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La confianza en sí mismo de Couladin no flaqueó un solo momento; miró con claro desprecio a Rand. Era la primera vez que lo miraba.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se pronunció por primera vez la Profecía de Rhuidean? —Al parecer, todavía pensaba que era necesario gritar—. ¿Quién sabe cuánto han cambiado las palabras? Mi madre fue Far Dareis Mai antes de renunciar a la lanza. ¿Hasta dónde ha cambiado el resto? ¿O ha sido cambiado a propósito? Se dice que hubo un tiempo en que servimos a las Aes Sedai. ¡Pues yo digo que su intención es volver a dominarnos como esclavos! ¡Este extranjero fue elegido porque se parece a nosotros! ¡No es de nuestro linaje! ¡Vino con las Aes Sedai, que lo conducían por una correa! ¡Y las Sabias les dieron la bienvenida como si fueran hermanas primeras! Todos habéis oído decir que las Sabias pueden hacer cosas increíbles. ¡Las caminantes de sueños utilizaron el Poder Único para alejarme de este extranjero! ¡Usaron el Poder Único como se dice que lo hacen las Aes Sedai! ¡Las Aes Sedai han traído a este extranjero aquí para dominarnos valiéndose de un impostor! ¡Y las caminantes de sueños las han ayudado!

—¡Esto es una locura! —Rhuarc se adelantó y llegó junto a Rand, desde donde contempló a la todavía silenciosa asamblea—. Couladin nunca entró en Rhuidean. Oí que las Sabias lo rechazaban. Rand al’Thor sí entró. Yo lo vi partir de Chaendaer y lo vi regresar, marcado como podéis comprobar.

—¿Y por qué me rechazaron? —bramó Couladin—. ¡Porque las Aes Sedai les dijeron que lo hicieran! ¡Rhuarc no os ha dicho que una de las Aes Sedai bajó de Chaendaer con este extranjero! ¡Así es como regresó con los dragones! ¡Merced a la brujería Aes Sedai! ¡Mi hermano Muradin murió al pie de Chaendaer, asesinado por este extranjero y por la Aes Sedai Moraine, y las Sabias, obedeciendo a las Aes Sedai, los dejaron en libertad, sin recibir castigo alguno! ¡Cuando cayó la noche, entré en Rhuidean! ¡No me mostré como quien soy hasta ahora porque éste es el lugar adecuado para que el Car’a’carn se muestre! ¡Yo soy el Car’a’carn!

Mentiras arregladas con los retazos justos de verdad. El hombre era la viva imagen de la seguridad victoriosa, convencido de que tenía respuesta para todo.

—¿Dices que entraste en Rhuidean sin permiso de las Sabias? —inquirió Han con gesto severo.

El alto Bael tenía la misma expresión desaprobadora, cruzado de brazos; Erim y Jheran no les andaban a la zaga. Al menos, los jefes de clan todavía vacilaban. Sevanna aferró su cuchillo del cinturón y asestó una mirada furibunda a Han, como si quisiera hundirle la hoja en la espalda. Empero, también Couladin tenía respuesta a esto:

—¡Sí, sin su permiso! ¡El que Viene con el Alba trae cambios! ¡Es lo que dice la profecía! ¡Las costumbres inútiles deben cambiar, y así lo haré! ¿Acaso no he llegado aquí al alba?

Los jefes de clan estaban vacilando, a punto de inclinar la balanza a favor del Shaido; igual que el resto de los miles de Aiel que observaban, todos ellos de pie ahora, callados, esperando. Si Rand no los convencía, seguramente jamás saldría vivo de Alcair Dal. Mat señaló otra vez la silla de Jeade’en, pero su amigo ni siquiera se molestó en sacudir la cabeza. Había una cuestión que debía tener en cuenta, algo más importante que salir de allí con vida: necesitaba a esta gente, necesitaba su lealtad. Tenía que contar con personas que lo siguieran porque creían en él, no para utilizarlo ni por lo que pudiera darles. Era preciso.

—Rhuidean —dijo. La palabra pareció llenar el cañón—. Afirmas que entraste en Rhuidean, Couladin. ¿Qué viste allí?

—Todos saben que Rhuidean es algo de lo que no debe hablarse —replicó.

—Podemos hacer un aparte —intervino Erim—, y hablar en privado para que así puedas decirnos…

—No hablaré de ello con nadie —lo cortó el Shaido, rojo por la ira—. Rhuidean es un lugar sagrado y sagrado fue lo que vi. ¡Yo soy sagrado! —Volvió a levantar los brazos con los dragones—. ¡Esto me hace sagrado!

