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—¿Queréis moveros de una vez, mujeres? —gritó Thom al tiempo que hacía señas para que fueran hacia él. Tenía un corte ensangrentado sobre una de las espesas cejas, tal vez causado por una piedra, y su capa marrón ahora ya no servía ni para el ropavejero—. Si la Legión de la Panarch deja de huir y decide dar media vuelta, esto puede ponerse feo.

Amathera soltó una exclamación de estupor un instante antes de que Elayne la empujara firmemente para que avanzara. Nynaeve y Egeanin fueron detrás y, tan pronto como las tres mujeres hubieron salido, los marineros formaron un ceñido cerco a su alrededor y empezaron a abrirse camino forcejeando, alejándose del palacio. Nynaeve tenía dificultades para guardar el equilibrio, empujada y zarandeada por los mismos hombres que intentaban protegerla. En cierto momento, Egeanin resbaló y estuvo a punto de caer, pero Nynaeve le agarró el brazo y la ayudó a recuperar la estabilidad, por lo que se ganó una sonrisa agradecida. «No somos tan diferentes —pensó—. No iguales, pero tampoco tan diferentes una de la otra». Esta vez no tuvo que obligarse a sonreír a la seanchan para darle ánimos.

La alborotada multitud ocupaba varias calles alrededor del palacio, pero una vez que consiguieron salir del tumulto encontraron los estrechos y sinuosos callejones casi vacíos. Los que no participaban en la revuelta, se mostraban lo bastante sensatos para mantenerse alejados de la algarada. Los marineros abrieron el cerco un poco más, dejando más espacio a las mujeres. Empero, cualquier tipo malcarado que volvía los ojos en su dirección fue respondido con duras miradas. Las calles de Tanchico seguían siendo las calles de Tanchico, cosa que, en cierto modo, sorprendió a Nynaeve. Tenía la impresión de que había pasado semanas dentro del palacio; sin duda la ciudad tendría que haber cambiado.

Cuando el clamor quedó amortiguado en la distancia, Thom se las arregló para hacer una elegante reverencia a Amathera sin romper el ritmo de sus pasos renqueantes.

—Es un honor, Panarch —manifestó—. Si puedo serviros en algo, sólo tenéis que decirlo.

Sorprendentemente, Amathera lanzó una mirada de soslayo a Elayne, apretó levemente los labios, y respondió:

—Me confundís con otra persona, caballero. Sólo soy una pobre refugiada del campo a quien han rescatado estas buenas mujeres.

Thom intercambió una mirada estupefacta con Juilin y Domon; pero, cuando abrió la boca para decir algo, Elayne se le adelantó:

—¿Podemos continuar hacia la posada, Thom? Éste no es el lugar más apropiado para hablar.

Nada más llegar a El Patio de los Tres Ciruelos, se quedaron estupefactos cuando Elayne presentó a la Panarch a Rendra como Thera, una refugiada sin dinero que necesitaba un jergón y quizás algún trabajo para ganarse el sustento. La posadera se encogió de hombros resignadamente; pero, mientras conducía a «Thera» hacia las cocinas, ya le iba diciendo lo bonito que tenía el cabello y lo hermosa que estaría con el vestido apropiado.

Nynaeve no habló hasta que todos los demás hubieron entrado en la sala La Caída de las Flores y se cerró la puerta tras ellos.

—¿Thera? ¡Y ella te siguió el juego! ¡Elayne, Rendra la pondrá a servir mesas en la sala principal!

—Sí, probablemente. —Elayne no parecía sorprendida. Se dejó caer en una silla a la par que soltaba un suspiro; se descalzó y empezó a darse masajes en los pies—. No me fue difícil convencer a Amathera de que debería estar escondida unos cuantos días. No hace mucho sonaban los gritos de «La Panarch ha muerto» o «Muerte a la Panarch». Creo que ver la revuelta también influyó. No quiere depender de Andric para recuperar su trono; desea que sean sus propios soldados quienes lo hagan aunque para ello tenga que esconderse hasta poder ponerse en contacto con el capitán de la Legión. Me parece que Andric se va a llevar una sorpresa con ella. Lo malo es que él no la sorprenda a su vez. Esa mujer se lo merece. —Domon y Juilin intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza en un gesto de no entender nada. Por el contrario, Egeanin asintió en silencio como si ella, al menos, lo comprendiera y lo aprobara.

