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La ira hinchió a Nynaeve. El sudor le resbalaba por la cara, y sus piernas temblaban como si fueran a fallarle en cualquier momento, pero la ira le dio fuerzas. Enfurecida, consiguió aproximar más su arma de Energía para cortar el canal que conectaba a Moghedien con la Fuente Verdadera antes de que la mujer volviera a frenarla.

—Así que has descubierto esta pequeña joya que hay a tu espalda. —Comentó Moghedien en un instante de precario equilibrio de fuerzas. Sorprendentemente, su voz sonaba casi coloquial—. Me pregunto cómo lo hiciste. No importa. ¿Viniste para llevártelo o tal vez para destruirlo? Esto es imposible, porque no es metal sino una variante de cuendillar. Ni siquiera el fuego compacto puede destruirlo. Y, si tu intención era utilizarlo, tiene… desventajas, digámoslo así. Si se pone el collar a un hombre que encauza, la mujer que lleve los brazaletes podrá obligarlo a hacer todo cuanto desee, cierto, pero eso no impedirá que pierda la razón, además de que es un canal con flujos dobles, en ambas direcciones, una especie de intercambio. Al final, el hombre empezará a ser capaz de controlarte a ti también, de modo que se acaba sosteniendo un pulso a todas horas. Aparte de que resulta muy desagradable cuando se ha vuelto loco. Naturalmente, se pueden pasar los brazaletes a otras, de modo que ninguna esté sometida a una exposición excesiva, pero ello significa confiar lo bastante en alguien para ponerlo en sus manos. Los hombres tienen una naturaleza tan violenta que resultan unas armas excelentes. También cabe la posibilidad de que cada brazalete lo lleve una mujer si hay alguna en la que confíes lo bastante; eso aminora de manera considerable la filtración contaminante, según tengo entendido, pero también merma el control aun en el caso de que las dos trabajéis perfectamente de acuerdo. Al final, os encontraréis peleando por controlarlo, cada una de vosotras necesitará que él os quite el brazalete tanto como él necesita que le quitéis el collar. —Ladeó la cabeza y enarcó una ceja con gesto interrogante—. Espero que comprendas adónde lleva esta línea de razonamiento: controlar a Lews Therin, o Rand al’Thor como ahora se llama, sería muy útil, pero ¿merece la pena el precio que hay que pagar? Ahora comprenderás por qué he dejado el collar y los brazaletes donde están.

Temblando para contener el Poder, para mantener tejidos los flujos, Nynaeve frunció el entrecejo. ¿Por qué le estaba contando todo esto la Renegada? ¿Pensaría que daba lo mismo que lo supiera puesto que iba a alzarse con la victoria? ¿Por qué de repente había cambiado la ira por la conversación? También había sudor en el rostro de Moghedien. Mucho, de hecho, empapando su ancha frente y deslizándose por sus mejillas.

De pronto, la verdad se abrió paso en la mente de Nynaeve: la voz de Moghedien no sonaba tensa por la ira, sino por el esfuerzo. No iba a descargar sobre ella toda su fuerza: ya lo había hecho. Estaba realizando un esfuerzo tan arduo como ella. Fue consciente de que estaba enfrentándose a una Renegada y no sólo no había acabado desplumada como un pollo para ir a la cazuela, sino que no había perdido una sola pluma. ¡Estaba combatiendo contra una Renegada, de tú a tú! ¡Lo que ahora intentaba Moghedien era distraerla, ganar tiempo mientras buscaba un resquicio en su resistencia antes de que su propia fuerza flaqueara! Ojalá supiera cómo hacer lo mismo, antes de que desapareciera la suya propia.

—¿Te preguntas cómo lo he descubierto? —continuó la mujer—. El collar y los brazaletes fueron construidos después de que me… En fin, no hablaremos de eso ahora. Una vez que estuve libre, lo primero que hice fue indagar sobre aquellos últimos días. Mejor dicho, últimos años. Existía mucha información fragmentada aquí y allí que no tenía sentido para quien no supiera por dónde empezar. La Era de Leyenda. Un nombre singular el que le disteis a mi época, pero ni en vuestros relatos más fantásticos se apunta la mitad siquiera de la realidad. Había vivido más de doscientos años cuando se produjo la Perforación y aún era joven según los cómputos de los Aes Sedai. Vuestras «leyendas» no son más que pálidas imitaciones de lo que podíamos llevar a cabo, ¿Por qué…?

