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Como ocurría cada vez que se encontraban, los gélidos ojos azules de Lan y de Rhuarc casi soltaron chispas al trabarse. Una correa de cuero trenzado sujetaba el oscuro cabello de Lan, que en las sienes mostraba pinceladas grises. Su semblante severo y anguloso parecía tallado en roca, y la espada colgaba a su costado como parte de su cuerpo. Perrin no estaba seguro de cuál de los dos hombres era más letal, pero si un ratón tuviera que alimentarse con la diferencia se moriría de hambre.

Los ojos del Guardián se volvieron hacia Rand.

—Te creía lo bastante mayor para afeitarte sin necesidad de que alguien te guiara la mano.

Rhuarc esbozó un atisbo de sonrisa, pero aunque leve era la primera que Perrin veía en su semblante estando Lan presente.

—Todavía es joven. Aprenderá.

Lan miró de nuevo al Aiel y le devolvió la sonrisa, aunque igualmente leve.

Moraine lanzó a los dos hombres una mirada breve, desdeñosa. Cruzó la alfombra recogiéndose el repulgo del vestido, sin dar la impresión de mirar dónde pisaba, pero caminaba con tanta ligereza que ni un solo fragmento de cristal crujió bajo sus zapatillas. Recorrió con la mirada la habitación abarcando hasta el más pequeño detalle, de eso estaba seguro Perrin. Durante un instante lo observó —Perrin eludió sus ojos; sabía demasiado sobre él para que se sintiera cómodo bajo su escrutinio— pero la Aes Sedai se acercó a Rand cual una silenciosa avalancha, fría e inexorable.

Perrin aflojó la mano y se apartó de su camino. La sangre coagulada dejó el trozo de tela pegado al costado de Rand, y en todo su cuerpo, de la cabeza a los pies, empezaba a secarse en manchas y reguerillos oscuros; los fragmentos de cristal clavados en su piel relucían a la luz de las lámparas. Moraine tocó el pedazo de tela empapada de sangre con las puntas de los dedos pero retiró al punto la mano, como si hubiera cambiado de idea respecto a ver lo que había debajo. Perrin no entendía cómo la Aes Sedai era capaz de mirar a Rand sin encogerse, pero lo cierto es que su terso semblante no acusaba emoción alguna. Emitía un leve aroma a jabón de esencia de rosas.

—Por lo menos estás vivo. —Su voz era melodiosa, aunque en este instante tenía una cadencia fría e iracunda—. Ya hablaremos después de lo que ha ocurrido. De momento intenta entrar en contacto con la Fuente Verdadera.

—¿Para qué? —preguntó Rand, cansado—. No me es posible curarme a mí mismo, aunque supiera cómo hacerlo. Nadie puede. De eso estoy seguro.

Durante un instante habríase dicho que Moraine iba a entregarse a un estallido de cólera por extraño que pudiera ser en alguien como ella, pero un segundo después la envolvía de nuevo una calma tan profunda que no parecía posible que pudiera resquebrajarse.

—Sólo parte de la energía de la Curación procede de quien posee el Talento. El Poder es capaz de reponer lo que procede de la persona afectada. Sin él, mañana te pasarás el día entero tumbado, y puede que también pasado mañana. Vamos, entra en contacto con el Poder si estás en condiciones de hacerlo, pero no hagas nada con él, limítate a sujetarlo. Utiliza esto si es preciso. —No tuvo que agacharse mucho para tocar a Callandor con los dedos. Rand retiró la espada del contacto de su mano.

—Que me limite a sujetarlo, decís. —Parecía a punto de estallar en risas—. De acuerdo.

Perrin no vio que ocurriera nada, aunque tampoco lo esperaba. El aspecto de su amigo recordaba el de un superviviente de una batalla perdida, la mirada fija en la Aes Sedai. Moraine ni siquiera parpadeó, bien que en dos ocasiones se frotó ligeramente las manos, aparentemente sin advertirlo. Pasado un tiempo Rand suspiró.

—Me es imposible incluso alcanzar el vacío, como si fuera incapaz de concentrarme. —Una fugaz mueca resquebrajó la sangre reseca de su rostro—. No entiendo por qué. —Un grueso hilo rojo resbaló por encima de su ojo izquierdo.

—En tal caso lo haré como siempre. —Moraine tomó la cabeza de Rand entre sus manos sin hacer caso de la sangre que resbaló por encima de sus dedos.