—Pero ¿por qué? —demandó Nynaeve—. Admito que estés molesta con ella porque tratara de escabullirse, pero ¿esto? Además, ¿cómo es que tuvo ocasión de intentarlo estando vosotras dos vigilándola? —Los ojos de Egeanin se volvieron hacia ella tan rápida y fugazmente que Nynaeve no estuvo segura de haber visto el gesto realmente.

La heredera del trono se frotó la planta de un pie. Tenía que dolerle, porque sus mejillas estaban enrojecidas.

—Nynaeve, esa mujer no tiene ni idea de cómo vive la gente corriente. —¡Como si ella lo supiera!—. Parece albergar un sincero interés por la justicia, en mi opinión, pero sin embargo no la incómoda que en el palacio hubiera víveres para todo un año. ¡Le mencioné los comedores populares y no sabía a qué me refería! Le vendrá bien pasar unos cuantos días trabajando para ganarse el pan. —Estiró las piernas por debajo de la mesa y movió los dedos de los pies descalzos—. Oh, qué agradable. En fin, tampoco creo que pase muchos, si es que quiere reunir a la Legión de la Panarch para expulsar de palacio a Liandrin y las otras. Una pena, pero las cosas son como son.

—Bueno, es que tiene que hacerlo —adujo firmemente Nynaeve. Era agradable sentarse, aunque no comprendía la preocupación de la joven con sus pies. Apenas si habían caminado hoy—. Y cuanto antes mejor. Necesitamos a la Panarch, pero no en la cocina de Rendra. —No creía que tuvieran que preocuparse por Moghedien. La mujer había tenido oportunidades de sobra para salir a descubierto después de haberse liberado. Eso era algo que todavía la desconcertaba; debía de haber fijado mal el escudo. Sin embargo, si Moghedien no había hecho intención de enfrentarse a ella, cuando sin duda sabía que estaba casi exhausta, no le parecía muy probable que fuera tras ellas. Sobre todo tratándose de algo que aparentemente consideraba de poco valor. Empero, no podía decirse lo mismo de Liandrin. Si la hermana Negra descubría lo ocurrido, iría a darles caza.

—Puede que la justicia de la heredera del trono haga innecesaria la de la Panarch —murmuró Thom—. Había hombres entrando en tropel por aquella puerta cuando nos marchábamos y creo que algunos ya se habían abierto paso por la fachada principal. Vi humo saliendo por varias ventanas. Para esta noche quedará poco más que unas ruinas calcinadas. Entonces no serán necesarios los soldados para dar caza al Ajah Negro y, en consecuencia, «Thera» tendrá esos pocos días para aprender la lección que queréis que aprenda. Algún día seréis una magnífica reina, Elayne de Andor.

La sonrisa satisfecha de la joven se borró al mirar al juglar. Se levantó de la silla y se dirigió descalza hacia Thom a la par que rebuscaba en sus bolsillos; sacó un pañuelo y, a pesar de sus protestas, enjugó la sangre que el hombre tenía en la frente.

—Estaos quieto —le dijo en un tono que parecía el de una madre atendiendo a su revoltoso hijo.

—¿Podemos al menos ver eso por lo que hemos arriesgado el cuello? —pidió el juglar una vez que se hizo evidente que Elayne iba a hacer su santa voluntad.

Nynaeve abrió la bolsa que colgaba de su cinturón y vació el contenido sobre la mesa: el disco blanco y negro que contribuía a mantener cerrada la prisión del Oscuro y el collar y los brazales de metal negro que le provocaron una oleada de pesadumbre antes de que los hubiera soltado. Todo el mundo se arrimó para contemplar más de cerca los objetos.