Nynaeve había dejado de prestar oídos a la mujer. Un modo de distraerla. Aunque se le ocurriera algo que decirle, Moghedien estaría en guardia contra el método que ella misma estaba utilizando. No podía malgastar esfuerzo ni para tejer el más fino flujo, como le ocurría a… ¡Como le ocurría a Moghedien! Una mujer de la Era de Leyenda; una mujer muy acostumbrada a utilizar el Poder Único, habituada a hacer casi todo con el Poder antes de ser encerrada. Escondida desde que había quedado libre. ¿Hasta qué punto se había acostumbrado a hacer cosas sin el Poder?

Nynaeve dejó que sus rodillas se doblaran ligeramente, como si le fallaran las piernas, soltó el plumero y se agarró al pedestal blanco para sostenerse. No necesitaba disimular demasiado, para ser sincera.

Moghedien sonrió y adelantó otro paso.

—… viajar a otros mundos, incluso mundos en el firmamento. ¿Sabes que las estrellas son…? —Tan segura de sí misma, con esa sonrisa. Tan triunfal.

Nynaeve cogió el collar haciendo caso omiso de las abrumadoras sensaciones dolorosas que la atenazaron y lo lanzó con todas sus fuerzas en un solo movimiento.

La Renegada sólo tuvo tiempo de dar un respingo antes de que el ancho collarín negro la golpeara entre los ojos. No fue un impacto fuerte y, desde luego, no lo bastante para dejarla sin sentido, pero no lo esperaba. El control de Moghedien sobre el tejido de los fluidos vaciló, levemente, sólo un instante. Empero, el equilibrio entre ambas cambió. El escudo de Energía se deslizó entre Moghedien y la Fuente Verdadera, y el dorado halo que la envolvía desapareció.

Los ojos de la mujer se desorbitaron. Nynaeve esperaba que se abalanzara a su cuello; es lo que habría hecho ella. En cambio, Moghedien se remangó las faldas hasta las rodillas y echó a correr.

Sin necesidad de seguir defendiéndose, a Nynaeve apenas le costó un pequeño esfuerzo tejer Aire alrededor de la mujer que huía, y la Renegada se quedó paralizada instantáneamente, mientras daba un paso.

Nynaeve se apresuró a atar los flujos. Lo había conseguido. «Me he enfrentado a una Renegada y la he vencido», pensó con incredulidad. Contemplando a la mujer atada desde el cuello hasta los tobillos, petrificada como si fuera de piedra, incluso viéndola inclinada hacia adelante, apoyada sólo sobre un pie, no acababa de dar crédito a sus ojos. Al examinar lo que había hecho, comprobó que no había sido una victoria tan completa como habría deseado. El escudo había perdido su borde afilado antes de llegar a su destino, de manera que Moghedien estaba capturada y aislada, pero no neutralizada.

Procurando no correr, avanzó hasta ponerse frente a la otra mujer. Moghedien aún tenía un aspecto regio, pero de una reina muy asustada; se lamía los labios, y sus ojos miraban a uno y otro lado velozmente, con desesperación.

—Si… si me liberas, po… podríamos llegar a un a… acuerdo. Es mucho lo que p… puedo enseñarte… —balbució.

—Así que un escabel para subir al caballo, ¿no? —la interrumpió bruscamente Nynaeve a la par que tejía una mordaza de Aire que se ciñó a la boca de la mujer, obligándola a mantener muy abiertas las mandíbulas—. ¿No es eso lo que dijiste? Creo que es una idea excelente. Me gusta montar a caballo. —Le sonrió; la Renegada tenía los ojos tan desorbitados que parecían a punto de salirse de las órbitas.

¡Un escabel, desde luego! Una vez que Moghedien hubiera sido sometida a juicio en la Torre y neutralizada —no había otro castigo posible para una Renegada— seguramente se la pondría a trabajar en las cocinas, los jardines o los establos, excepto en las ocasiones en que sería exhibida para demostrar que ni siquiera una Renegada podía escapar a la justicia, y se le daría el mismo trato que a cualquier sirvienta aparte de tenerla vigilada. Pero no estaba de más dejar que pensara que era tan cruel como ella. Que lo pensara hasta que se la…