El joven se incorporó de un brinco al tiempo que soltaba un ronco gemido, como si los pulmones se le hubieran vaciado de aire bruscamente, y arqueó la espalda con tal violencia que su cabeza casi escapó de las manos de la Aes Sedai. Uno de sus brazos se alzó hacia un lado con los dedos extendidos y doblados hacia atrás hasta el punto de dar la impresión de que se le romperían; la otra mano se crispó sobre la empuñadura de Callandor y los músculos de ese brazo se tensaron como cables. Todo él se sacudía como un trapo zarandeado por un vendaval. La sangre reseca se desprendió de su cuerpo en minúsculas escamas y los fragmentos de cristal cayeron sobre el arcón y el suelo a medida que los cortes se cerraban y restañaban.

Perrin tiritó como si aquel vendaval lo azotara a él. Había visto llevar a cabo la Curación otras veces y en heridas mayores y más graves, pero nunca le agradaba presenciar el uso del Poder ni saber que se estaba utilizando aunque fuera para esto. Las historias sobre las Aes Sedai que había oído contar a guardias y cocheros de mercaderes se habían imbuido en su mente muchos años antes de que conociera a Moraine. Rhuarc emitía un penetrante olor a desasosiego. Sólo Lan lo tomaba como algo natural. Él y Moraine.

Todo terminó en un visto y no visto. La Aes Sedai retiró las manos y Rand se tambaleó; tuvo que agarrarse a la columna de la cama para sostenerse en pie. Era difícil asegurar a qué se aferraba con mayor tenacidad, si a la columna o a Callandor, y, cuando Moraine intentó coger la espada para colocarla de nuevo en su pedestal, él la apartó de la mujer firmemente, casi con rudeza.

La Aes Sedai apretó los labios una fracción de segundo, pero se conformó con quitar el improvisado tapón de tela del costado del joven y lo utilizó para limpiar algunas de las manchas de sangre que había alrededor. La vieja herida volvía a ser una cicatriz tierna; en cambio las demás habían desaparecido por completo, y cualquiera habría pensado que la sangre seca que todavía lo cubría pertenecía a otra persona.

—Sigue sin responder —murmuró Moraine como si hablara consigo misma; tenía fruncido el ceño—. No acaba de curarse del todo.

—Ésa será la que me mate, ¿no es cierto? —le preguntó Rand quedamente y después recitó—: «Su sangre en las rocas de Shayol Ghul, lavando el estigma de la Sombra, en sacrificio por la salvación del hombre».

—Lees demasiado —replicó ella con dureza—, y entiendes poco.

—¿Y vos entendéis más? En tal caso, explicádmelo.

—Lo único que intenta el muchacho es encontrar su camino —acotó Lan de improviso—. A ningún hombre le gusta salir corriendo a ciegas sabiendo que hay un precipicio al frente, en alguna parte.

Perrin dio un respingo de sorpresa. Rara vez Lan se mostraba en desacuerdo con Moraine o, al menos, no lo hacía cuando alguien podía oírlo. Sin embargo, Rand y él habían pasado mucho tiempo juntos practicando esgrima.

Los oscuros ojos de Moraine centellearon, pero eso fue todo.

—Necesita estar en cama —dijo—. ¿Haces el favor de pedir que le preparen otro dormitorio y que le lleven agua para lavarse? Esta habitación necesita una limpieza a fondo y ropa de cama nueva.

Lan asintió y asomó la cabeza a la antesala; dijo algo en voz baja.

—Dormiré aquí, Moraine. —Rand soltó el poste de la cama, se sentó erguido, y plantó la punta de Callandor en la alfombra llena de cristales, con las dos manos reposando en la empuñadura. Si estaba apoyado en la espada, no daba esa impresión—. No me harán salir corriendo de ningún sitio nunca más, ni siquiera de un dormitorio.

Tai’shar Manetheren —murmuró Lan.

Esta vez, hasta Rhuarc se sobresaltó; pero, si Moraine oyó el cumplido de Lan dirigido al joven, no dio señales de ello. La Aes Sedai tenía clavada la mirada en Rand; su rostro estaba impasible pero sus ojos soltaban chispas, mientras que él exhibía una leve sonrisa de curiosidad, como si se preguntara qué pensaría hacer a continuación Moraine.