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No había cambiado ni una palabra. Egwene abrió la boca para decir algo, pero Nynaeve se adelantó.

—Ya estoy harta de oír lo mismo. Veamos si la otra tiene algo nuevo que contar.

Egwene la miró duramente, y Nynaeve le devolvió la mirada con igual intensidad; ninguna pestañeó.

«A veces actúa como si todavía fuera la Zahorí y yo la chica de pueblo a la que enseña las propiedades de las hierbas», pensó Egwene, sombría. «Debería darse cuenta de que las cosas han cambiado». Nynaeve era muy fuerte en el Poder, más que ella, pero sólo cuando se las componía para encauzar; y, si no estaba furiosa, no lo conseguía.

Por lo general, Elayne se ocupaba de calmar los ánimos cuando se llegaba a este punto, y lo hacía con más frecuencia de lo que sería aconsejable. Para cuando la propia Egwene pensó en suavizar la tensión, la cosa había llegado demasiado lejos, e intentar una aproximación conciliadora en ese momento sería ceder. Así lo entendería Nynaeve, estaba segura. No recordaba que la antigua Zahorí hubiera cedido jamás, así que ¿por qué iba a hacerlo ella? Esta vez Elayne no estaba presente; Moraine había indicado con una palabra y un gesto a la heredera del trono que siguiera a las Doncellas que habían venido en su busca. Sin ella, la tensión se prolongó, mientras ambas Aceptadas esperaban a que la otra parpadeara. Aviendha contenía la respiración; ponía un especial empeño en no inmiscuirse en sus enfrentamientos. Sin duda consideraba que lo prudente era mantenerse aparte.

Cosa curiosa, fue Amico quien acabó con la situación de punto muerto esta vez, aunque su intención realmente era demostrar su voluntad de cooperar. Se volvió de cara a la pared del fondo, esperando pacientemente que la ataran.

Lo absurdo de la situación fue un impacto para Egwene. Era la única mujer en la habitación capaz de encauzar —a no ser que Nynaeve se encolerizara o que el escudo de Joiya fallara— y tanteó el tejido de Energía de nuevo, sin pensar; se dio el gusto de enzarzarse en una contienda de miradas mientras Amico esperaba que la atara. En otro momento se habría reído de su reacción. En lugar de ello, se abrió por completo al saidar, el brillante calor que nunca se veía, que siempre se notaba y que en todo momento parecía atisbarse por el rabillo del ojo. El Poder Único entró a raudales en ella, como algo gozosamente vivo y redoblado, y Egwene tejió los hilos alrededor de Amico.

Nynaeve se limitó a gruñir; no parecía estar tan furiosa como para percibir lo que Egwene estaba haciendo —no podía si no perdía los estribos—, pero sí vio que Amico se ponía tensa cuando la tocaron los hilos de Aire, y después se quedó fláccida, medio sujeta por la energía, como queriendo demostrar que no oponía la menor resistencia.

Aviendha se estremeció como tenía por costumbre hacer cada vez que sabía que estaban encauzando el Poder cerca de ella.

Egwene tejió obstrucciones para los oídos de Amico —interrogarlas por separado no serviría de nada si escuchaban lo que decía la otra— y se volvió hacia Joiya. Se cambió el abanico de mano para secarse el sudor de las palmas en el vestido; se paró de golpe, con un gesto de asco. El sudor no tenía nada que ver con la temperatura que hacía en la habitación.

—Su rostro —dijo de repente Aviendha. Era sorprendente que hablara, ya que no lo hacía a menos que Moraine o alguna de las otras se dirigieran a ella—. El rostro de Amico. No tiene el mismo aspecto; antes el tiempo no parecía dejar huella en él, y ahora sí. ¿Es porque se la ha… neutralizado? —Acabó la frase muy deprisa y en un tono casi susurrante. Se le habían pegado ciertas costumbres al estar tanto tiempo junto a ellas. Ninguna mujer de la Torre podía hablar de la neutralización sin sufrir un escalofrío.

Egwene fue hacia el extremo de la mesa, desde donde podía ver el rostro de Amico de perfil y al mismo tiempo seguir fuera del campo visual de Joiya. Los ojos de esa mujer hacían que el estómago se le hiciera un nudo.

Aviendha tenía razón; ésa era la diferencia que había notado y no había sabido concretar. Amico parecía joven, quizá más de lo que correspondía a su edad, pero no daba esa sensación de intemporalidad de las Aes Sedai que habían trabajado durante años con el Poder Único.

