Выбрать главу

52

Necesidad

Durante un momento Nynaeve permaneció de pie en el Corazón de la Ciudadela sin ver la sala ni pensar en el Tel’aran’rhiod en absoluto. Egeanin era seanchan. Una de aquellas viles personas que habían puesto un collar a Egwene en el cuello y habían intentado ponerle otro a ella. Sólo pensarlo la hacía sentir un vacío en el estómago. Seanchan, y se había abierto camino sibilinamente en sus sentimientos. Desde que había salido de Dos Ríos tener amigos había sido un bien escaso; encontrar ahora una nueva amiga y perderla así…

—La odio por eso más que por otra cosa —gruñó, cruzándose de brazos—. ¡Hizo que le tomara afecto y no puedo dejar de sentir aprecio por ella, y la odio por eso! —gritó en voz alta; no tenía sentido—. Me da lo mismo si digo cosas incomprensibles. —Soltó una risita queda y sacudió la cabeza tristemente—. Se supone que soy una Aes Sedai, ¿no? —Pero eso no justificaba estar distraída como una jovencita estúpida.

Callandor resplandecía; la espada de cristal se erguía sobre las baldosas, debajo de la gran bóveda, y las hileras de inmensas columnas de piedra roja se perdían a lo lejos en aquella extraña luz difusa que provenía de todas partes. Fue fácil recordar la sensación de que la vigilaban, de imaginarlo otra vez. Si es que habían sido imaginaciones antes. Si es que lo eran ahora. Allí podía estar escondida cualquier persona, cualquier cosa. Un grueso palo se materializó en sus manos mientras escudriñaba entre las columnas. ¿Dónde estaba Egwene? Era muy propio de esa chiquilla hacerla esperar. En este lóbrego lugar. Por lo que sabía, cualquier ser podía estar a punto de saltar sobre…

—Un extraño vestido, Nynaeve.

Conteniendo un grito a duras penas, giró sobre sus talones bruscamente haciendo un repiqueteo metálico, con el corazón en la boca. Egwene se encontraba de pie al otro lado de Callandor, acompañada por dos mujeres vestidas con amplias faldas y oscuros chales sobre las blusas; el blanco cabello, sujeto con pañuelos doblados en la frente, les llegaba a la cintura. Nynaeve tragó saliva confiando en que ninguna de las tres se hubiera dado cuenta, y se esforzó por respirar con normalidad de nuevo. ¡Mira que acercarse sigilosamente a ella, dándole un susto de muerte!

Reconoció a una de las Aiel por las descripciones que le había hecho Elayne; el rostro de Amys era demasiado joven para corresponder al color de su cabello, pero por lo visto lo había tenido casi plateado desde que era una niña. La otra, delgada y huesuda, tenía unos ojos azul pálido que destacaban en el rostro curtido y arrugado. Ésa tenía que ser Bair. La más dura de las dos en opinión de Nynaeve ahora que las veía; y no es que Amys pareciera muy… ¿Vestido extraño? ¿Había hecho un tintineo metálico al girarse?

Bajó la vista y dio un respingo. El vestido que llevaba guardaba una vaga semejanza con los de Dos Ríos; eso en caso de que las mujeres de Dos Ríos llevaran ropas confeccionadas con cota de malla y piezas de armadura iguales a las que había visto en Shienar. ¿Cómo se las apañaban los hombres para correr y saltar y montar a caballo llevando puestas estas cosas? Le hundía los hombros como si pesara cincuenta kilos. El garrote era de hierro ahora y la punta estaba afilada como un espigón de brillante acero. Sin necesidad de tocarse la cabeza supo que llevaba algún tipo de yelmo. Enrojeciendo hasta la raíz del pelo, se concentró y lo cambió por un vestido de Dos Ríos hecho con lana, y por un bastón de caminante. Resultaba agradable llevar de nuevo una única trenza, colgando sobre su hombro.

—Las ideas incontroladas son molestas cuando se camina por los sueños —manifestó Bair en una voz tenue pero firme—. Tenéis que aprender a controlarlas si os proponéis seguir con esto.

