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Había estado tan convencida de que ésta era la solución que descubrir lo contrario le causó una gran irritación. ¿Y eso de «estúpida chica»?

—No soy ninguna chica —espetó. Habría querido tirarse de la trenza, pero en lugar de ello apretó el puño contra su costado; por alguna razón, el gesto de tirar de la coleta le causaba un extraño malestar últimamente—. Fui la Zahorí de Campo de Emond antes de… convertirme en Aes Sedai. —Ahora apenas vacilaba al decir esta mentira—. Yo les decía cuándo debían sentarse o callarse a mujeres tan mayores como vosotras. Si sabéis cómo ayudarme, hacedlo en lugar de soltar rezongos estúpidos sobre si esto o aquello es peligroso. Sé reconocer el peligro cuando lo veo.

Inesperadamente, advirtió que la única trenza se había dividido en dos, una sobre cada oreja, y que estaban tejidas con cintas de colores que terminaban en grandes lazos. Su falda se había acortado de tal modo que se le veían las rodillas; llevaba una blusa blanca y suelta como las de las Sabias, y sus zapatos y medias habían desaparecido. ¿De dónde había salido esto? En ningún momento había pensado llevar puesto nada semejante. Egwene se tapó la boca con la mano precipitadamente. ¿Era un gesto de estupefacción? Debía de serlo porque, naturalmente, no iba a estar sonriendo.

—Las ideas incontroladas —dijo Amys— pueden ser realmente molestas, Nynaeve Sedai, hasta que se aprende. —A despecho de su tono afable, las comisuras de sus labios apuntaban una sonrisa divertida apenas encubierta.

Nynaeve logró mantener el gesto impasible merced a un gran esfuerzo de voluntad. Imposible que esas mujeres tuvieran algo que ver con el nuevo atuendo. «¡No pueden haberlo hecho!» Puso todo su empeño en realizar el cambio, y le costó un gran trabajo, como si algo la mantuviera vestida así ni que quisiera ni que no. Sus mejillas se congestionaron más y más. De repente, justo en el momento en que estaba a punto de rendirse y pedir consejo, e incluso ayuda, sus ropas y su cabello volvieron a ser como antes. Movió los dedos de los pies dentro de los zapatos, satisfecha. Tenía que haber sido una idea peregrina que se le había pasado por la cabeza sin darse cuenta. En cualquier caso, no pensaba manifestar en voz alta ninguna de sus sospechas; las mujeres, incluso Egwene, ya tenían una expresión en exceso divertida. «No he venido aquí para participar en una absurda competición. No pienso darles esa satisfacción».

—Si no debo entrar en su sueño, ¿puedo entonces traerla al Tel’aran’rhiod? He de encontrar un modo de hablar con ella.

—No os enseñaríamos eso aunque supiéramos cómo hacerlo —dijo Amys al tiempo que se ajustaba el chal con aire malhumorado—. Lo que pedís es malo, Nynaeve Sedai.

—La mujer se encontraría tan indefensa aquí como vos en su sueño. —La tenue voz de Bair sonaba dura como una barra de hierro—. Desde el primer caminante de sueños se ha transmitido la norma de que a nadie se lo debe llevar a un sueño. Se dice que eso era lo que hacía la Sombra en los últimos días de la Era de Leyenda.

Bajo aquellas duras miradas, Nynaeve cambió el peso de uno a otro pie con nerviosismo; cayó en la cuenta de que su brazo rodeaba a Egwene y no lo movió. No estaba dispuesta a permitir que la joven pensara que las Sabias la habían inquietado. Y no lo habían hecho. Si revivía los días en que la llevaban a rastra ante el Círculo de Mujeres antes de que fuera elegida Zahorí, no se parecía en nada con encontrarse frente a las Sabias. Firmeza, era el término que describía el modo en que la contemplaban. Borrosas o no, estas mujeres podían contender mirada contra mirada con Siuan Sanche. En especial Bair. No es que la intimidaran, pero comprendía lo acertado de mostrarse razonable.

—Tanto Elayne como yo necesitamos ayuda. El Ajah Negro está a punto de apoderarse de algún objeto capaz de hacer daño a Rand. Si lo encuentran antes que nosotras, es muy probable que lo controlen. Necesitamos hallarlo antes. Si hay algo que podáis hacer para ayudarnos, algo que podáis aconsejarme… Cualquier cosa.

