Moraine le asestó una mirada de reproche y suspiró.
—Te habría ahorrado esto si hubiera podido, Egwene. Si Elayne no hubiera dejado que su repulsión contra Berelain le obnubilara la razón. Las costumbres de Mayene tampoco son como las de tu tierra. Egwene, sé lo que sientes por Rand, pero a estas alturas tienes que haberte dado cuenta que vuestra relación no devendrá en nada. Él pertenece al Entramado, y a la historia.
En apariencia sin hacer caso de la Aes Sedai, Egwene miró a Elayne a los ojos. La heredera del trono de Andor quería eludir los suyos, pero le era imposible. De repente, Egwene se le acercó, se tapó la boca con la mano y le susurró al oído:
—Lo quiero como a un hermano. Y a ti como a una hermana. Te deseo lo mejor con él.
Los ojos de Elayne se abrieron de par en par, y una sonrisa iluminó su semblante. Respondió al abrazo de Egwene estrechándola con todas sus fuerzas.
—Gracias —musitó quedamente—. También yo te quiero, hermana. Oh, gracias.
—Lo interpretó erróneamente —comentó Egwene más para sí misma que para el resto; su sonrisa era radiante—. ¿Alguna vez os habéis enamorado, Moraine?
Qué pregunta tan chocante. Elayne era incapaz de imaginar a la Aes Sedai enamorada. Moraine era del Ajah Azul, y se decía que las hermanas Azules volcaban toda su pasión en las causas.
Pero la esbelta mujer no estaba en absoluto desconcertada. Durante unos instantes interminables observó impasible a las dos muchachas, la una rodeando con el brazo a la otra.
—Apostaría a que conozco el rostro del hombre con el que me casaré mejor que cualquiera de vosotras conoce el de su futuro esposo —dijo finalmente.
Egwene dio un respingo de sorpresa.
—¿Quién? —preguntó Elayne, boquiabierta.
La Aes Sedai parecía pesarosa de haber hablado.
—Quizá sólo me refería a una ignorancia compartida. No saquéis demasiadas conclusiones de unas cuantas palabras. —Miró a Nynaeve, pensativa—. Si en alguna ocasión elijo a un hombre, y sólo he dicho si elijo, no será Lan. Eso sí puedo asegurarlo.
Esto último era un claro soborno para aplacar a Nynaeve, pero no pareció que a la antigua Zahorí le gustara oírlo. Nynaeve tenía lo que Lini habría llamado «un pedazo de tierra duro para cavar» por amar no sólo a un Guardián, sino a un hombre que intentaba negar que la correspondía. Era un completo necio, con sus argumentos sobre la guerra contra la Sombra en la que tenía que combatir y que jamás podría ganar, y que rehusaba condenar a Nynaeve a vestir el traje de viuda en la fiesta de los esponsales. Cosas tontas como ésas. Elayne no entendía cómo lo aguantaba Nynaeve, que no era de las que tenían mucha paciencia.
—Si habéis terminado la cháchara sobre hombres —dijo Nynaeve con acritud, como para demostrar que esto último era verdad—, ¿nos ocupamos de nuevo de cosas importantes? —Apretó los dedos sobre la punta de la trenza, y fue cobrando impulso y fuerza a medida que hablaba, como la rueda de un molino de agua con los engranajes destrabados—. ¿Cómo vamos a decidir cuál de ellas miente si las enviáis a Tar Valon? ¿O si mienten las dos? ¿O no miente ninguna? Si albergamos dudas y nos cuesta tomar una resolución no es por mi gusto, Moraine, penséis lo que penséis, pero me he metido en demasiadas trampas para que me apetezca caer en otra. Y tampoco quiero ir corriendo tras un fuego fatuo. Fue a mí… a nosotras, a las que la Amyrlin envió tras Liandrin y sus arpías. Puesto que vos no parecéis considerarlas lo bastante importantes para dedicar unos minutos a ayudarnos a interrogarlas, lo menos que podéis hacer es no ponernos zancadillas.
Parecía a punto de arrancarse la trenza de cuajo y estrangular con ella a la Aes Sedai; por su parte, Moraine hacía gala de una calma peligrosamente fría que sugería la posibilidad de que estuviera presta a enseñarle de nuevo la lección de contener la lengua como había hecho con Joiya. Elayne decidió que había llegado el momento de intervenir. Ignoraba cómo había acabado convirtiéndose en la mediadora de estas mujeres —a veces le entraban ganas de cogerlas a todas por el cuello y sacudirlas— pero su madre decía siempre que en un estado de ira jamás se tomaba una buena decisión.