—Soy capaz de controlar mis ideas muy bien, gracias —replicó, tajante, Nynaeve—. Yo… —No sólo la voz de Bair era tenue. Las dos Sabias parecían… como difusas, y Egwene, con un vestido de montar azul pálido, casi transparente—. ¿Qué os ocurre? ¿Por qué tenéis ese aspecto?

—Intenta entrar al Tel’aran’rhiod mientras estás medio dormida sobre una silla de montar y lo entenderás —repuso secamente Egwene. Su imagen pareció fluctuar—. Es por la mañana en la Tierra de los Tres Pliegues y estamos viajando. Tuve que convencer a Amys para que me dejara acudir a la cita, pues temía que os asustarais si no aparecía.

—Ya es una tarea difícil sin ir a caballo —dijo Amys—, y más sumida en un sueño ligero, cuando lo que se desea es estar despierta. Egwene todavía no lo domina bien.

—Pero lo haré —aseguró la joven, irritada y resuelta. Siempre era demasiado impetuosa y testaruda en su deseo de aprender; si estas Sabias no la sujetaban por una oreja, seguramente se precipitaría en todo tipo de problemas.

Nynaeve dejó a un lado su preocupación por Egwene cuando la joven empezó a contarle el ataque de trollocs y Draghkar al dominio Peñas Frías; que Seana, una Sabia y caminante de sueños, se encontraba entre las víctimas habidas; que Rand apremiaba a los Taardad Aiel hacia la reunión en el tal Alcair Dal, por lo visto saltándose todas las costumbres, enviando mensajeros para que acudieran más septiares. El muchacho no había confiado a nadie sus intenciones, los Aiel estaban con los nervios de punta y Moraine estaba que echaba las muelas. La frustración de la Aes Sedai debería haberla alegrado —había deseado que Rand fuera capaz de escapar de la influencia de esa mujer— pero Egwene tenía un gesto de honda preocupación.

—Ignoro si lo impulsa la locura o el propósito —terminó Egwene—. Creo que podría soportarlo tanto si fuera lo uno como lo otro, pero sabiéndolo. Nynaeve, admito que no es la profecía ni Tarmon Gai’don lo que me tiene angustiada ahora mismo. Quizá te parezca absurdo, pero le prometí a Elayne que cuidaría de él y no sé cómo hacerlo.

La antigua Zahorí caminó alrededor de la espada de cristal para llegar junto a la joven y rodearla con el brazo. Al menos su tacto era sólido a pesar de que parecía una imagen reflejada en un espejo borroso. La cordura de Rand. No podía hacer nada respecto a eso ni decirle nada que le sirviera de consuelo. Egwene era la que estaba allí, con él.

—Lo mejor que puedes hacer por Elayne es decirle a Rand que lea lo que le escribió. A veces la veo preocupada por eso; no quiere hablar de ello, pero creo que tiene miedo de haber dicho más de lo que debía. Si ese chico cree que está completamente entontecida, seguramente se sentirá igual, lo que no la perjudicará en lo más mínimo. Por lo menos tenemos algunas nuevas positivas en Tanchico. —Cuando las explicó, sin embargo, no parecían justificar siquiera lo de «algunas».

—Así que todavía no sabéis qué es lo que buscan —comentó Egwene después de que terminara—. Pero, aunque lo supieseis, están sobre ello y todavía pueden encontrarlo antes.

—No si yo puedo impedirlo. —Nynaeve clavó en las Sabias una mirada firme, impávida. Por lo que Egwene le había contado sobre la renuencia de Amys y las demás de ofrecer nada salvo advertencias, iba a necesitar una gran firmeza para tratar con ellas. Las imágenes de las dos mujeres eran tan tenues que un soplido un poco fuerte las haría desaparecer como un jirón de niebla—. Elayne piensa que sabéis todo tipo de trucos con los sueños. ¿Hay algún modo de que pueda entrar en el sueño de Amathera para descubrir si es una Amiga Siniestra?

—Estúpida chica. —El largo cabello de Bair se meció cuando la Sabia sacudió la cabeza—. Sí, una estúpida chica, aunque seáis Aes Sedai. Entrar en el sueño de otro es muy peligroso a menos que os conozca y os esté esperando. Es su sueño, no esto. Allí, la tal Amathera lo controlará todo. Incluso a vos.