—Yo caminé entre columnas de cristal que se alzan junto a Avendesora. —Rand habló en voz queda, pero sus palabras llegaron a todos los rincones—. Vi la historia de los Aiel a través de los ojos de mis antepasados. ¿Qué viste tú, Couladin? Yo no tengo miedo a hablar. ¿Y tú?

El Shaido temblaba de rabia; su tez estaba casi tan colorada como su cabello. Bael y Erim intercambiaron una mirada incierta, y otro tanto hicieron Jheran y Han.

—Tenemos que retirarnos para discutir esto —murmuró Han.

Couladin no pareció advertir que había perdido la ventaja que tenía con los cuatro jefes, pero Sevanna sí que se dio cuenta.

—Rhuarc le ha contado esas cosas —escupió—. ¡Una de las esposas de Rhuarc es una caminante de sueños, una de las que ayudaron a las Aes Sedai! ¡Rhuarc se lo ha contado!

—Rhuarc jamás haría algo así —replicó con aspereza Han—. Es un jefe de clan y un hombre de honor. ¡No hables de lo que no sabes, Sevanna!

—¡Yo no tengo miedo! —gritó Couladin—. ¡Ningún hombre podrá decir que tengo miedo! ¡También yo vi con los ojos de mis antepasados! ¡Vi nuestra llegada a la Tierra de los Tres Pliegues! ¡Vi nuestra gloria! ¡La gloria que recuperaré para nuestro pueblo!

—Vi la Era de Leyenda —anunció Rand—, y el principio del viaje de los Aiel a la Tierra de los Tres Pliegues. —Rhuarc lo cogió del brazo, pero él se zafó con un tirón. Este momento estaba predestinado desde la primera vez que los Aiel se habían reunido delante de Rhuidean—. Vi a los Aiel cuando se los llamaba los Da’shain Aiel y seguían la Filosofía de la Hoja.

—¡No! —El clamor se alzó en el cañón por doquier como un trueno—. ¡No! ¡No! —Repetido por millares de gargantas. Las lanzas se agitaban en el aire y las puntas reflejaban la luz del sol. Incluso algunos de los jefes de los septiares Taardad gritaban. Adelin tenía los ojos alzados hacia Rand y lo miraba fijamente, conmocionada. Mat le gritaba a su amigo algo que se perdió en el pandemónium, y señalaba frenéticamente la silla de Jeade’en.

—¡Embustero! —La configuración del cañón propagó el bramido de Couladin, una mezcla de cólera y triunfo, por encima de los gritos de la multitud. Sacudiendo frenéticamente la cabeza, Sevanna alargó las manos hacia él. A estas alturas debía de sospechar, al menos, que él era el impostor, pero si conseguía que se callara todavía podían alzarse con la victoria. Como esperaba Rand que ocurriera, Couladin la apartó de un empellón. El hombre sabía que Rand había estado en Rhuidean, y conocía la falsedad de su propia historia, pero esto era inconcebible para el Aiel—. ¡Ha demostrado que es un impostor! ¡Sus propias palabras lo han traicionado! ¡Siempre hemos sido guerreros! ¡Siempre! ¡Desde el principio de los tiempos!

El clamor aumentó y las lanzas se agitaron, pero Bael y Erim, Jheran y Han permanecían sumidos en un pétreo silencio. Ahora lo sabían. Sin percatarse de sus miradas, Couladin agitó los brazos marcados con dragones hacia la asamblea de los Aiel, exultante, embriagado por la adulación.

—¿Por qué? —preguntó quedamente Rhuarc, que seguía al lado de Rand—. ¿No entendiste por qué no hablamos de Rhuidean? Afrontar que en un tiempo fuimos tan diferentes de todo lo que creemos, que fuimos igual que los despreciados Errantes a los que vosotros llamáis Tuatha’an… Rhuidean mata a aquellos que son incapaces de asumirlo. Sólo uno de cada tres hombres que entran en Rhuidean sale con vida. Y ahora lo has dicho en voz alta, para que todos lo oigan. Ya no se parará aquí, Rand al’Thor. Se propagará. ¿Cuántos serán lo bastante fuertes para soportarlo?

«Os llevará de regreso y os destruirá».

—Traigo el cambio conmigo —dijo tristemente Rand—. Nada de paz, sino tumulto. —«La destrucción me sigue por dondequiera que vaya. ¿Habrá algún lugar que no desbarate a mi paso?»—. Lo que haya de ser, será, Rhuarc. No puedo cambiarlo.