—Tienes muy buena vista, Aviendha, pero ignoro si esto tiene algo que ver con la neutralización. Sin embargo, supongo que así debe de ser. No sé qué otra cosa podría causarlo.

Se dio cuenta de que no estaba hablando como una Aes Sedai, que por lo general hablaban como si lo supieran todo; cuando una Aes Sedai admitía que no sabía algo, casi siempre se las componía para dar la impresión de que esa ignorancia ocultaba conocimientos sin cuento. Mientras se estrujaba el cerebro buscando algo apropiadamente portentoso, Nynaeve acudió a su rescate.

—Son relativamente pocas las Aes Sedai que se han consumido, Aviendha, y aún menos las que han sido neutralizadas.

«Consumirse» se decía cuando ocurría por accidente; oficialmente, la neutralización era resultado de un juicio y su sentencia. Para Egwene no tenía sentido tal diferenciación; era como tener dos términos para describir una caída por la escalera dependiendo de si se había tropezado o se había recibido un empujón. En realidad, la mayoría de las Aes Sedai parecían considerarlo lo mismo, salvo cuando impartían clases a las novicias o las Aceptadas. De hecho, eran tres las palabras. A los hombres se los «amansaba», y había que hacerlo antes de que se volvieran locos. Sólo que ahora estaba Rand, y la Torre no osaba amansarlo.

Nynaeve había adoptado un tono algo pedante y erudito, sin duda con la intención de parecer una Aes Sedai. Estaba imitando a Sheriam en clase, comprendió Egwene, con las manos enlazadas a la altura de la cintura y sonriendo levemente como si todo fuera tan sencillo cuando se aplicaba a uno mismo.

—Neutralizar no es una materia que cualquiera elegiría estudiar, ¿comprendes? —continuó Nynaeve—. Por lo general se acepta como algo irreversible. Lo que capacita a una mujer para encauzar no puede recuperarse una vez que se ha quitado, del mismo modo que una mano que ha sido cortada no puede reaparecer mediante la Curación. —Al menos, nadie había podido curar la neutralización, aunque se habían hecho intentos. Lo que decía Nynaeve era verdad en su conjunto, aunque algunas hermanas del Ajah Marrón estudiarían cualquier cosa si tuvieran la oportunidad de hacerlo, y algunas hermanas Amarillas intentarían aprender a curar lo que fuera. Pero ni siquiera se había dado un atisbo de éxito en la curación de una mujer que hubiera sido neutralizada—. Aparte de esa dura circunstancia demostrada, se sabe muy poco. Las mujeres que han sido neutralizadas rara vez viven más de unos pocos años. Dan la impresión de haber perdido el deseo de vivir, se dan por vencidas. Como ya he dicho, es un tema desagradable.

—Sólo pensé que podía deberse a eso —musitó Aviendha, que rebulló intranquila.

Egwene era de su misma opinión. Decidió preguntarle a Moraine. Si es que la veía alguna vez sin que Aviendha estuviera también presente. Se le ocurrió que su engaño era un estorbo para ellas tanto como una ayuda.

—Veamos si Joiya también sigue contando lo mismo. —Sin embargo, tenía que estar bien segura antes de retirar los hilos de Aire tejidos alrededor de la Amiga Siniestra.

Joiya debía de estar entumecida por llevar tanto tiempo inmóvil, pero se volvió suavemente hacia ellas. El sudor que le perlaba la frente no mermaba su dignidad y aplomo, del mismo modo que el burdo vestido tampoco atenuaba la impresión de que estaba allí por decisión propia. Era una mujer hermosa con un aire maternal en el semblante a despecho de su tersura intemporal, algo confortante. Pero los oscuros ojos de aquel rostro hacían que la mirada de un halcón pareciera afable. Les sonrió, sin que el gesto llegara a sus ojos.

—Que la Luz os ilumine. Que la mano del Creador os cobije.

—Te prohíbo que digas eso. —La voz de Nynaeve sonaba tranquila, pero se echó la coleta por encima del hombro y aferró la punta con el puño apretado como solía hacer cuando estaba enfadada o intranquila. Egwene no creía que fuera esto último; no daba la impresión de que Joiya le pusiera la piel de gallina a Nynaeve como le ocurría a ella.