—Aes Sedai —dijo Amys—, tenéis la facilidad de hacer que una petición de ayuda suene como una exigencia. —Nynaeve apretó los labios. ¿Exigencia? ¡Pero si casi les había suplicado! Empero, la Aiel no pareció advertir el gesto de la antigua Zahorí. O quizá prefirió hacer como si no lo hubiera visto—. Sin embargo, un peligro para Rand al’Thor… No podemos permitir que la Sombra consiga tal cosa. Hay un modo.

—Es peligroso. —Bair sacudió enérgicamente la cabeza—. Esta joven sabe menos de lo que Egwene sabía cuando vino a nosotras. Demasiado peligroso para ella.

—Entonces, a lo mejor yo podría… —empezó Egwene.

—No. —Las dos Sabias la atajaron al tiempo.

—Tú vas a terminar tu adiestramiento. Tienes muchas ganas de sobrepasar el límite de tus conocimientos —adujo Bair, cortante, a la par que Amys manifestaba con idéntica dureza:

—No estás en Tanchico, no conoces el lugar y no tienes la necesidad de Nynaeve. Ella es la cazadora.

Bajo aquellos ojos acerados, Egwene se sometió, aunque a regañadientes. Las dos Sabias intercambiaron una mirada. Finalmente, Bair se encogió de hombros y se cubrió la cabeza con el chal; era evidente que se lavaba las manos en todo lo referente a este asunto.

—Es peligroso —repitió Amys. Del modo en que hablaban daba la impresión de que hasta respirar era peligroso en el Tel’aran’rhiod.

—¡Yo…! —Enmudeció cuando la mirada de Amys se tornó aun más dura, algo que no habría creído posible. Manteniendo firme la imagen de sus ropas como eran (por supuesto ellas no tenían nada que ver con eso, sólo que parecía sensato asegurarse de seguir vestida igual) cambió lo que iba a decir—: Tendré cuidado.

—No es posible —afirmó, impasible, Amys—, pero no conozco otro modo. La necesidad es la clave. Cuando hay demasiadas personas en un dominio, se tiene que dividir el septiar, y la necesidad es por el agua y el nuevo dominio. Si no se conoce un emplazamiento con agua, a alguna de nosotras se nos puede pedir que lo busquemos. La clave entonces es la necesidad de un valle o cañón apropiado, no muy distante del primero, que tenga agua. Concentrarse en esa necesidad nos lleva cerca de lo que queremos. Concentrarse de nuevo en la necesidad nos aproxima aun más. Cada paso nos va acercando más al objetivo hasta que, finalmente, no sólo uno está en el valle, sino de pie junto al lugar donde se encontrará agua. Para vos puede ser más difícil porque no sabéis exactamente qué buscáis, aunque el acicate de lo imperioso de esa necesidad podría compensarlo. Además, ya tenéis una idea aproximada de dónde se encuentra, en ese palacio.

»El peligro —la Sabia se inclinó ligeramente hacia ella y pronunció las palabras con un tono tan duro como su mirada—, es éste, y debéis estar alerta: cada paso se da a ciegas, con los ojos cerrados. No sabréis dónde vais a aparecer cuando los abráis. Encontrar agua no sirve de mucho si se está plantada junto a un nido de víboras. Los colmillos de un áspid matan con igual rapidez en el Mundo de los Sueños que en el de la vigilia. Creo que esas mujeres de las que nos ha hablado Egwene son capaces de matar con mayor rapidez que una serpiente.

—Yo hice eso —exclamó Egwene. Nynaeve notó que daba un respingo cuando los ojos de las Aiel se volvieron hacia ella—. Antes de conoceros —se apresuró a añadir—. Antes de que fuéramos a Tear.

Necesidad. Nynaeve sentía algo más de aprecio por las Aiel ahora que una de ellas le había proporcionado algo que podía utilizar.

—Debéis vigilar de cerca a Egwene —les dijo a la par que ceñía el brazo un poco más alrededor de la joven para demostrarle que sus palabras estaban dictadas por el cariño—. Tenéis razón, Bair. Siempre intenta hacer más de lo que sabe. Siempre ha sido así. —Por alguna razón, Bair arqueó una de sus blancas cejas mirándola a ella.

—Yo no lo veo así —intervino Amys secamente—. Ahora es una alumna dócil y disciplinada ¿verdad, Egwene?