—Deberías añadir a la lista de lo que quieres saber por qué se nos hizo ir a los aposentos de Rand, ya que fue allí donde nos llevó Careen. Afortunadamente ya está bien. Moraine lo curó. —No pudo evitar un escalofrío al evocar la fugaz ojeada que había echado al dormitorio, pero su táctica de diversión funcionó a las mil maravillas.
—¿Que ya está bien? —Nynaeve dio un respingo—. ¿Qué le pasó?
—Estuvo a punto de morir —respondió la Aes Sedai con tanta calma como si hubiera dicho que Rand tenía un resfriado.
Elayne notó que Egwene temblaba al escuchar el desapasionado informe de Moraine, pero quizá los temblores eran en gran parte suyos. Burbujas malignas colándose entre el Entramado. Reflejos saltando de espejos. Rand al’Thor cubierto de sangre y heridas. Casi como si se le hubiera ocurrido en el último momento, la Aes Sedai añadió que estaba segura de que Perrin y Mat también habían tenido alguna experiencia parecida, aunque hubieran salido ilesos. Esta mujer debía de tener hielo en las venas en vez de sangre. «No, estaba demasiado furiosa por la tozudez de Rand. Y no hablaba con frialdad cuando se refirió al matrimonio por mucho que pretendiera lo contrario». Empero, a juzgar por su actitud, ahora podría estar discutiendo si una pieza de seda era del color más apropiado para un vestido.
—¿Y esas… cosas continuarán? —inquirió Egwene cuando Moraine terminó—. ¿No podéis hacer nada para impedirlo? ¿O Rand?
La pequeña gema azul que colgaba sobre la frente de la Aes Sedai se meció cuando la mujer sacudió la cabeza.
—Él no podrá hacer nada hasta que aprenda a controlar sus habilidades. Puede que ni siquiera entonces. Ignoro incluso si será lo bastante fuerte para rechazar el miasma que lo afecte a él. Sin embargo, al menos estará mejor preparado para defenderse.
—¿No podéis hacer algo para ayudarlo? —demandó Nynaeve—. Sois la única de nosotras que se supone lo sabe todo o que pretende saberlo. ¿No podéis enseñarle? Si no todo, por lo menos una parte. Y no citéis proverbios sobre pájaros enseñando a volar a peces.
—Tendríais que saber la respuesta a eso si hubierais aprovechado mejor vuestros estudios de lo que lo habéis hecho. Tendríais que saberlo. Queréis aprender a utilizar el Poder, pero no os interesa conocer el Poder. El saidin no es el saidar. Los flujos son distintos, la forma de tejer es diferente. El pájaro tiene más posibilidades.
Esta vez fue Egwene quien se encargó de aliviar la tensión.
—¿Y cuál ha sido la cabezonada de Rand esta vez? —Nynaeve abrió la boca para decir algo, pero Egwene se adelantó—: En ocasiones puede ser más terco que una mula.
Nynaeve cerró la boca con un chasquido; todas sabían cuán cierto era eso. Moraine las miró pensativa. En ciertos momentos Elayne no sabía a ciencia cierta hasta qué punto confiaba en ellas la Aes Sedai. O en cualquier otra persona.
—Tiene que moverse —dijo al cabo Moraine—. En lugar de ello, se queda aquí sentado, y los tearianos ya empiezan a perderle el miedo. Se queda sentado, y cuanto más tiempo pase sin hacer nada más audaces se volverán los Renegados, que interpretarán su pasividad como una señal de debilidad. El Entramado cambia y fluye; sólo los muertos están inmóviles. Tiene que actuar o, de lo contrario, morirá. Con la saeta de una ballesta clavada en la espalda, o con veneno en su comida, o porque los Renegados aúnen fuerzas para desgarrarle cuerpo y alma. Tiene que actuar o morirá.
Elayne se encogió con todas y cada una de las amenazas reseñadas por Moraine; y lo peor es que eran reales.
—Y vos sabéis lo que tiene que hacer, ¿verdad? —inquirió Nynaeve, tirante—. Tenéis planeada esa acción.