejilla—, Elayne sugirió:

—¿No sería mejor que estuvieseis aquí, Thom, donde os enteraríais de lo que Juilin o Domon vengan a informar? Podríais evaluar esos datos mucho mejor que Nynaeve o yo.

El juglar sacudió la canosa mata de pelo ridículamente alborotada, mientras Nynaeve soltaba un bufido que debió de oírse en el pasillo.

—Tengo una pista que apunta a una casa en Verana, donde al parecer Amathera iba a escondidas algunas noches antes de que la nombraran Panarch.

Y se marchó antes de que Elayne tuviera tiempo de decir nada más. La siguiente vez que volvió, cojeando más de lo habitual e informando que la casa pertenecía a la antigua niñera de Amathera, Elayne le habló con la máxima firmeza:

—Thom, quiero que os sentéis. Vais a quedaros aquí. No pienso consentir que os hagan daño.

—¿Daño? Pequeña, en mi vida me he sentido mejor. Decidle a Juilin y a Bayle que por lo visto hay una mujer llamada Cerindra en alguna parte de esta ciudad que presume de saber todos los secretos de Amathera.

Y salió renqueando, con la capa ondeando tras él; en la prenda había también un desgarrón nuevo. Viejo estúpido, testarudo, cabezota.

En cierto momento llegó a través de las gruesas paredes de la sala el clamor de gritos brutales y chillidos procedentes de la calle. Rendra entró atropelladamente en la sala cuando Elayne acababa de decidir que saldría para ver qué estaba pasando.

—Una pequeña refriega ahí fuera —informó la posadera—, pero podéis estar tranquilas. Los hombres de Bayle Domon se están encargando de que no nos afecte, ¿sabéis? No quería que os preocupaseis.

—¿Una refriega aquí? —dijo, cortante, Nynaeve. La vecindad de la posada había sido una de las contadas zonas de la ciudad en las que había reinado la calma hasta el momento.

—Nada de que lo tengáis que preocuparos —insistió Rendra—. Quizá buscan comida, así que les diré dónde está el comedor popular de Domon y se marcharán.

El alboroto cesó al cabo de un rato, y Rendra les mandó un poco de vino. Elayne no se dio cuenta de que el sirviente era el joven de bonitos ojos castaños hasta que éste salió con gesto malhumorado. El tipo empezaba a reaccionar a sus miradas más frías como si fueran sonrisas. ¿Es que el muy necio creía que ella tenía tiempo ahora para reparar en su presencia?

Esperando y paseando, paseando y esperando. Cerindra resultó ser una doncella a la que habían despedido por robo; no se sentía en absoluto agradecida por que no la hubieran metido en prisión y estaba más que dispuesta a hacer cualquier acusación contra Amathera que alguien le sugiriera. Por otro lado, un tipo que afirmaba tener pruebas de que Amathera era una Aes Sedai del Ajah Negro también sostenía que los mismos documentos demostraban que el rey Andric era el Dragón Renacido. También resultó que el grupo de mujeres con las que Amathera solía reunirse en secreto eran unas amigas a las que Andric detestaba, y el impresionante descubrimiento de que había financiado varios barcos de contrabando no condujo a nada. Casi todos los nobles salvo el propio rey estaban implicados con el contrabando. Todas las pistas acababan igual. Lo peor que Thom consiguió descubrir fue que Amathera había convencido a dos apuestos y jóvenes nobles de que cada cual era el amor de su vida y Andric un simple medio para alcanzar un objetivo. Por otra parte, había concedido audiencias en el Palacio de la Panarch a varios lores, tanto en privado como en compañía de varias mujeres a las que se identificó como Liandrin y otras de la lista, y que supuestamente había pedido y aceptado su consejo en ciertas decisiones. ¿Aliada o cautiva?

Cuando Juilin regresó, más de tres horas después de que se hubiera puesto el sol, haciendo girar una fina vara de madera segmentada y mascullando algo sobre un tipo de pelo claro que había intentado robarle, Thom y Domon ya se encontraban hundidos en sendas sillas, desanimados, junto a Egeanin.

—Esto va a ser una repetición de Falme —gruñó Domon sin dirigirse a nadie en particular. El sólido garrote que había conseguido en alguna parte estaba sobre la mesa, delante de él; ahora también llevaba en el cinto una espada—. Aes Sedai. El Ajah Negro. Intrigas con la Panarch. Si mañana no descubrimos algo, estoy decidido a marcharme de Tanchico. ¡Pasado mañana seguro, aunque me pida que me quede mi propia hermana!

—Mañana —musitó cansadamente Thom, que tenía apoyados los codos en la mesa y las mejillas sobre los puños—. Estoy demasiado agotado para pensar con claridad. Sin darme cuenta, me he encontrado prestando atención a un criado de la lavandería del Palacio de la Panarch que afirmaba que había oído a Amathera entonar canciones malsonantes, de las que se escuchan en las peores tabernas del puerto. Y le estaba dando crédito.